MEMORIA DE DICIEMBRE

Amigos

Cuando un amigo te dice que no hay ningún problema, no lo hay

Dos mujeres se abrazan en señal de alegría. EFE
Antonio García Barbeito

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VINIERON los amigos y todo se iluminó, todo se adornó con las serpentinas de sus risas, todo se construyó con las firmes piezas de sus abrazos, todo se hizo fiesta con las manos llenas de su cariño, con la serena certeza de que lo que se da, se da porque necesitan darlo, y lo que reciben, porque necesitan ser algo del otro en lo que el otro da. Vinieron los amigos y la Navidad empezó a tener sentido en la palabra, en las risas, en las copas, en el recuerdo, en la comida, en la limpia mirada de cuantos sabíamos que allí, en aquel círculo, en aquella reunión, podíamos echarnos a dormir, con la seguridad de que no habría traición, ni chismes que revolotearan, ni escondidos intereses, ni palabras que se preparan para quedar bien. Vinieron los amigos y fue como montar, en un momento, el más entrañable Nacimiento.

Qué alegría, descolgar el telefonillo y ver que es un amigo quien llama; y qué alegría abrir la puerta de la casa y ver una mirada que se enciende por cariño, y unos brazos que te abrazan por necesidad afectiva, y unas palabras que salen, espontáneas, como un lazo oral que necesita amarrarse a nosotros. Los amigos. Los amigos lo encienden todo, lo iluminan todo, lo componen todo, lo solucionan todo. Con los amigos, cuando te reúnes y has tenido un olvido, algo te ha salido mal, no has enfriado la cerveza, no has calentado suficientemente el caldo, no hay problemas, porque ellos se encargan de decir que no son tales, y cuando un amigo te dice que no hay ningún problema, no lo hay. Y eso es una gran alegría. Vinieron los amigos y la luz del mediodía cambió los andares, y la lejanía se acercó, y el vino sabía de otra manera, y la palabra era un pan que partíamos y lo dábamos. Hace muchos años, creo haber escrito algo así: «Es tiempo de familia congregada, / amor, pan y palabra…» Ayer se hizo verdad el verso, se encarnó en los amigos que llegaron como un grupo de campanilleros del cariño, para renovar las canciones de la ternura, para demostrar en un abrazo que no es verdad que llevemos no sé cuánto tiempo sin vernos. El amigo de verdad no llega dando quejas, ni las deja antes de irse, aunque tenga, según nosotros, razones de más para darlas. El amigo de verdad viene a traer amor y se va y deja más de lo que creíamos que había dejado —«…sólo acierta en amor quien se equivoca / y entrega mucho más de lo que entrega…», dice Rafael Guillén—, como un regalo que él no quisiera que supiéramos que es un regalo. Vinieron los amigos y llenaron la casa, la encendieron, la alegraron. Se fueron los amigos y la casa se quedó más llena, más encendida, más alegre. Los amigos…

antoniogbarbeito@gmail.com

Este artículo fue publicado el 15 de diciembre de 2011

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