LONDRES 2012«La mayor alegría de un juego es el trabajo duro implicado en el aprendizaje». Fue el pensamiento que vertebró la vida de Lottie Dod. De ese argumento y de las condiciones que rodearon su existencia surgió una figura que cambió el deporte femenino y cuya herencia todavía inspira a numerosas atletas.
La historia de Lottie Dod se determinó desde su nacimiento en el seno de una familia adinerada por el comercio textil. Desde joven disfrutó de la posibilidad practicar deportes de moda entre la aristocracia victoriana y acercarse así a sus primeros éxitos. Si a los 15 años ya había ganado el incipiente torneo de Wimbledon y el apodo de 'pequeña maravilla' por su juventud y su altura (1,52 metros), con 21 primaveras ya lucía pentacampeonato. «Fue la encarnación de la elegancia, la precisión y la determinación en la cancha», relata su descripción en el Salón de la Fama del Tenis, al tiempo que esconde su pelea por vestir ropas más adecuadas a la práctica de ejercicio que las permitidas a las féminas por las reglas y la sociedad de la época.
No obstante, tras cinco triunfos en el torneo de hierba y solo cinco derrotas en su historial completo decidió dar un giro a sus ambiciones por aburrimiento. Primero probó con el hockey, con dos participaciones con la selección inglesa en amistosos no oficiales en los que llegó a anotar un gol. También acertó con el golf, con el que su destreza la permitió recibir una invitación para jugar en un torneo reservado solo para hombres en Estados Unidos. En su país, su manejo del hierro la elevó hasta un segundo puesto en el torneo nacional y el posterior reconocimiento del Libro Guiness de los récords como una de las dos mujeres más versátiles del mundo del deporte.
La guinda a su carrera la puso el laurel olímpico. A los 29 años había comenzado a practicar con arco y flechas junto a su hermano con los aficionados de Welford Park en Newbury y poco después ganó su primer torneo. Su evolución y su espíritu de aprendizaje propiciaron su mejora y un puesto en el equipo británico para los Juegos de Londres en 1908. Aquel verano típico inglés el viento arreció el primer día de competición mientras que la lluvia y las tormentas condicionaron la segunda jornada. Entre sus 25 rivales no estaba la mejor arquera de la época (Alice Legh) y Dod se colgó una medalla de plata que unió al oro de su hermano en la modalidad masculina.
Años después, tras su segundo puesto en en 'Grand National' de la especialidad, optó por apartar el arco y las flechas para encontrar otro nuevo deporte que estimulara su esfuerzo por aprender. Sin embargo, el estallido de la I Guerra Mundial se cruzó en su camino y dirigió sus esfuerzos al cuidado de los heridos. Su ámbito se limitó al territorio británico ya que los médicos impidieron su traslado a las líneas del frente por su ciática.
Después de la 'Gran Guerra' recibió el reconocimiento por su esfuerzo humanitario y por su aportación al deporte mientras su silla nunca estuvo vacía en su querido torneo de Wimbledon. Cuando murió escuchando una retransmisión por la radio de un partido del torneo de tenis legó cinco victorias sobre el césped londinense, varios títulos en golf y una medalla de plata olímpica. Pero además de su destacada demostración polifacética entregó a la humanidad la inspiración de un icono deportivo femenino.
