Muy chungo. Que les voy a contar. Quien más y quien menos tiene que pringar. Muy pocos son los privilegiados que se salvan y pueden disfrutar de una semana cien por ciente feriante, llena de lunares, farolillos, rebujitos, serranitos y tigres, muchos tigres por favor. Todos intentamos apretar la jornada laboral. Llegar a la mesa de trabajo lo más tarde posible y poner el punto final a una hora decente para llegar a un Real todavía iluminado por la luz solar. Pero por más que se intentan cuadrar las horas, no hay manera. El día sólo tiene 24 y es imposibles incrustar las teóricas ocho horitas de obligación. Uno se quiere ir a comer a la caseta de los amigos, tomarse las copitas siesteras con la familia, la merienda con los compañeros de trabajo, la cena con la parienta y las nocturnas copas del desenfreno vaya a saber con quién.

La cuestión es que se necesitan más minutos para cuadrar el planillo de la etapa feriante. Los afortunados pueden ir tirando gracias a la jornada continua, pero la sentencia llega cuando hay que volver por la tarde a la oficina. El rebujito hace estragos. La pesadez del potaje y el fino corriendo por la venas resta agilidad a la mente. Y eso no es lo peor. Esto se convierte en agonía cuando el puntito riñe con el agobio por acabar cuanto antes, para volver al Hontoria antes de que enciendan el alumbrado. Me permito el lujo de proponer. Una iniciativa por la que todos los jerezanos tengan obligatoriamente una semana de vacaciones gracias a la cual puedan disfrutar perfectamente de la más bonitas de sus fiestas sin tener ningún tipo de opresión que les impida darle a las puntillitas regadas con el caldo de la tierra y de fondo el golgorio del Opa voy hace un corrá. Qué nos gusta. Total, ¿qué puede pasar por una semana sin comercios ni periódicos?