Escena de 'La voz dormida'. /Foto y vídeo: Warner
Ficha:
Daría por buena una película abiertamente maniquea si al menos sirviese con suficiencia a su propósito, que en el caso de 'La voz dormida' debería ser alumbrar algunos pasajes oscuros de la desmemoria histórica de este país, pero eso rara vez ocurre. De nuevo la posguerra española, observada a través del velo tópico que filtra la mirada de los vencidos, sirve de escenario a un drama vital novelado al que Benito Zambrano ('Solas') no ha sabido acomodar en los senos de la gramática cinematográfica pura.
Son las tablas de un teatro, inserto en el parque temático de la Guerra Civil, las que soportan el peso de un elenco entregado a la repetición de los gestos propios de una dramaturgia que concentra todo sus poderes en los primeros planos y se olvida de lo que verdaderamente marca la diferencia: los silencios que recogen el eco de la vida.
Probablemente a Benito Zambrano le ha podido la obligación de responder a las expectativas de los lectores del best-seller de Dulce Chacón y se ha olvidado de hacer cine, es un caso que se repite, tantas veces como el cine patrio se apropia de textos literarios ajenos para entregarse a las fantasías de decoradores, responsables de atrezzo y figurinistas. Ni una verdad desnuda es capaz de transmitir Benito Zambrano, ni un minuto deja su cámara de recordarnos que los 16:9 de una televisión casera son el verdadero hábitat de las mujeres coraje interpretadas por Inma Cuesta y María León.
Como melodrama lacrimógeno de sobremesa 'La voz dormida' tiene un pase (entre el parte diario y la misa de seis), pero en una pantalla grande los defectos se multiplican hasta hacerse tan grandes y sonrojantes que cuestionan el criterio de los programadores del Festival Internacional de San Sebastián. Hacen falta más películas ambientadas en la Guerra Civil Española, tantas como haya que rodar hasta que nuestro cine se sacuda el polvo y la reverencia que amontona desde la Transición.
