Palabra de Rey

Es curioso que teniendo fama los catalanes de ser los más sensatos entre todos los españoles hayan sucumbido al llamamiento del nacionalismo

José María Carrascal

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De las dos alocuciones del Rey a los españoles, la de Madrid y la de Oviedo, se destacan la firmeza en la unidad de España y el convencimiento de que seguirá siendo la que es por mucho tiempo. Algo que unos españoles atribulados necesitaban como nuestros campos la lluvia. Que lo agradecieron lo demuestra el renacer del patriotismo español no contra nadie, sino con nosotros mismos, indispensable para que todo país funcione. Yo le añadiría un concepto, el de "responsabilidad", que Don Felipe dejó caer varias veces, pero al que apenas se ha prestado atención, tal vez por no ser muy popular entre nosotros, dados a cargar las culpas de lo que va mal en los demás. Cuando la responsabilidad, tanto individual como colectiva, es el base de la democracia, hasta el punto de poder decirse que sin responsabilidad no hay democracia, que depende tanto de los deberes como de los derechos de los ciudadanos.

Pero la responsabilidad ha sufrido tal deterioro en los últimos tiempos que amenaza no ya la idea de nación, sino la convivencia de sus miembros. Causa de ello es esa mezquina idea imperante de la democracia que la reduce a una partitocracia y el resto intentando sacar al Estado lo más posible y a darle lo menos que pueda. Un "yoismo", o culto al yo, que se ha disparado en todo el mundo y en España especialmente, resumido en la máxima de Ada Colau "si una ley no me gusta no la cumplo". Así está Barcelona. No crean que está sola. En español se dice la "santa voluntad", que significa pasarse las normas por la entrepierna. Es lo que ha hecho el Gobierno y el Parlamento catalán saltándose todas las leyes y disposiciones catalanas, españolas e internacionales para abrirse paso a la independencia. Cuando lo está abriendo hacia el caos, como demuestra la huida de empresas y capitales. Viene de la sacralización de la emoción, del sentimiento, muy respetables en la esfera particular, pero que no pueden regir la colectiva, porque nos llevaría a la olla de grillos, como son hoy las tertulias y la política, donde es dificilísimo llegar a acuerdos, al estar los sentimientos regidos por el corazón, no por el cerebro.

Es curioso que teniendo fama los catalanes de ser los más sensatos entre todos los españoles hayan sucumbido al llamamiento del nacionalismo, que es sentimiento antimoderno y autodestructivo. Pero si pensamos en la Alemania de hace un siglo, la nación más culta y pujante de Europa, ya no extraña tanto. En cualquier caso, es imposible negociar con el nacionalismo, que nubla la mente y aleja de la realidad. Se necesita devolverlo a ella porque todos los sentimientos son respetables, siempre que respeten los de los demás. Y, sobre todo, respeten las normas establecidas. Si no respeta esas normas, resulta un caballo desbocado. Dicho en lenguaje jurídico: sin ley, no hay democracia. Ni democracia, sin ley. No estuvo de más que el Rey nos lo recordase a todos los españoles.

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