LA TRIBU

Acoso y derribo

La gran Fiesta Nacional no es el toreo, es el Acoso y Derribo

Las personas sufren a diario acoso y derribo en los tribunales SIGEFREDO CAMARERO
Antonio García Barbeito

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Estoy por apuntarme al bando de los antitaurinos, sobre todo en lo de quitarle el nombre al asunto; digo que apoyo no llamarle más al toreo Fiesta Nacional, porque no lo es o no es la más importante, ni la más celebrada, ni la más antigua. Estoy por apuntarme porque cuanto más tiempo pasa y más vivo, más convencido estoy de que la gran Fiesta Nacional no es el toreo, es el Acoso y Derribo, y como además no hay que sacrificar toros, sino personas, mucho mejor, porque con sacrificar a personas no se mete nadie, absolutamente nadie. Puede usted, a cualquier hora de cualquier día, echarse una pica al sobaco y enfilar el lomo de alguien, o colocarse dos banderillas y citarlo al cuarteo, o cuadrarlo con mentiras, halagos o canalladas y meterle hasta los gavilanes, y tiene asegurado que al menos media plaza lo va a aplaudir y aun sacarán pañuelos en los tendidos del aplauso, y cuando la víctima vaya camino del desolladero y llegue un parte urgente diciendo que era inocente, no pasará nada, buscarán a otra que lo sea, lo parezca o la hayan fabricado para el sacrificio, y todos felices.

He conocido a hombres acosados, por venganza, por envidia, por celos, por maldad natural, y si unos resistieron el acoso y no llegaron a doblar las patas cuando la garrocha clavó su chuzo en los cuartos traseros, y si cayeron se levantaron y siguieron dehesa adelante, otros no aguantaron ni el acoso, y se fueron desmandados, huyendo de tanta maldad como los rodeaba, y dejándoles el campo libre al envidioso, al vengativo, al celoso, al malo. Es verdad que también conozco ejemplares que tendrían que llevar más tiempo derribados que acosados y se han librado —los han librado— de lo que merecían, pero esos quizá sean los menos. He leído hace unos días cómo el infierno de la culpa que le derramaban acabó con un matrimonio que no pudo superar el infierno del acoso. Y tengo algún amigo —ay, Pepe— al que se empeñaron en derribar y no sabían cómo tirarlo a tierra; sufrió lo indecible, y cuando se demostró su inocencia, aún salieron voces pidiendo que siguieran investigándolo, y mi amigo se mantuvo en pie y sin que a su alrededor hubiera cojones de demostrar nada. Acoso y Derribo parece el asunto del máster de Cifuentes, como Acoso y Derribo puede parecernos mañana el sufrimiento de hombres y mujeres que hoy se ven en el banquillo. Conocemos muertos por Acoso y Derribo, o enterrados en vida, y seguiremos aplaudiendo, porque tiene el gran aliciente de que se practica con humanos, no con animales. Y a los españoles, nos encanta. Como si no soportáramos la verticalidad de los que valen. Qué pena. Y qué asco.

antoniogbarbeito@gmail.com

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