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Pekín: razones para viajar a la capital del nuevo imperio

Día 25/11/2013 - 20.18h

China es la nueva potencia del turismo mundial. Y a Pekín, su capital, le sobran argumentos para incluirla en nuestro agenda

Pekín: razones para viajar a la capital del nuevo imperio

Colgado en la plaza de Tiananmen, que es la mayor del mundo con sus 440.000 metros cuadrados, el retrato de Mao sigue dando la bienvenida a la Ciudad Prohibida de Pekín, el primer lugar que todo viajero debería visitar nada más llegar a la capital china. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, en este descomunal palacio vivieron 14 emperadores de la dinastía Ming (1368-1644) y diez de la Qing (1644-1911) hasta que el último de ellos, el joven Pu Yi, fue destronado.

Desde 1925, poco después de que el monarca fuera definitivamente expulsado de la Ciudad Prohibida, el Museo del Palacio es uno de los monumentos más importantes de China junto a la Gran Muralla, el Palacio de Verano de Pekín y los guerreros de terracota de Xi´an. Considerado el mayor recinto de madera del mundo, contiene 1,8 millones de piezas artísticas, muchas de las cuales se exponen en los pabellones que conforman su eje central y en las dependencias laterales donde vivían las concubinas y la corte de eunucos.

Pekín: razones para viajar a la capital del nuevo imperio
Los clásicos estrechos callejones (hutongs) de la capital china

Tras salir por su puerta norte, la cima del parque de Jingshan ofrece una panorámica espectacular de los tejados de la Ciudad Prohibida, a cuyo alrededor aún resisten los característicos «hutongs» de la capital china, los estrechos callejones con casas bajas de ladrillo gris que están sucumbiendo ante la proliferación de rascacielos y galerías comerciales que han traído más de tres décadas de extraordinario desarrollo económico.

Antes de que dichos «hutongs» acaben siendo demolidos o artificialmente remodelados como si fueran un decorado de cartón-piedra, como ya ha ocurrido en la avenida comercial Qianmen (en el extremo sur de la plaza de Tiananmen), el viajero debería vagar sin rumbo por estas calles para descubrir la esencia del Pekín más auténtico.

Una de las más pintorescas es, sin duda, Dashilan, plagada de tiendas, salones de té y restaurantes emblemáticos como «Tian Hai», un añejo pero encantador establecimiento de dos plantas que sirve comida del «viejo Pekín» mientras en la televisión se suceden, una tras otra, interminables y estridentes funciones de ópera china.

En verano, pasear al anochecer por los «hutongs» del lago de Hou Hai o de la Torre del Tambor supone una experiencia única porque los pequineses, afables y curiosos por naturaleza, disfrutan sentándose al fresco en las puertas de sus viviendas para charlar y beber cerveza y, aunque no hablen inglés, responden con una sincera sonrisa cualquier saludo procedente de un extranjero.

Para romper el hielo inicial, no estaría mal que el viajero aprendiera un par de frases típicas, como «Ni hao» («hola») y «Xie xie» («gracias»), que pueden abrirle más la puerta para visitar las casas de los «hutongs». Dichas viviendas, que cuentan con un patio central pero carecen de baño, suelen estar ocupadas por una decena de familias que viven, comen y duermen hacinadas en pequeños cuartos destartalados y polvorientos y donde no parece caber ya ni un alfiler.

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El templo de los lamas

Entre «hutongs» también se levanta el bellísimo Templo de los Lamas, que fue uno de los monasterios budistas más importantes fuera del Tíbet y destaca por una estatua de Buda de 16,5 metros esculpida en un tronco de madera de sándalo. En una calle adyacente se puede visitar el Templo de Confucio, cuyas estelas de piedra recuerdan los nombres de los funcionarios que aprobaron el examen para trabajar en la Administración durante la época imperial. Y, a pocos metros de allí, nada mejor que reponer fuerzas en el clásico restaurante Jin Ding Xuan junto al parque de Ditan, cuyas cuatro plantas ofrecen «dim sum» las 24 horas.

