Los 100Los 100: Cómo sobrevivir en una serie postapocalíptica si eres protagonista

La serie «Los 100», que estrena este miércoles cuarta temporada en SyFy España, no tiene ningún reparo en matar a sus personajes principales, por muy importantes que parezcan para que la ficción fluya

Madrid Actualizado: Guardar
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Cada vez más series demuestran osadía al matar a sus personajes. El desapego maquiavélico con el que parecen urdirse ciertas tramas contrasta de forma evidente con ese otro trato especial que los creadores de ciertas ficciones conferían a sus personajes, envolviéndolos en una especie de aura de inmunidad. Por norma, las series cuidan a sus protagonistas, y solo prescinden de secundarios accesorios, cuyo arco emocional o de acción se ha visto mermado por el resto de acontecimientos. Pocas ficciones, sin embargo, son tan valientes como para despedir a protagonistas, personajes en plena efervescencia cuyo desarrollo apenas ha comenzado a explotar y de los que se espera un recorrido mucho mayor. El factor sorpresa cumple su propósito; y, por supuesto, el impacto deja huella.

Si algo nos enseñó «Juego de tronos» fue que el cariño por los personajes es efímero cuando la mano de los creadores mece la cuna. Muertes inexplicables, aleatorias, justificadas únicamente como tránsito para ceder el testigo a otros. Ahora el legado de la ficción de HBO lo retoma, de forma quizás más intransigente, «Los 100». Y agallas no le faltan.

Cuando una serie parte de una premisa postapocalíptica, las muertes, más que un recurso, parecen el reclamo. Más cuando el modus operandi de los supervivientes de ese desastre nuclear del que parte «Los 100» (cuya cuarta temporada se estrena este miércoles en SyFy España) es tan pragmático como carente de escrúpulos: los delincuentes, da igual la levedad del crimen perpetrado, son condenados a la muerte: «¡Que te floten!», en la jerga de los habitantes celestes. Si son menores, se les convierte en cobayas enviadas en una nave al planeta para comprobar si la especie está capacitada para resistir la radiación. Sin rencores.

Y puestos a rizar el rizo, obviamente la radiación es el menor de los problemas para los humanos. La amenaza está en ellos mismos, en la convivencia, en las disputas territoriales o por el poder, en la venganza, en el lavado de cerebros de sectas tecnológicas... Todo está permitido para sobrevivir, aunque las secuelas que acompañan a los personajes a lo largo de las tres temporadas ya emitidas son evidente. Sus decisiones pueden hacerles más fuertes, pero el libre albedrío les aboca inevitablemente a tortuosos conflictos emocionales. Todos sufren. Y nadie está a salvo. Quizás Clarke, a la que se le da un protagonismo desmesurado teniendo en cuenta que sus habilidades de liderazgo son más un fallido tour de force que una imposición por sus habilidades para sobrevivir. Aunque quizás el creador de esta ficción «juvenil», Jason Rothenberg, vuelva a sorprendernos ejecutándola. No sería la primera vez.

El cementerio de «Los 100» es inversamente proporcional al apego del creador por sus protagonistas, y las lápidas se cuentan por cientos. Cada muerte, lejos de cerrar un ciclo, abre un arco emocional para los protagonistas que tienen que asumir como sea las numerosas bajas. Aunque lo hagan a rastras.

(Spoilers) Si no la has visto y la vas a ver, deja de leer

Wells Jaha, resarcido de una mentira que no había cometido, muere tras hacer las paces con Clarke, por quien se había sumado al viaje suicida a la Tierra. Un torturado Finn, que pierde el juicio tras creer perdida a la «rubia fatale», más mantis religiosa que heroína, es sacrificado tras cometer una matanza fruto de la locura. El amor, como la vida, se lleva a los extremos en esta ficción. Anya, enrocada y a salvo en la tradición de los terrestres y su «Sangre pide sangre», cae abatida, blanco de una flecha «amiga», junto a Clarke, cuando a punto estaba de hacer uso de la llave de la paz que su terca obcecación le impedía. Paradojas. El talento para sobrevivir de la Clarke parece ser poner a otros en la diana en su lugar. Salva a sus diecipico amigos en el Monte Weather, a cambio de inmolar más de un centenar de vidas, incluida Maya, el fantasma que persigue desde entonces a un tétrico Jasper. Y también es testigo de la muerte de Lexa, cuyo romance empezaba a bullir.

Aunque «Los 100» saca músculo de sus agallas con despedidas difíciles, las más controvertidas son las que se deciden de forma apresurada. La muerte de la Comandante es quizás una de las más injustamente tratadas en la serie. Tras sobrevivir en miles de batallas, una bala perdida se la lleva. Lo mismo sucede con Lincoln, eje vertebrador de la alianza entre terrestres y Skaikru, heridos hasta la saciedad, pero ejecutado de rodillas por su nobleza. Decisiones que, lejos de hundir la trama tras su notable protagonismo, la enarvolan. El resto de personajes asume el duelo por sus pérdidas y su arco narrativo se desarrolla por vías impredecibles. Los hay que como Octavia, Raven o Murphy, transitan hacia la oscuridad, en cuya concavidad parecen crecer; los que como Monty, se consuelan en un amor genuino; los que se pasan al otro lado, como Jaha y Kane, o los que calman sus remordimientos —y son muchos los que acumulan— juntos, como Bellamy y Clarke.

Víctimas y verdugos, las fronteras entre ambos se diluyen. Si no existen trabas para cargarse a un protagonista, tampoco las hay para que los villanos corran la misma suerte. Como la vida en la tierra, todo se renueva con una infinita cantera de intérpretes que asumen el foco del primer plano de forma espontánea. Y el ciclo continúa. Todos tienen los días contados en una ficción que juega con la doble moral del bien y el mal en un terreno fértil para que ambas se cuestionen desde según qué punto de vista. Y hay muchos.

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