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Manchester frente al mar (***): Triste, solitario y terminal

Narra sin manoseos sentimentales la estancia en ese lugar irrespirable del duelo por la pérdida mayúscula, de la tragedia inacabable y del arrepentimiento por lo demolido

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Tal vez Lee Chandler no sea el mejor personaje del año, pero sí, sin duda, el más afligido: no hay nada más en él que tristeza, sentimiento de culpa, vacío y hundimiento, algo nada fácil ni grato de transmitir, al menos en tan abrumadora proporción, y por ello probablemente gane un Oscar el actor Casey Affleck.

La película (tercera) de Kenneth Lonergan respeta al máximo un hemisferio del cerebro del espectador, pues le narra sin manoseos sentimentales la estancia en ese lugar irrespirable del duelo por la pérdida mayúscula, de la tragedia inacabable y del arrepentimiento por lo demolido (flashbacks y melódicos golpes de emoción y música explican los motivos del personaje).

Pero a Lonergan no le interesa tanto el otro hemisferio del cerebro del espectador y lo mantiene a distancia de la hirviente tragedia que vive el protagonista, con una temperatura entre tibia y fría que permite ver toda la rompiente de su dolor sin necesidad de llorar (en manos de un director «apasionado», sería imposible atravesar esta película sin un par de paquetes de kleenex).

La relación de Casey Affleck con su sobrino, tan llena de esponjosidad contenida, o con su exmujer, en un par de escenas de impacto emocional imparable, están tramadas con desgarro seco (su confesión ante la policía, es mármol derretido), sin vocación de humedad, a pesar de que en su interior sean dolorosísimas. Lornegan busca (y encuentra) la intensidad máxima sin entretener, con una propuesta austera, frígida en el subrayado y profundamente depresiva pero ofreciéndole al espectador el blindaje de la distancia. Es una elección para una gran película pero no alegremente recomendable.

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