Más café

Por si no le había quedado claro, me gusta mucho cómo escribe nuestro alcalde

Yolanda Vallejo

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Como más me gusta nuestro alcalde es por escrito. Lo he dicho muchísimas veces, pero es que no me canso de decirlo. Me desarma esa contención emocional, que combina con un verbo fácil, a la par que florido, salpicado de referencias literarias –la felicitación navideña a los trabajadores municipales me parece la mejor que he recibido este año, con mucha diferencia- y de un regusto añejo al canon clásico. Vamos, que por si no le había quedado claro, me gusta mucho cómo escribe nuestro alcalde, o cómo escribe quien le escriba al alcalde, que me da igual.

Y ya hace tiempo que no escribe. Por eso ando un poco decepcionada; por eso, y porque ahora prefiere deleitarnos con pequeños capítulos de una sitcom casera –muy casera- que no termina de convencerme del todo. Me tenía tan acostumbrada a sus hermosos textos, que los vídeos me parecen como de Los Morancos o, peor aún, como los de Amodeo –al que detesto profundamente, por cierto. Cada capítulo me parece más malo que el anterior. Porque si ya creía que había visto todo con el vídeo de aquellas primarias andaluzas de Podemos en el que nuestro alcalde y su pareja se creían que cantaban «La maza» de Silvio Rodríguez, o con el insuperable episodio «carteros del cambio» con la carta a la querida tita Mari Carmen, «nos ha cambiado mucho la vida, uf, ahora somos carteros» y los cartelitos de «P’Alante Kichi», los guionistas de esta nueva temporada han conseguido que pierda el interés por completo.

La última entrega no tiene desperdicio. Ni en los diálogos, ni en la caracterización de los personajes –impagable él cuando se acerca a la cámara arqueando la ceja y ella pone cara como de Doris Day o de Mercedes Alcántara, si lo prefiere-, ni siquiera en esa última y displicente llamada de atención al camarero –porque son dos anticapitalistas, que si no, pensaría que eran unos opresores burgueses tipo Arias Cañete y su «ya no hay camareros como los de antes». En fin. Que si tiene usted oportunidad, revise el vídeo con atención. Y si no, ya se lo cuento yo, y acabamos antes.

Le pongo en situación. Una pareja desayunando en un bar. Muy de Cádiz lo de desayunar en los bares, por cierto. Cada uno afanado en sus cosas, lo normal; él con su móvil y ella con unos papeles –no sea malo y no haga lecturas heteropatriacarles, ni posgeneristas, por favor. El canturrea por lo bajini una canción –a él le encanta cantar, no lo olvide- y ella le dice un «Chiquillo, que te ha dao por esa canción, que lleva to el día con esa canción en la boca» –reproches propios de esposa sesentera, tipo «Manolo, mírame, que ya no me haces caso»- a lo que él, docto en tantas cosas le contesta «será que son las primarias de Madrid». Claro. Usted se sienta con su pareja en un bar a desayunar y abre un debate en torno a la política madrileña; muy normal, ¿verdad? Yo no sé qué haría usted, pero si a mí alguien me abordara con una pregunta de ese estilo a primera hora de la mañana, saldría corriendo.

Ellos, sin embargo, como son dos activistas, tienen este tipo de conversaciones con toda la naturalidad del mundo. Qué le vamos a hacer; yo hablaría con mi pareja de la compra, del nuevo Mercadona y sus maravillosas instalaciones, incluso del frío que hace, llegado el caso. Pero ellos hablan de las primarias de Madrid, y él le pregunta «¿Quién se presenta?». Ahí se desvela uno de los mayores secretos del vídeo, ella en realidad, estaba estudiando en los papeles lo de las listas, porque coge carrerilla y aunque gramaticalmente mete algún patazo, le cuenta del tirón quién es quién en el mundo Podemos de la capital. Los dos apoyan a Isa Serra, claro, activista como ellos. Esa parte del capítulo es un poco rollo, la verdad, pero luego viene lo bueno. «Que están diciendo por ahí que los activistas no ganamos elecciones» –dice ella muy muy mari- y es entonces cuando él mira a la cámara, o al público y arquea la ceja. Insuperable el trabajo actoral.

Y luego, al más puro estilo Antonio Alcántara, él, muy despacito, le va contando a ella, con grandes dotes pedagógicas, lo que hacen los activistas en los lugares en los que gobiernan, y lo interesante que resulta que Isa Serra gane las elecciones. Es entonces, cuando ella, que en el fondo, parece un poco harta del tema, le dice con tono de esposa abnegada «A to esto, tú que quieres, ¿café descafeinado o café café?»–desafortunado lo del término C.A.F.E., atendiendo a la memoria histórica, pero lo mismo los guionistas no lo saben, qué le vamos a hacer- y él, con la misma seguridad que el que anunciaba que Soberano es cosa de hombres, le contesta «café café, como siempre».

Como siempre, y porque la realidad supera siempre a la ficción, la lista de Isa Serra no ganó y tampoco es que me importe demasiado. Me importa más la imagen que proyecta el vídeo, porque si como dicen, una imagen vale más que mil palabras, alguien debería decirle a nuestro alcalde que volviese al género epistolar. Al menos, nos ahorraríamos toda la parte semiótica. Y bien que se lo agradeceríamos.

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