FESTIVAL DE CANNES

Terry Gilliam sirve el menú de clausura: una quijotesca ensaladilla

«El hombre que mató a Don Quijote» al fin ve la luz, fuera de concurso, en la clausura del festival

Terry Gilliam (arrodillado), ayer en Cannes, junto a los actores de «El hombre que mató a Don Quijote» AFP
Oti Rodríguez Marchante

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El título elegido para la clausura tenía más bien el rango de inauguración: Cannes descorrió el telón, por fin, para «El hombre que mató a Don Quijote» , la película inacabable, la película desgarrada, la película nunca vista, la película que comienza con un cartel que dice: «Y ahora, tras 25 años haciendo y deshaciendo: un film de Terry Gilliam ». Todo el mundo conoce los innumerables problemas y el caos que tuvo la elaboración de esta obra, y ahora podrá conocer también la cantidad problemas y caos que tiene la propia obra, tan consecuente consigo misma que arranca con un equipo de rodaje, un director visionario que interpreta Adam Driver y un grotesco Quijote colgado del aspa de un molino.

Al Quijote cervantino hay que buscarlo dentro de la grotesca historia que lo recubre, la de unos rusos mafiosos, una insaciable ucraniana ( Kurilenko ) esposa del productor, la de un director quijotesco que va en moto y se convierte en Sancho y la de un viejo zapatero que vive en la creencia (desde que interpretó a un Quijote en otro anterior y desastroso rodaje) de que él es el auténtico Caballero de la Triste Figura, trapicheado con gracioso espanglish por Jonathan Pryce . La película tiene un contacto ligero con la Literatura, pero otro mucho más irónico con la Lengua, y Terry Gilliam lo solventa con enorme imaginación, como ese momento en el que Adam Driver, en un español de partir nueces, le da un manotazo a los subtítulos y dice: «hablemos en inglés». Fantástico.

Gilliam consigue entre aspavientos incorporar los dos relatos, el «actual» y grotesco, que apretuja ideas sobre la inmigración o el terrorismo, y el «ilusorio» y atemporal, en el que recoge más o menos episodios cervantinos como en la Venta de Maritornes o el del Caballo Clavileño, aunque la coherencia de todo ello no sea una de sus mejores virtudes y se acabe convirtiendo en una ensaladilla rusa y sopa castellana con tropezones (actores) reconocibles, como Jaenada, Mollá, Rossy de Palma, Sergi López … Se sale y se entra de lo «real» a lo «quijotesco» y alucinatorio sin ton ni son, y muy en ese estilo Gilliam en el que todo se atropella y salta alegremente por los aires.

Con esfuerzo, uno puede percibir entre el tono de comedia desparramada (golpetazos, situaciones burlescas, diálogos irrisorios…) una intención sutilmente poética y melancólica que Gilliam vierte sobre la figura del Quijote, y hasta un punto de crítica y sarcasmo del director hacia sí mismo y su obra, tan apresurada a pesar de las décadas invertidas en ella, y sin proporcionarle a su historia la certeza de un narrador, un punto de vista claro. Lo que sí está claro es que no es Cervantes .

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