Sociedad

METANOIA

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hacía el recorrido entre Ensenada, México, hasta San Diego, California, utilizando la Autopista Panorámica, que se asoma al Pacífico encaramada sobre una serie de titánicos taludes. En una ocasión, ya de regreso, me precedía una doble cisterna de carburante que inopinadamente empezó a arder. Se bloqueó el camino y todos empezamos a corretear gesticulando, despavoridos, intentando apagarla con mucha voluntad y poco ingenio. Cuando las llamas y el denso humo auguraban lo peor, allí atrapados como hormigas en la boca de un horno, apareció un camión mexicano de bomberos. De él se bajó un bomberito, uniformado de amarillo y con un casco descomunal, que cruzó el arcén con la parsimonia propia de un paseante despistado, mientras todos los demás corríamos atolondrados. Inspeccionó las cisternas, entre la humareda, casi sitiado por las llamas, sin inmutarse y, sobre todo, sin alterar el ritmo cansino de sus pasos. No atendía a los gritos ni a los aspavientos. Subió a las cisternas, con misterioso aplomo, haciéndonos temer que las llamas lo iban a convertir en pavesa. Pasó una eternidad hasta que lo vimos bajar incólume, para manipular algo tras la cabeza tractora. De pronto, todo se sofocó gracias a una implosión que él había provocado. Recuerdo muchas veces esta experiencia, pues llegué a la conclusión de que este héroe había evitado una tragedia por actuar despacio, muy despacio. Primero diagnosticó, reflexionó y después actuó con eficacia. En España solemos hacer lo contrario, primero actuamos y después reflexionamos.

Para la Psicología Cognitiva, para Peter Senge, metanoia corresponde al hecho de aprender en relación con la metacognición, o el superconocimiento, lo que supone acometer actos desde un cambio de enfoque seleccionando otra perspectiva para evaluar los actos antes de acometerlos. Plantarse ante los efectos de la crisis sin analizar las causas que la generan, sin atajar de raíz las razones que la dinamizan, sin aportar soluciones drásticas a las causas inductoras de este desequilibrio, y, sobre todo, sin cambiar de actitud para paliar sus nocivos efectos, resulta, cuanto menos, un ejercicio ciego, necio y suicida, más aún y si cabe, si este saludable cambio de enfoque no comporta realizar un profundo ejercicio de diagnóstico autocrítico.

La situación socioeconómica y sociocultural de Cádiz, es una inmensa cisterna incendiada. Y para evitar los riesgos de explosión dramática hemos de actuar con serenidad, con aplomo y arrojo, pero desde un claro cambio de actitud. No podemos seguir culpando a otros de aquello que debemos resolver nosotros, aunque nos duela reconocer, asumir, que hemos errado. Cádiz tiene un claro porvenir, si somos capaces de valorizar nuestro inmenso patrimonio, material e inmaterial, nuestras riquezas nacionales, que no hemos sido capaces de convertir aún en modelo holístico de negocio. Reflexionemos despacito y actuemos con diligencia y sin discordia. Mano sobre mano, corazón con corazón.