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Los timos del marketing nutricional

Ni lo ‘light’ es siempre sano ni un batido puede sustituir todas las verduras que debemos tomar. La psicóloga Ana Gutiérrez publica un libro en el que destierra los mitos de algunos productos milagro que lo único que adelgazan es el bolsillo

09.06.14 - 08:00 -
Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga forense especializada en trastornos de la conducta alimentaria. / ÓSCAR CHAMORRO

Falta de formación específica, poco juicio crítico, avaricia empresarial, marketing salvaje, esnobismo, condicionantes socioeconómicos y culturales, … todas estas circunstancias y alguna más han dado como resultado un escenario en el que el usuario, en teoría más informado y protegido que nunca, está a merced de todo tipo de triquiñuelas de mercadotecnia encaminadas a transmitir una sensación de salud que, en muchas ocasiones, nada tiene que ver con la realidad.

De esta manera, un yogur ha dejado de ser un simple yogur, el champú ya no es sólo un líquido para limpiar el cabello, la leche ya no es sólo leche y el pan tampoco es únicamente pan. Prácticamente todos los productos (alimentos y cosméticos, sobre todo) que pueblan las estanterías de los supermercados dicen ofrecer algo más; concretamente un algo más dirigido a mejorar nuestra salud.

Echando mano de un gran sentido del humor y de ejemplos cotidianos y perfectamente identificables, Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga forense especializada en trastornos de la conducta alimentaria, ha escrito ‘Consume y calla’ (Editorial Foca), un libro directo y coloquial en el que hace un repaso de los casos más flagrantes de manipulación del consumidor por parte de la industria del sector.

Según la autora, su objetivo no es aterrorizar al lector, sino todo lo contrario. «Se trata de recuperar el sentido crítico y la sensatez a la hora de comprar, para no dejarnos llevar por ese flautista de Hamelín de los reclamos publicitarios que nos dan a entender que tomando tal o cual producto vamos a asegurarnos una salud de hierro, porque no es así hasta que no lo demuestren científicamente», explica.

Y es que, según han avisado los especialistas en la materia, el continuo bombardeo de este tipo de mensajes está favoreciendo la aparición de obsesiones relacionadas con el cuidado personal a través de la alimentación que están muy lejos de ser saludables; eso por no hablar de que tampoco es barato, ya que los productos que te prometen este extra de salud cuestan más que sus versiones convencionales.

Consecuencias para la salud

Con todo, lo verdaderamente rechazable de esta situación no es tanto el perjuicio económico que supone su compra sino las consecuencias que eso puede tener para nuestra salud presente y futura. «Ciertamente las empresas están legitimadas para vender sus productos, para publicitarlos y hay que decir por adelantado que también hay muchas cosas que hacen bien», matiza Gutiérrez Salegui.

«No obstante, para lo que no están legitimadas es para engañar deliberadamente al consumidor haciéndole creer que está enfermo, que se encuentra en riesgo de estarlo o que sus alimentos van a mejorar alguna condición clínica».

¿Y cómo es posible que se transmita una información supuestamente avalada científicamente si no es cierta? Se preguntarán ustedes que, como la gran mayoría de la población asume que la publicidad puede exagerar, pero no asimila que, además, también pueda mentir.

Pues por los recovecos legales existentes, por la laxitud de las sanciones cuando se rompen unos códigos deontológicos diseñados para cumplir el expediente y por artimañas publicitarias tales como transmitir una idea en letras grandes y matizarla en tipografía minúscula escondida en el etiquetado, usar tecnicismos que incluso a los especialistas les resulta difícil descifrar, dar explicaciones complejas prácticamente irrelevantes, establecer asociaciones sin fundamento, basarse en investigaciones diseñadas a medida, recurrir a rostros populares como prescriptores para subirse al carro de su credibilidad… Y así un largo etcétera.

En definitiva, y aun admitiendo que la población debería tomarse más en serio la responsabilidad que tiene sobre sus decisiones de compra, cada vez más anómalas, lo que preocupa a los expertos es la desprotección de ciertos colectivos que aún no tienen juicio crítico o la formación suficiente para ejercer dicha responsabilidad; como son los niños, los adolescentes y las personas mayores.

Público fácil

«Son un blanco fácil para las estrategias engañosas porque si fidelizas a un niño tienes a un consumidor para toda la vida. La gente mayor es muy reacia al cambio, de manera que si le convences, lo haces para siempre. Además los adultos que les cuidan suelen caer en la trampa del chantaje emocional de si no les das estos a tus hijos eres una mala madre o si permites que el abuelo viva sin tomar esto otro eres un mal hijo» argumenta la experta quien, además, recuerda que «confiamos en las autoridades, en la Administración y en los medios de comunicación; no nos entra en la cabeza que nos traicionen o que antes de lanzar un mensaje no hayan hecho un trabajo previo para comprobarlo y ampararnos».

Consume y calla nos ayuda a darnos cuenta de que aunque las estratagemas han evolucionado desde la época de los vendedores de crecepelo que se movían en carromato, la charlatanería sigue estando ahí, aunque con otro envoltorio.

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