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Hotel Europa (***): Sobre los demonios que nos acechan

Tanovic entra de lleno en uno de los mayores peligros a los que se enfrenta el mundo: los nacionalismos radicales, la ceguera y el fanatismo

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A Danis Tanovic, director de cine bosnio, le gusta pisar charcos, y cuanto más barro haya en ellos mejor que mejor. Un cineasta comprometido con el pasado, con el presente y con el futuro. Hoy estrena en España «Hotel Europa», un filme premiado en varios festivales y que tiene cargas de profundidad en cada uno de los temas que trata en 85 minutos de pasión y entrega, pero, sobre todo, mucha desesperanza.

Tanovic retrata varios de los males que aquejan a Europa, pero que bien se podrían extender al mundo presente, que se nos aparece más loco y desquiciado que nunca. El director entra de lleno en las cicatrices de la guerra (y la posguerra) de los Balcanes, en las heridas mal curadas y en los rencores aún latentes que saltan en cuanto la educación y el respeto hacia los otros se resquebrajan mínimamente: «Entiendo la película como una metáfora de nosotros mismos, de Bosnia. Un intento de protegernos de influencias externas, algo que es imposible. Tengo miedo de no haber aprendido de nuestra historia, y es algo que deberíamos hacer», dice Tanovic.

«Mi problema es que vivo en un país de idiotas y fascistas que solo saben empuñar el arma contra quien no opina como ellos»

La película adolece de un exceso de localismo, de nombres históricos serbios, bosnioherzegovinos, montenegrinos, croatas... El punto álgido es una discusión entre una periodista bosnia y un joven serbio de tinte muy radical con ideas que, peligrosamente, empiezan a propagarse como el fuego entre las nuevas generaciones: «Si matáramos a algunos banqueros y políticos, puede que las cosas cambiaran», dice él, a lo que responde ella: «Mi problema es que vivo en un país de idiotas y fascistas que solo saben empuñar el arma contra quien no opina como ellos».

Tanovic entra de lleno en uno de los mayores peligros a los que se enfrenta el mundo: los nacionalismos radicales, la ceguera y el fanatismo, pero, aunque el aluvión de nombres cansa, y mucho, al espectador normal (no sabrá de quién se habla y se perderá en ese laberinto balcánico), el director maniobra con habilidad para puntear con tino otra serie de problemas.

Monstruo de mil cabezas

La comunidad internacional se pierde en discursos absurdos de un triste pasado europeo cuando el presente, ya más que triste, peligroso, le adelanta por todos lados: «Desgraciadamente es así. Sin embargo, creo que hay que dar a las cosas un contexto histórico: Europa nunca ha estado tan bien como ahora. Hace cinco siglos ser judío o musulmán en España no era fácil, o los nativos cuando llegó Colón».

La mafia, presente en media Europa, también se desparrama con su basta grosería por la película, mientras que, paralelamente y ocupando un buen espacio, las luchas entre los sindicatos y las brutales patronales surgen con una violencia inusitada. Tal es el relato de Tanovic, que parece que por aquellos lares no hubiera ni ley ni orden.

Lo que retrata Tanovic, con mayor o menor fortuna, con algunos trazos desvaídos, pero con mensaje clarividente, es que a la gente de a pie nos amenaza un monstruo de mil cabezas, muchas de la cuales son invisibles, mientras que otras son torpes, deslenguadas y con todas las pestes en los poros de su piel. Estas últimas van por delante sin miedo a que las lapiden, pues están protegidas por fuerzas oscuras, malignas y avariciosas.

En suma, un alegato sobre la desolada Europa a la que, según deja entrever Tanovic, nos ha encaminado una comandita de sirvientes que viven con lujo en Bruselas mientras van pisando cabezas al mandato de sus amos invisibles. Lo que ya se sabía, pero a lo que el realizador bosnio ha puesto focos y palabras.

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