FRANCIAEl realismo político hunde a Manuel Valls

El primer ministro francés aspira a reformar el socialismo francés, pero no puede vencer la resistencia al cambio de su partido

Corresponsal en París Actualizado: Guardar
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Manuel Valls (Barcelona, 1962) se convirtió en el hombre de estado más popular de Francia de los últimos cincuenta años, al denunciar el «arcaísmo» de las izquierdas y pedir que su partido, el PS, abandonase la palabra «socialismo», por considerarla «anticuada» para una organización que debería hacer frente a una política más realista.

Pero dos años de gobierno, como primer ministro de François Hollande, lo han hundido en un abismo no menos histórico de impopularidad. Tras esa tragedia íntima está el laberinto cainita de las izquierdas francesas, alejadas de los obreros, divididas en incontables capillas antagónicas, muy minoritarias política, social y culturalmente en un Francia cuyas crisis de fondo han sido agravadas por el inmovilismo gesticulante de la pareja Hollande-Valls.

En octubre de 2012, a los seis meses escasos de la elección de Hollande como presidente, un 75% de los franceses tenían buena opinión de Valls, estrella ascendente del «social liberalismo» nacional. Era necesario remontarse a Charles de Gaulle y Georges Pompidou, en las fuentes bautismales de la V República, para encontrar personalidades con una estima popular tan profunda, que nunca tuvieron Mitterrand, Giscard, Chirac o Sarkozy.

Ministro del Interior del primer gobierno Hollande, entre mayo de 2012 y abril de 2014, Valls perdió respaldo pero su prestigio se mantuvo incólume. Al ser nombrado primer ministro, en la primavera de 2014, su cota de popularidad estaba en el 49%. Pero tras asumir los sucesivos zigzags de Hollande, Valls comenzó a hundirse, para caer en el pozo negro de una impopularidad récord este fin de semana, cuando apenas un 18% de los franceses tienen una opinión positiva de él.

Valls se convirtió en el personaje político más popular de Francia tras la publicación, el 2008, de un libro de entrevistas titulado «Cómo acabar con el viejo socialismo… para ser de izquierdas, al fin», que provocó una tormenta intelectual entre las izquierdas francesas. Sus tesis de entonces son bien conocidas: «Hay que acabar con el arcaísmo de izquierdas». «La palabra socialismo ha dejado de tener mucho sentido: fue una gran utopia contra el capitalismo del siglo XIX, pero hoy está difunta». Durante tres años, Valls continuó atizando una tormenta de ideas que causó estragos, con declaraciones de este tipo: «El Partido Socialista corre peligro de muerte, encerrado en una arcaica visión del mundo... El PS está en una encrucijada: debe renovarse o morir».

Bisagra entre derecha e izquierda

Entre 2008 y 2012, Valls intentó romper con el «arcaísmo» de las izquierdas francesas. Aquella batalla arraigó su prestigio en el corazón sociológico de Francia: clases medias inquietas por la crisis, obreros clasificados y el electorado moderado de centro-izquierda y centro-derecha. Si Valls hubiese roto por aquellos años con el PS, y hubiera fundado su propio partido, social-reformista, quizá continuaría muy alto en los sondeos, como personalidad «bisagra» entre las izquierdas y las derechas.

Pero prefirió seguir a François Hollande en su aventura personal, seducido por el poder. Las izquierdas socialistas, comunistas, ecologistas y radicales no le han perdonado nunca su posición «social liberal» «social reformista». Las derechas, centristas, tradicionales o muy conservadoras, no le han perdonado su fidelidad a Hollande, quien ha arrastrado a su jefe de gobierno hasta el infierno de la impopularidad absoluta.

Valls soñó –y sigue soñando– con suceder a Hollande en la jefatura del Estado. A once meses de la próxima elección presidencial, la pareja Hollande-Valls tiene menos intenciones de voto que Marine Le Pen, la candidata del Frente Nacional (FN, extrema derecha). Valls no pierde la esperanza: y confía en liderar, antes o después de la próxima elección presidencial, a los «reformistas social liberales». La inmensa crisis nacional abierta por la reforma laboral ha reabierto viejas heridas. Pero Valls espera capitalizar una eventual «victoria» contra los sindicatos.

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