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Palacio de Verano

En esta ciudad histórica de tan largo pasado, que ya cuenta con 20 millones de habitantes, otro de sus principales monumentos es el gigantesco Palacio de Verano. Lugar de recreo de la corte plagado de templos y palacios levantados alrededor de un lago, se erige a las afueras de Pekín cerca de los Jardines de Yuan Ming Yuan, otra antigua residencia estival de los emperadores que era cinco veces mayor que Versalles y fue arrasada por las potencias coloniales europeas, sobre todo inglesas y francesas, en octubre de 1860 durante la Segunda Guerra del Opio.

Tras visitar el Templo del Cielo, donde el emperador rogaba por las cosechas, los tramos de la Gran Muralla cercanos a Pekín permiten apreciar esta colosal obra arquitectónica, que data de la Dinastía Qin y se remonta al año 221 antes de Cristo, cuando el primer monarca que unificó China y también construyó los guerreros de terracota de Xi´an para proteger su tumba, Qin Shi Huang, restauró los diseminados muros de defensa procedentes de la Época de los Reinos Combatientes (476-221 a.C) y los conectó en una nueva construcción de 4.800 kilómetros. En el 206 a.C, la Dinastía Han extendió el muro hasta el Desierto de Gobi, en Mongolia, para conjurar la amenaza de los hunos que acaudillaba el temido Atila. Pero la Gran Muralla que hoy conocemos procede, en gran medida, de la Dinastía Ming (1368-1644), que introdujo ladrillos como los que se emplean actualmente y convirtió la obra en un prodigio de la ingeniería al extenderse por escarpadas montañas con pendientes de hasta 70 grados.

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La Gran Muralla

Con más de 20.000 kilómetros según las últimas mediciones, el tramo de la Gran Muralla más próximo a Pekín es el de Badaling, pero ofrecen más interés los de Mutianyu y Simatai, a unos 100 kilómetros de la ciudad. Entre verdes y frondosas montañas, este impresionante monumento serpentea por las colinas y resiste a duras penas el paso del tiempo, ya que se encuentra derruido en muchos de sus tramos.

En verano también viene bien darse un buen soplo de aire fresco en el parque de las Colinas Fragantes (Xiangshan Gongyuan), que por hallarse a las afueras de Pekín suele ser obviado por los turistas. Aunque la mejor estación del año para visitarlo es el otoño, cuando las hojas de arce cubren de rojo sus laderas, es un lugar bastante fresco y natural para huir del ruido, la contaminación y el bochornoso calor que hace en la ciudad en verano. Desde la cima, a la que se puede subir en telesilla, se obtienen unas vistas espectaculares de Pekín y del templo de las Nubes Azul Celeste, situado cerca de la puerta norte.

Junto a la Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano y la Gran Muralla, las nuevas atracciones de Pekín son el Estadio Olímpico «El Nido», el Auditorio Nacional («El Huevo»), la Torre de la CCTV y el Mercado de la Seda, donde se venden todo tipo de falsificaciones que atraen a los turistas. Más refinadas son las lujosas tiendas de famosos diseñadores, como Balenciaga o Alexander McQueen, que deslumbran a los nuevos ricos chinos en Sanlitun, la calle de los bares donde triunfan los restaurantes españoles como Migas, Agua, Carmen y Niajo.

Mientras los jóvenes pequineses se desmelenan en las discotecas alrededor del cercano Estadio de los Trabajadores, sus mayores, ataviados con sus mejores galas, se reúnen al atardecer en los parques y plazas para marcarse después de la cena unos bailes de salón prohibidos en China durante la época de Mao. Como si se tratara de una coreografía perfectamente ensayada, las parejas danzan con la misma coordinación que a la mañana siguiente muestran en sus ejercicios callejeros de «tai chi».

Junto a los ancianos que pasean en camiseta de tirantes o pijama por los «hutong», los niños que corren gritando de un lado para otro y las familias enteras que juegan a las cartas o al «mahjong» en la puerta de sus casas, son las estampas del «viejo Pekín» que se resisten a desaparecer sepultadas por los rascacielos que ha traído la modernidad a China.

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