Crítica de Caras y lugares: La vieja dama digna

Varda continúa su longeva exploración de las relaciones entre la imagen fija y esa otra en movimiento que llamamos cine

Imagen de «Caras y lugares»

ANTONIO WEINRICHTER

Ficha completa

Agnès Varda es un icono personal e intransferible del cine francés y del cine mundial. Con un buen puñado de títulos de ficción en su currículo, es también figura pionera de un formato como el ensayo cinematográfico, muy actual correlato visual de su equivalente literario. Su irresistible personalidad, llena de curiosidad y cariño por el mundo que le rodea, asoma en piezas ensayísticas como su famosa «Los espigadores y la espigadora» o en «Las playas de Agnès». Y desde luego en esta que ahora se estrena, donde convoca también otra de las facetas en las que destaca, la fotografía, y continúa su longeva exploración de las relaciones entre la imagen fija y esa otra en movimiento que llamamos cine.

Concilia esas dos facetas literalmente, al mostrar su improbable asociación con un fotógrafo «hipster» (o como se diga en francés), de doble estatura que ella y la mitad o un tercio de su edad. El caso es que funcionan bien como compañeros de viaje, recorriendo la Francia rural con un proyecto que consiste en exponer enormes ampliaciones fotográficas. Suena a pura ocurrencia pero se plasma en un contacto entre el Arte y la Gente hecho verosímil por la presencia de esa artista gentil que es Agnès. Y hay incluso un insólito clímax final, la escena de la que todos hablan, el frustrado encuentro entre la brujita buena como las brujas de Terry Pratchett que es Agnès, y ese ogro del cine que se niega a salir de su cueva platónica para recibirla que es Godard. Genio y figura.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación