Los padres y la hermana de Jo Cox, la diputada laborista asesinada durante la campaña del Brexit, a su llegada el pasado martes al tribunal de Old Bailey, en Londres
Los padres y la hermana de Jo Cox, la diputada laborista asesinada durante la campaña del Brexit, a su llegada el pasado martes al tribunal de Old Bailey, en Londres - AFP

Reino UnidoAsesinato de Jo Cox: «Fue un ataque premeditado, brutal y por motivos políticos»

El juicio por la muerte de la diputada laborista destapa el horror del crimen, ocurrido en plena campaña del Brexit

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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El asesinato de la diputada laborista Jo Cox, de 41 años y madre de dos niños de tres y cinco, cometido a una semana de la votación del referéndum, no fue el simple y terrible arrebato de furia de un loco, como se dio a entender en su momento. «Fue un ataque brutal, cobarde y premeditado y por motivos políticos», ha manifestado el fiscal en el juicio, que durante tres semanas se celebra en el tribunal londinense de Old Bailey.

La vista, a la que acuden cada día con impresionante estoicismo los padres y hermana de la víctima, ha revelado todo el horror de los últimos instantes de la parlamentaria europeísta. El acusado, el neonazi Thomas Alexander Mair

, un hombre calvo de mirada clara y gélida, que se ha dejado la perilla en la cárcel y asiste al juicio de traje y corbata, se afirma «no culpable» y se niega a declarar. De 53 años, está siendo juzgado como terrorista.

Birstall, con 16.300 vecinos, es una villa de West Yorkshire, en ese norte de Inglaterra tristón y un poco alicaído. Su atractivo original era su mercado victoriano, que se celebra cada jueves. Cercana a un nudo de autopistas, hoy actúa también como pequeño pueblo dormitorio de Leeds, a solo diez kilómetros. El jueves 16 de junio, la diputada laborista Helen Joanne Cox, Jo, acudió allí para su hora semanal de reunión con los votantes de su circunscripción. La británica es una democracia de proximidad y esos obligados encuentros se denominan «surgery» en la jerga política.

¡Gran Bretaña, primero!

La cita iba a tener lugar en la biblioteca de ladrillo de Birstall. Jo Cox, una mujer menuda de pelo trigueño, bajó de su coche junto a dos asistentes, una de ellas su principal ayudante, la musulmana Fazila Aswat. Thomas Mair, que llevaba en pleno junio un abrigo oscuro para ocultar sus armas, se lanzó contra ella a las 12.50 de la tarde. Primero la apuñaló con un cuchillo de combate de hoja de 9 centímetros. Luego la remató a tiros, empleando una escopeta de cañones y culata recortados, de calibre 22. Le asestó 15 puñaladas, que le alcanzaron el pecho, estómago, corazón, hígado, un brazo y una mano. Le disparó tres veces a bocajarro, una en el pecho y dos en la cabeza. Empleó una munición de caza especial, que aumenta los destrozos. Uno de los disparos atravesó la mano izquierda de Jo, que trataba de proteger su cara. Muir daba voces de «Gran Bretaña primero ¡Esto es por Gran Bretaña! ¡Gran Bretaña siempre lo primero!».

Fazila Aswat golpeó al agresor con su bolso intentando auxiliar en vano a su jefa. La detonación del primer disparo alertó a Bernard Kenny, un heroico minero jubilado de 77 años que estaba en su coche. Kenny vio la situación y acudió en defensa de Cox, pero recibió una puñalada en el abdomen. Se desmayó cuando pedía auxilio en una bocatería cercana.

«¡Escapad, escapad! Que me hiera a mí y no a vosotras»

En la primera andanada del ataque, Jo gritó a sus ayudantas que se alejasen: «¡Escapad, escapad! Que me hiera a mí y no a vosotras». Mair se alejó calmoso, pero giró y regresó a donde la diputada yacía desangrándose. «Parecía querer asegurarse de que las heridas iban a ser mortales», señala una testigo. Disparó a Cox en la cabeza y se marchó «en paz, como si nada le importase». Fazila apoyó la cabeza de Jo en su regazo y trató de animarla hablándole de sus hijos. Era inútil. «No, me duele demasiado», fueron las últimas palabras de Cox. Murió en un hospital cercano, a las 13.48 horas.

Mair fue detenido a los veinte minutos del crimen. Dos policías le dieron el alto cuando circulaba con visera de béisbol negra, camiseta gris, pantalones negros y una bolsa. «Soy yo», respondió levantando sus brazos. «Soy un activista político», añadió.

El acusado era un jardinero en paro, un solitario con antecedentes de tratamiento por depresión, que vivía de la ayuda social y hacer pequeñas chapuzas para sus vecinos. Casi cada día acudía a la biblioteca municipal a navegar en internet. «¿Se necesita cita para ver a Jo Cox?», preguntó a un bibliotecario dos días antes del asesinato.

Su rastro en los buscadores muestra que en los tres días previos al ataque entró en páginas neonazis, en la cuenta de Twitter de Cox y buscó información sobre William Hague, europeísta y antiguo líder del Partido Conservador. También accedió a información sobre asesinos en serie, el Ku Klux Klan, las SS, presos políticos y páginas médicas sobre el hígado y la médula espinal. Tecleó en Google una pregunta que anunciaba sus intenciones: «¿Es un calibre 22 suficiente para matar de un tiro en la cabeza a un ser humano?».

La madre de la víctima es una mujer pequeña de pelo cano y corto, secretaria de escuela y de gran parecido físico a su hija. El padre, jubilado, trabajaba en una fábrica de pasta de dientes. Cogidos de la mano con su hija superviviente reviven cada día en el tribunal la tragedia de Jo Cox, que sobrecogió al país, sí, pero tal vez no tanto como se debería esperar.

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