Donald Trump, fotografiao este viernes en la Trump Tower, cuando falta una semana para que jure su cargo como presidente de EE.UU.
Donald Trump, fotografiao este viernes en la Trump Tower, cuando falta una semana para que jure su cargo como presidente de EE.UU. - AFP

Trump combinará el populismo con concesiones a los republicanos

Se estrenará con un ambicioso plan de infraestructuras, una reforma fiscal, el desmantelamiento del Obamacare y el estudio para alzar el muro con México

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
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Aunque es difícil encontrar referencias históricas para comparar a Donald Trump con alguno de sus antecesores, el juego de parecidos apunta dos nombres: Richard Nixon y Ronald Reagan. El primero, por su mala relación con la prensa. El segundo, por ser lo más cercano a un «outsider» en la lista de 44 presidentes que han antecedido al magnate. Pero, además de la experiencia que ya acumulaba como sindicalista en Hollywood, quienes trabajaron con el actor recuerdan que sus inicios fueron discretos. Todo lo contrario de lo que se barrunta para los primeros cien días de Donald Trump, quien, rodeado de enemigos, incluidos los propios, contribuye a amplificar la disputa disparando desde su cuenta de Twitter.

No es extraño que el presidente entrante llame un día sí y otro también al saliente, con quien mantiene conversaciones más largas de lo habitual

El próximo sábado, 21 de enero, primer día en el cargo tras la toma de posesión en el Capitolio de Washington, el ruidoso promotor inmobiliario se va a encontrar con la dura realidad de tener que decidir sobre el futuro de Estados Unidos y, en buena medida, del mundo. El cúmulo de asuntos trascendentales que recibirá de su guardia pretoriana de asesores, que a su vez pugnarán por filtrar las iniciativas de los miembros de su Administración (la mayoría, veteranos expertos y destacados profesionales), anuncia a Trump un inicial dolor de cabeza. Incrementado por el difícil equilibrio entre su director de gabinete, Reince Priebus, puente con la mayoría republicana en el Congreso, y su homólogo de estrategia, el polémico Steve Bannon, pregonero de la supremacía blanca y estrechamente unido al yerno de Trump, el hombre que susurrará al nuevo presidente. Un galimatías que pondrá a prueba su conocida impaciencia. No es extraño que el presidente entrante llame un día sí y otro también al saliente, Barack Obama, con quien mantiene conversaciones más largas de lo habitual, según ha podido saber ABC.

El andamiaje institucional, jurídico y político que comparten la Casa Blanca y el Congreso hace difícil que cualquier decisión avance con velocidad. Por esa razón, la demolición del sistema de cobertura sanitaria, el llamado Obamacare, ha requerido esta semana de un anticipo rápido en forma de aprobación de enmiendas en el Congreso. Trump no es un convencido ideológico, pero sabe que la medida le conecta con el votante conservador. Al igual que el «pragmático» neoyorquino, como le ha calificado Obama, emprenderá la construcción del muro con México como reclamo que le une a su «movimiento». Ni siquiera la designación del juez para cubrir la vacante de la Corte Suprema, previsiblemente de perfil conservador, será más que un guiño al republicanismo.

Crecimiento económico y empleo

La gran convicción de Trump es la de acelerar el crecimiento económico y la creación de empleo. Es su gran apuesta, la de «gestionar el país como una empresa». Y sería el logro capaz de devolver a sus fieles el decisivo apoyo que le ha llevado hasta la Casa Blanca. Pero el presidente electo sabe que no le bastan las operaciones de marketing que, bajo amenaza de aranceles, han forzado a las grandes compañías a anunciar inversiones en Estados Unidos. Para «elevar el bienestar de los trabajadores», su objetivo, sobre todo en los estados industriales que le dieron la victoria, tendrá que dirigir una política económica y enfrentarse con los resultados. Su plan es lanzar un programa de infraestructura, valorado en un billón de dólares, y una ambiciosa rebaja fiscal. Pero Trump se encuentra con dos grandes problemas: no le será fácil imprimir un ritmo capaz de reducir la tasa actual de desempleo, del 4,6%, el mínimo desde antes de la crisis, un éxito de Obama, y tiene que lidiar con una deuda desbocada, a punto de alcanzar los 20 billones de dólares.

Para cuadrar números, los republicanos están dispuestos a admitir una subida de impuestos al consumo

Para cuadrar números, los republicanos están dispuestos a admitir una subida de impuestos al consumo (VAT, el IVA europeo) que compense inicialmente la bajada de los directos. Pero el aumento del techo de deuda topará con el grupo más conservador entre los republicanos, el llamado House Freedom Caucus, vinculado al Tea Party. Suponiendo que consiguiera superar ambos obstáculos, el ambicioso plan de construcción de autovías, ferrocarriles y hospitales, deberá contar con la empresa privada, como se propone Trump. El inconveniente es cuánto detraerán a las arcas públicas los incentivos fiscales que plantea ofrecer a cambio. La otra baza para incentivar el crecimiento será la supresión de las regulaciones financieras que aprobó Obama en el arranque de la crisis.

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