Un joven palestino se enfrenta a pedradas a un tanque israelí, en la Intifada de 2002. :: REUTERS
Sociedad

De mártires a actores

Hoy se cumplen seis años del final de la segunda Intifada. En Yenín, uno de los puntos más castigados, la violencia dejó marcada a una generación de niños, dispuestos a morir por Palestina. El Teatro de la Libertad les da una alternativa: la resistencia cultural

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Un día se me acercó un alumno y me dijo: 'Nabil, ya no quiero morir por Palestina; ahora quiero ser actor'. Es por cosas así por las que existe el Teatro de la Libertad». Nabil Al-Raee, director de interpretación del Teatro de la Libertad, es uno de los integrantes de un proyecto que ha devuelto el futuro y las ganas de vivir a muchos niños y jóvenes del campo de refugiados de Yenín, al norte de Cisjordania, cerca de Nablús, un lugar difícil para vivir.

El campo de Yenín, de unos 12.000 habitantes, pasa por ser uno de los más hostiles con la ocupación israelí. Por ello, la ofensiva que el ejército de Israel lanzó entre el 1 de marzo y el 7 de mayo de 2002, fue la más larga y cruenta de cuantas se produjeron contra campos de refugiados palestinos durante la segunda Intifada, que oficialmente concluyó tal día como hoy del año 2005.

Tanques y soldados hebreos atacaron el campo con el objetivo de desmantelar las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, brazo armado de Al Fatah. El resultado de la ofensiva se conoce entre los palestinos como 'La masacre de Yenín', ya que aseguran que los muertos alcanzaron el millar. No opina lo mismo Israel, que establece en 52 el número de víctimas palestinas, todos combatientes. Según Naciones Unidas, en aquel ataque murieron 497 palestinos y 23 soldados judíos.

El combate provocó que el odio y el miedo se apoderaran de toda una generación de chavales, que se puso un objetivo claro: ser mártires. «Sin duda, moriría por Palestina en cualquier momento», admite Samir Farhat, de 22 años, en el salón de su casa de Yenín. «Y yo», le sigue Madmood, su hermano pequeño, de 14. Nadia, la madre de ambos, les mira con ojos desesperados. Mohamed era el mayor y él sí cumplió su deseo en 2002: ahora su foto armado con un Kalashnikov y una cinta islámica en la frente preside el salón. «No me hagáis esto», suplica Nadia a sus hijos. «Con uno basta.».

Más de 3.000 niños del campo padecen algún tipo de fobia social o problema comunicativo como consecuencia de aquellos combates. Viven en casas hacinadas y superpobladas y apenas pueden salir de la ciudad, rodeada de puestos de control del ejército israelí. Casi todos los vecinos han padecido la muerte de alguien cercano y el recuerdo sigue presente con las enormes fotos que empapelan el campo y que ensalzan la memoria de quienes murieron en combate, 'los mártires'. Están por todas partes. Ese es el paisaje de Yenín. Pero entre tanto miedo y dolor, asoma la esperanza. Se llama Teatro de la Libertad.

Fundado por una israelí

Este centro, escuela de teatro para chicos y chicas del campo de refugiados, fue destruido durante la ofensiva. Curiosamente lo había fundado antes de la batalla Anna, una ciudadana israelí casada con un palestino. Anna murió años después y su hijo Juliano Mer Khamis decidió abandonar su carrera de actor, regresar a Yenín y reabrir el teatro en 2006. Desde entonces, cientos de niños y no tan niños han pasado por sus aulas y escenarios. Han aprendido a interpretar, sí, pero sobre todo, han recobrado la esperanza en un futuro que parecía vacío. «Desde pequeño», explica Hiad Mohadma, un alumno del teatro de 21 años, «tengo muchos amigos que quieren morir por Palestina. Lo único que hacen es estar en la calle fumando y hablando de morir por la causa. Los que se fueron a Israel a intentarlo, murieron. Ese es el futuro si eliges ser mártir: nada. Pero con el teatro, con la cultura, tienes una nueva vida, un nuevo futuro. He aprendido que existen otras maneras de resistir».

Mariam Kahled tiene 18 años y también es alumna del teatro. Gesticula sin parar y agita un botellín de agua mientras habla. «Éste es el lugar para luchar contra la violencia porque la violencia empieza cuando eres niño, y aquí se intenta cambiar eso». Su imaginación corre más que sus palabras. «Yo quiero ir a Hollywood, triunfar como actriz, y regresar para ayudar a mi país. Así es como se ayuda a Palestina, con la cultura», afirma convencida.

Doce profesores de diversos países europeos componen el cuerpo docente del teatro. «Nos traen ideas nuevas -explica Momen Swytati, un joven de 21 años- y con el paso del tiempo nos hemos dado cuenta de que nosotros, los alumnos, somos otro modo de resistencia». «¿Y quién defenderá nuestras tierras cuando nos ataquen y vosotros estéis haciendo teatro?», le recrimina un niño que escucha sus palabras montado sobre una vieja bicicleta. «Hay otras maneras de resistir», le responde Momen. «La tercera Intifada no será violenta, será la Intifada cultural», añade ya sin mirarle.

Adnan Naghnaghiye, director de escenografía, apuesta por liberarse de la ocupación israelí a través de la cultura. Egad Hurani, un alumno oculto bajo una gorra negra, interviene: «Lo que queremos aquí es mantener la cultura. Si la gente pierde la cultura, no podremos hacer una revolución. Sin cultura no hay nada». Egad habla pausado. Su hermano, Yousef, también se interesó por el teatro años atrás. «Pero las cosas empeoraron y tomó la decisión de que sería mejor ser mártir que actor». Yousef murió durante aquella brutal ofensiva.

También un cine

La alternativa cultural que el campo de refugiados de Yenín intenta sacar adelante no se limita al Teatro de la Libertad. Mamoun Kanaan, de 22 años, y Muna Staiti, de la misma edad, lideran el ambicioso proyecto de devolver a la vida el Cinema Jenin. Este cine fue destruido durante la primera Intifada y gracias a un programa financiado por Alemania está a punto de volver a funcionar. «Queremos ofrecer cultura a la ciudad», explica Mamoun. «No es simplemente un cine, es un símbolo. Nadie creía que un campo de refugiados pudiera tener un cine, pero lo hicimos para demostrarnos que podemos desarrollarnos y cambiar nuestras vidas. Es una fórmula para que las cabezas de la gente comiencen a funcionar y construir un nuevo futuro». Muna añade: «No tenía sentido seguir luchando con las armas. Lo único que logramos fue perder gente y tiempo. Los refugiados han visto que esto es una nueva alternativa de lucha».

Todos los voluntarios que acuden a ayudar con el proyecto del Cinema Jenin se alojan en la Guest House de Randa Sinam, el único hostal juvenil de Palestina.

De vuelta al Teatro de la Libertad encontramos que una obra de teatro con actores profesionales va a dar comienzo. Las luces se apagan. Todos los alumnos están entre el público. Uno de ellos, Hiad, susurra su última reflexión. «Perdimos cuando hicimos las intifadas. Perdimos amigos, casas, trabajos, familiares. Perdimos. Nuestro gobierno tampoco hace nada y los israelíes lo controlan todo. Así que la mejor forma de ganar es hacer que nuestro mensaje llegue al mundo. Y ese mensaje se traslada mejor a través de la música, del teatro. Ésa es la forma de que llegue la verdad y eso nos hará ganar. Ahora no queremos luchar con las armas. Queremos paz». La función comienza.