Esta noche es Nochebuena

La vida nos ha tratado tan mal en los últimos años, que cualquier final nos habría parecido igual de feliz

Yolanda Vallejo

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Y cuando, por fin, se presentó el fantasma de las navidades futuras fuimos nosotros los que le pegamos el susto. Lo estábamos esperando, muertos de la risa, y hasta nos habíamos aprendido el «Ven a mi casa esta Navidad» –a Luis Aguilé cualquier día habría que darle algo, una calle o así– para recibirlo como se merecía. Nunca pensó el fantasma que nada de cuanto traía, ni la crisis, ni la corrupción, ni el ‘desafio independentista’, ni el bono eléctrico social, ni el agua de grifo… nada, nos iba a causar la más mínima impresión. Cuando se presentó, venía como el de Dickens «envuelto en un ropaje de profunda negrura», convencido de que podría sorprendernos, y de que le diríamos como el viejo Scrooge, «Fantasma del Futuro, te tengo más miedo a ti que a cualquiera de los espectros que he visto». No contaba, claro está, con que nos pilla en mal momento. Más fantasmas que nunca y más resabiados, si cabe. Cierto es que cuando nos visitó su hermano, el del pasado, aún se nos escapó una furtiva lágrima, al recordar lo que fuimos. Pero las cosas no siempre son lo que parecen, y después de años haciendo el capullo, hemos salido de la crisálida convertidos, no en mariposas, pero sí en algo que lo parece, que vuela y que no está dispuesto a someterse a más metamorfosis kakfianas.

Así que después de un rato intentando asustarnos con los presupuestos, y con los plenos municipales y hasta con el nuevo carril-bici funcionando; después de mostrarnos las llaves de Valcárcel –gran momento el del traspaso político del llavero–, el edificio de la Aduana y hasta el gimnasio del muelle con sus bonos familiares, terminó por darse cuenta de que con nosotros había poco que hacer desde que nos instalamos en el espanto permanente y salió pitando. Mal negocio el del fantasma.

Porque no ha hecho falta mostrarnos el mañana para que seamos conscientes de nuestro presente y de nuestro futuro. La vida nos ha tratado tan mal en los últimos años, que cualquier final nos habría parecido igual de feliz. Por eso, mientras salen los créditos de este 2017 –año que se ha ganado a pulso un hueco en la historia, por habernos puesto al filo mismo de nuestros precipicios en repetidas ocasiones– ya habíamos decidido que, nada ni nadie, nos iba a quitar otra vez la Navidad.

Y no. No he vuelto a ver a Chevy Chase y su maravillosa ‘National Lampoon’s Christmas Vacation’ –que traducida resulta ‘¡Socorro, ya es Navidad!’ –ni siquiera he sucumbido a mi tentación favorita, la de ver ‘Love Actually’ saboreando los diálogos. Precisamente porque no quiero que nada, ni nadie, me quite la Navidad. Ni siquiera los que se empeñan en cambiarle el nombre, como si el eufemismo «felices fiestas» o lo que es aún peor, «felices fiestas decembrinas» escociera menos en nuestras conciencias políticamente correctas. Ni siquiera los que han conseguido envolverla en papel de regalo con derecho a descambiar el día después. Ni siquiera los que han reducido todo lo que significa la Navidad a un protocolario intercambio de whatsapp, de gifs o alguna llamada perdida que se escapa sin querer. Ni las luces de la calle, ni la pista de hielo sintético, ni las comidas de empresa –han vuelto, y de qué manera, oiga– ni las rebajas mal disimuladas.

La Navidad es mucho más que eso. Y usted y yo lo sabemos. Y dura tan poco que lo mejor es abandonarse en sus brazos y dejar que nos envuelva con el recuerdo de los que ya no están –aunque nunca se hayan ido del todo–, con el calor de los que vuelven como el turrón del anuncio –aunque nunca se hayan ido del todo–, con la inocencia recién estrenada de los niños, con el olor a serrín de un belén donde conviven ovejas y lobos, pastores y reyes, gallinas y zorros, y donde las leyes de la física no tienen ningún sentido. Todo es química, todo es piel. Desde el sabor de las risas mal disimuladas, hasta las miradas cómplices que nos devuelven a la infancia. Todo es juntarse para celebrar la vida que nace cada año por estas fechas, la renovación de la luz, la promesa de que todo va a ir bien. El aceptar que no estamos solos. Eso es la Navidad.

No deje que nada ni nadie se la vuelva a quitar. Piense que nada sería lo mismo si su cuñado no intenta arreglar el país antes de sentarse a la mesa, si su cuñada no protesta por el frío o por el ruido, o por lo que sea, si su suegra no criticara a sus nueras, si su nuera se levantara a echar una mano, si su hija no llegara cuando ya están todos preguntando por ella, si su hijo no rompiera una copa y derramara todo el vino en la mesa. Somos lo que somos y no hay más. Déjese llevar, y deje por unas horas su prejuicios, sus complejos, sus prevenciones, sus escrúpulos. Deje atrás sus fantasmas del pasado, del presente y del futuro.

Disfrútela, dura muy poco. Ya ve, esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Y pasado, quién sabe dónde estaremos. Que sea usted muy feliz.

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