Jaime Gonzalez

El domador de elefantes

Donald Trump amenaza con levantar dos muros: uno físico, en la frontera con México, y otro arancelario

Jaime Gonzalez
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Donald Trump amenaza con levantar dos muros: uno físico, en la frontera con México, y otro arancelario. Si las empresas automovilísticas fabrican sus vehículos en la nación vecina, podrían pagar una tasa del 35 por ciento, aunque ayer se desdijera a medias en una reunión con los máximos responsables del sector. Calculen: en México se fabricaron casi tres millones y medio de automóviles en 2015, de los que cerca de dos millones fueron al mercado estadounidense. Como Trump es mal enemigo, no es difícil imaginar que las empresas se plieguen a sus exigencias y trasladen sus cadenas de producción y montaje a EE.UU: no pagarán aranceles, pero la mano de obra se incrementará y el resultado será que subirá el precio del coche "made in USA", a no ser que los fabricantes asuman el incremento de costes.

¿Y qué hará China? Desde luego no se quedará con los brazos cruzados e impondrá aranceles idénticos a los productos estadounidenses. Ford y General Motors, con gran presencia en el mercado de la nación asiática —el primero del mundo en el sector automovilístico, con ochenta millones de vehículos vendidos en 2015—, podrían ver mermados sus niveles de penetración, al elegir los consumidores chinos otras marcas de precio más competitivo.

Una escalada de la guerra arancelaria sería perjudicial para el conjunto de la industria: menos comercio, menos transporte y un menor nivel de actividad económica. Es fácil adivinar que perderíamos todos: fabricantes, empleados y consumidores, aunque unos más que otros. Los más perjudicados, por razones obvias, serían los mexicanos, pero también los estadounidenses, víctimas del achique de espacios de un presidente que no entiende que la economía mundial responde a patrones diferentes a los de la gestión de un gran casino.

El dinamismo de la economía y el mercado americano se sustentan —precisamente— en la ausencia de corsés, en un discreto —casi inexistente— intervencionismo que ha permitido a Estados Unidos remontar en situaciones de crisis. La receta de Trump no solo va contra el sentido común, sino contra su propio país, lo que pondría en cuestión ese patriotismo con orejeras que sigue empeñado en levantar muros —físicos o arancelarios— para blindarse del exterior. Una nación con el potencial de Estados Unidos no puede comportarse como un país menor: la conquista de mercados es una de las señas de identidad de sus empresas, gigantes a los que Trump pretende ahora recluir dentro de casa. Sería como meter a un elefante en una cacharrería. Ni el más avezado domador.

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