Esperando la revolución

La gente se cansa pronto, máxime cuando viene el mal tiempo

Pedro García Cuartango

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No se me ocurre nada mejor que una evocación de Julio Camba para empezar esta nueva etapa en ABC, un periódico asociado a la excelencia literaria y que además ha sido testigo de las grandes encrucijadas de nuestra historia contemporánea.

Hace ahora un siglo, Camba fue enviado a Barcelona para que escribiera sobre la Asamblea de Parlamentarios, promovida por Francesc Cambó y compuesta por 68 diputados y senadores. En ella figuraban personajes de la talla política de Pablo Iglesias, Alejandro Lerroux y Melquiades Álvarez. La Asamblea se reunió el 19 de julio de 1917 en el mismo lugar que hoy ocupa el Parlament. Los conjurados contra el Gobierno que presidía Dato pidieron su dimisión, la elección de unas Cortes Constituyentes y la autonomía para Cataluña.

Camba describió el clima de exaltación revolucionaria con el que se topó aquellos días de verano en los que los barceloneses "tomaban baños de sol en la playa y bailaban la sardana en verbenas populares". Una mayoría estaba convencida de que la caída del régimen era inevitable e inminente. «La Revolución será cosa de dos o tres días. Nada más», escuchó el periodista a un líder del movimiento. Cambó acudió a Palacio a explicar a Alfonso XIII sus reivindicaciones y las semanas fueron pasando. Pero no sucedió nada porque el nuevo Gobierno presidido por García Prieto ignoró todas las peticiones de una Asamblea que jamás se volvió a reunir.

«Un público menos paciente hubiera pedido que le devolviesen ya el dinero. La Revolución no se hará ni mañana ni pasado mañana. Habrá que buscar otras emociones», sentenció Camba. Tampoco se hizo en 1934, cuando Companys proclamó un Estat catalá que duró menos de 24 horas tras la respuesta fulminante del general Batet. Aquella asonada acabó en un espantoso ridículo y todo indica que ésta también.

La masiva salida de empresas de Cataluña, la reacción de la UE y la amenaza del artículo 155 han colocado a los independentistas en un escenario en el que, si siguen con su desafío, pueden perder todo lo conseguido en las tres últimas décadas. Les queda el recurso a la calle y a esa «masiva desobediencia civil» a la que llamó ayer la CUP. Pero la gente se cansa muy pronto. El victimismo es muy estimulante, la reivindicación de la diferencia eleva la autoestima, pero empiezan a perder encanto cuando hay que pagar un alto precio.

«Infeliz es el país que necesita héroes», decía Brecht. Y tenía razón porque el heroísmo es para románticos y desesperados, para las gentes que pasan hambre y carecen de libertad. Cuando el sábado pasado, los manifestantes por la excarcelación de Sánchez y Cuixart se fueron a ver el partido del Barça, intuí que su causa volverá a estrellarse con la realidad. Los nacionalistas tienen mucho que perder y, por ello, la Revolución seguirá esperando otro siglo más.

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