Hace unos días se definió como un tipo con “cara de español medio”. Mirándole de arriba abajo no anda descaminado en su autorretrato. No es alto, aunque tampoco se puede afirmar que sea bajo. No es delgado y en absoluto gordo. No va de guapo ni de feo. No parece deportista, pero se calza las zapatillas de correr casi a diario. Parece un hombre tranquilo aunque el nervio le recorre las venas. Ni es joven ni viejo. Antonio de la Torre (Málaga, 1968) le ha dado la vuelta a la definición del ni-ni. Anda a medio camino de muchas cosas y, tal vez por eso, se permite coquetear en la pantalla con personajes que van de un extremo a otro del catálogo humano. Esta edición de los Goya es el ejemplo de su versatilidad y solidez: es el único actor candidato a dos premios por sendos personajes que nada tienen que ver entre sí. El barbudo policía protagonista de 'Grupo 7', un detective introvertido, atormentado y violento, y el rapado soldado secundario de 'Invasor', un militar herido, acobardado y alcohólico.
Aunque algunos no tardaron en compararlo con Robert de Niro, tras subir y bajar de la báscula para su papel en ‘Gordos’ –por el que también fue candidato al Goya y que marcó una frontera en su carrera–, Antonio de la Torre no es un actor del método. O más bien, el método lo tiene entre las tripas y la cabeza. Sus personajes le salen de dentro como un alien y le permiten transformar a placer ese careto de hombre corriente, de hombre medio. Si es por comparaciones, su herencia está más en la línea de un Jack Lemmon o un Alfredo Landa. No es difícil imaginarlo en ‘El apartamento’ (1960) haciendo espaguetis con una raqueta para Shirley McLaine o mirando con la desconfianza del detective que se las sabe todas en ‘El Crack’ (1981).
Más que por la crisis de los cuarenta, Antonio de la Torre está pasando por una revolución. Tras múltiples papeles de reparto, el inesperado Goya por ‘AzulOscuroCasiNegro’ (Daniel Sánchez Arévalo, 2006) cambió los esquemas de este periodista de Canal Sur con sueños de actor. Pidió una excedencia, invirtió los sumandos y se transformó en un intérprete que se acerca a sus personajes con la curiosidad de un periodista. Y desde entonces, este actor que parecía dotado para la comedia, demostró que tenía una cara oculta para el drama. Una evolución actoral en plena madurez que le ha llevado a trabajar con los grandes directores del cine español. Con Pedro Almodóvar acaba de repetir en ‘Los amantes pasajeros’ (se estrena el 8 de marzo), mientas que tampoco falta en el reparto de ‘La gran familia española’, lo último de su ‘hermano’ Sánchez Arévalo. De la Torre anda ahora por Granada comiéndose a la gente. En la ficción, se entiende. A las órdenes de Manuel Martín Cuenca, el actor andaluz da vida a un 'Caníbal', título que sirve además de oportuna metáfora de un intérprete con hambre.
Y aunque se sabe querido y mimado por sus compañeros de profesión, llegará a la próxima edición de los Goya consciente de que el premio al mejor actor tiene una cuenta pendiente con un grande que nunca ha sido galardonado: José Sacristán ('El muerto y ser feliz'). Otra cosa es el apartado de mejor actor de reparto, donde sus opciones están más abiertas frente a José María Pou ('Blancanieves'), Ewan McGregor ('Lo imposible') y el que fue su compañero de reparto en 'Grupo 7', Julián Villagrán. Dos opciones, dos, para un segundo Goya al actor que mejor encarna al español medio.
