SEAMOS sinceros. ¿Ustedes también son aficionados a los documentales de la Dos? Claro que sí. Aquí nadie ve el Tomate. Y todos somos los primeros en levantarnos de nuestro asiento en el Cojetusa cuando vemos a un anciano avanzar renqueante con su bastón por el pasillo, con un movimiento sexy que denota el magnífico estado de los adoquines de Cristina.

Tampoco hemos reenviado spam a todos nuestros contactos, para salvar a una avutarda soriana, so pena de sufrir la maldición de los monjes carmelitas de la Santa Inquisición, los orcos de Mordor y el ídolo más venerado de Belice. Yo soy como ustedes. Nunca he hecho nada de esto. Pero siempre hay una primera vez para todo. Mi bautismo fue la semana pasada, en la que recibí un correo electrónico sobre las diferencias de los niños de ahora y los de hace veinte años.

Y es cierto. Me he dado cuenta de que mi generación ha sido la última que ha disfrutado más pateando un Tango Azteca en las canchas de la Asunción, que jugando al Fifa en la Play Station. La última que disfrutó del Día de la Bicicleta como si fuera el Tour, que sabía que Shimano no es un cómic manga, y que no confundía a BH con una marca de whisky. La última generación que corría por el Parque González Hontoria jugando al poli y ladron. Los últimos en recorrer los barrios (Barriada España. La Constancia, Capuchinos...) pidiendo partido como si fuera una justa medieval y que soñaron con la equipación de Butragueño en vez de con una noche de botellón. Los tiempos cambian. Y no son mejores ni peores. Simplemente, diferentes.