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Un mural en La Habana con la bandera de Cuba - REUTERS

La incertidumbre vuelve a reinar entre La Habana y Washington

Aunque Trump aún no ha aclarado su política exterior, peligra la distensión con Cuba

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En el imprescindible análisis-entrevista publicado el pasado abril por la revista The Atlantic, el acercamiento de EE.UU. a Cuba se enmarcaba dentro de una serie de éxitos en política internacional «potencialmente históricos» alcanzado en la recta final de la Administración Obama. En esa lista -ahora más provisional que nunca tras la victoria de Donald Trump- se incluían logros como el tratado contra el cambio climático; la iniciativa de libre comercio con Asia (TPP); el delicado acuerdo nuclear con Irán; y, por supuesto, el esfuerzo por normalizar relaciones diplomáticas con Cuba.

Bajo el título The Obama Doctrine, el presidente reconocía que su experiencia le llevaba hacia el fatalismo sobre las limitaciones de Estados Unidos para dirigir eventos globales. Y aunque él sabe que muy poco se puede lograr en asuntos internacionales sin el liderazgo de Washington, no deja de resentirse de las enormes fuerzas que «frecuentemente conspiran contra las mejores intenciones de EE.UU.»

Contradicciones

La apertura de Cuba formaría parte del capítulo de contradicciones creativas que acumula la política exterior de Obama. Por un lado, el presidente se ha ganado una reputación casi merkeliana a favor de la prudencia. Por otro, no ha tenido reparos en cuestionar algunos de los dogmas tradicionales de la diplomacia estadounidense. Hasta el punto de replantearse abiertamente porqué los enemigos de Washington son enemigos. En ese contexto, se enmarca la voluntad de Obama de acabar con el consenso bipartidista que durante medio siglo ha gobernado las relaciones de Washington con La Habana.

Durante buena parte de la Administración Obama, EE.UU. no ha hecho más que perder influencia en América Latina. Su presidencia ha coincidido con el desarrollo en el continente de un nuevo regionalismo, más político que económico. Una tendencia materializada en detrimento de la Organización de Estados Americanos, como veterano árbitro de crisis y conflictos en la región. En su conjunto, el hemisferio americano ha demostrado suficientes ganas de vertebrarse a nivel regional a pesar de todas sus conocidas divisiones entre liberales y neo-desarrollistas.

Aislamiento

En el análisis publicado por The Atlantic, Obama reconocía que la apertura de Cuba forma parte de un intento de recuperar esa influencia perdida, eliminando un problema que en la práctica aislaba más a EE.UU. que a Cuba. Según el presidente, superar ese obstáculo forma parte de su deliberada aproximación a las relaciones internacionales. Con el objetivo de restablecer un nuevo tono en esos vínculos coincidente con el debilitamiento sufrido por la izquierda bolivariana. Según recuerda Obama: «Cuando tomé posesión, en la primera Cumbre de las Américas que atendí, Hugo Chávez era todavía la figura dominante en la conversación. Tomamos una decisión muy estratégica desde el principio que consistía en lugar de darle importancia como un gigantesco adversario, colocar el problema en su justa medida y decir "No nos gusta lo que está pasando en Venezuela pero no es una amenaza para Estados Unidos"».

Antes de recalibrar las relaciones con los vecinos del sur, Obama ha tenido que aguantar toda clase de diatribas por parte del eje del chándal: «Cuando me encontré con Chávez, le estreché la mano y me entregó una crítica marxista (Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano) sobre las relaciones de EE.UU. con América Latina. Y me tuve que sentar y escuchar a Daniel Ortega despotricar durante una hora contra Estados Unidos. Pero por estar allí, y no tomarnos todo eso en serio porque realmente no era una amenaza para nosotros, hemos ayudado a neutralizar el anti-americanismo en la región».

Todo este intelectualizado esfuerzo de Obama contrasta con la incertidumbre diplomática que supone la llegada Trump a la Casa Blanca, con la asignatura pendiente entre muchas de aclararse sobre su política con Cuba tras las contradicciones acumuladas durante su delirante campaña. Por un lado, figura el hombre de negocios que desea acabar con el embargo y generar nuevas oportunidades económicas en la isla caribeña (es decir, una política exterior a lo chino, sin valores). Y por otro, el candidato republicano que denuncia las atrocidades castristas y la prioridad de no ofrecer ventajas adicionales al régimen de La Habana.

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