UNA RAYA EN EL AGUA

Cataluña y el elefante

La campaña ha derivado en un debate contrafactual imaginario, como si Cataluña fuese a independizarse la próxima semana

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ESPAÑA tiene un problema el domingo, que son las elecciones catalanas, y otro el lunes, que es el de gestionar el resultado previsiblemente favorable al bloque de la ruptura. Los constitucionalistas han entrado a fondo al trapo plebiscitario mostrado por Artur Mas, y lo han hecho porque no había otro modo de activar el voto contrario a la independencia que habitualmente se abstiene de participar en convocatorias autonómicas. Pero en ese afán de frenar la deriva radical del soberanismo han aceptado el frame del adversario y han debatido bajo un marco mental de secesión inmediata, como si Cataluña se fuese a independizar la próxima semana. Y en el fragor de esta campaña a cara de perro se han olvidado del argumento esencial, que es el de que la separación es imposible jurídica y políticamente sin el consentimiento de España.

Esa es la síntesis a la que habrá que volver en cuanto se cierren las urnas, gane quien gane, y que ha quedado dañada en una estéril discusión sobre una tesis sesgada y una hipótesis falsa.

Dicho de otro modo: para desmontar la fantasía de una Cataluña independiente, el Estado y los partidos sistémicos han acabado admitiéndola como viable. Se han centrado en describir las consecuencias ciertamente catastróficas de una conjetura imposible, invocando así al famoso elefante imaginario de Lakoff, cuya presencia basta negar para hacerla involuntariamente evidente. Pero además de mencionar al elefante prohibido, le han dibujado colmillos, orejas, pezuñas y toda clase de detalles. Que si los bancos, que si las empresas, que si la deuda, que si las pensiones, que si la defensa de las fronteras. Resultado: un universo contrafactual en el que todo el mundo imagina, aunque sea para escandalizarse o llenarse de pánico, cómo sería esa nueva nación que sólo los separatistas contemplaban antes de que comenzara el debate.

Ha sido tal la confusión sobre este delirio figurativo que hasta el presidente Rajoy se ha hecho un lío en torno a la presunta nacionalidad de los ciudadanos españoles en un nuevo estado catalán. Esa es la principal batalla ganada por el nacionalismo rupturista: lograr que los demás consideren verosímil su aspiración en vez de negarla de raíz como una superstición o una entelequia. Situar a España y a la propia Cataluña ante el espejismo de la independencia y sembrar el caos intelectual de un reflejo ficticio. Poner la música de un baile trucado.

Por eso hay que regresar cuanto antes a la cuestión esencial, que es la de la legitimidad de la soberanía nacional: no puede haber secesión si el Estado español y sus ciudadanos no la permiten. Si esta evidencia no queda lo bastante clara, el lunes tendremos a varios millones de catalanes excitados –o asustados– con la idea de cazar su quimérico elefante.

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