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Una religiosa llora junto a la escena del atentado del pasado domingo en la catedral copta de El Cairo - REUTERS

El estigma de ser copto

Los ataques a la minoría cristiana egipcia se han multiplicado por el rumor de que contribuyeron al golpe de estado de 2013, que ilegalizó a los Hermanos Musulmanes

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Los coptos son alrededor de nueve millones en Egipto, un diez por ciento de la población, y ocupan todos los estratos de la sociedad civil, desde los más humildes hasta los más brillantes del empresariado nacional. Coptas son algunas de las familias de mayor abolengo de Egipto, como la del ex secretario general de la ONU Boutros-Ghali. Y también los más miserable de entre los miserables del país del Nilo. En la macrourbe de 18 millones de El Cairo coptos son los que, desde hace un centenar de años, se encargan de la recogida de la basura a domicilio, los Zabalines. Sus varones se encargan de la recogida de desperdicios, puerta a puerta, y las mujeres y los niños se ocupan de diferenciar en sus chabolas los plásticos y papeles del material orgánico, que servirá para alimentar a los cerdos que en Egipto se les permite criar solo a ellos.

Los cristianos egipcios han sufrido siempre –y las dictaduras laicas de Nasser, Mubarak o la actual de Al Sisi no han sido una excepción– una abierta discriminación por parte de la mayoría musulmana. No ocupan los primeros puestos ni en la política, ni en la judicatura y menos aún en el ejército. Nadie como ellos representa la esencia del país –el nombre de «copto» procede del término griego «egipcio»–, pero el islam les ha condenado al vasallaje por su fidelidad a la fe cristiana.

En su mayoría los coptos son ortodoxos seguidores del monofisismo, una doctrina considerada herética tanto por la Iglesia católica como por la principal corriente ortodoxa. Los monofisitas creen en la existencia de una sola naturaleza en Cristo, la divina, que habría asumido hasta anularla la naturaleza humana. No obstante, mantienen una magnífica relación con la minoría católica, de rito oriental. Todo el universo copto –envuelto en una atmósfera de iconos, humo de velas y ceremonias en el idioma original–, retrotrae al Egipto preislámico, una de las primeras comunidades cristianas del mundo y la más numerosa de Oriente Próximo, donde nació el profundo fenómeno de los eremitas del desierto en el siglo IV.

Su vieja presencia en la llamada Casa de la Protección (dar al-sulh) debería garantizarles en teoría la tutela del islam a un alto precio (discriminación en la vida pública, obstáculos a la construcción o reforma de las iglesias), pero la realidad es muy distinta. La persecución de los coptos se ha agravado en los últimos años con la quema frecuente de iglesias y los ataques por parte de grupos islamistas violentos, que muchas veces quedan impunes.

Sobre los coptos pesa ahora un nuevo estigma: el rumor popular de que contribuyeron al golpe de 2013 que puso fin al régimen de los Hermanos Musulmanes, un movimiento que hoy se considera salafista y proscrito pero que llegó al poder con un programa de islam moderado.

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