Los derechos humanos, víctimas colaterales de la cumbre entre Kim y Moon

Los intereses de la “realpolitik” impiden criticar la feroz represión de Pyongyang

Una brigada ciudadana trabaja en el campo en la carretera Pablo M. Díez
Pablo M. Díez

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Con su compromiso por la desnuclearización, la histórica cumbre del viernes entre las dos Coreas ha abierto una nueva puerta a las esperanzas de paz dentro de la reciente distensión entre el Norte comunista y el Sur capitalista. Pero sus dirigentes, Kim Jong-un y Moon Jae-in , no hicieron ni una sola mención a la terrible situación de los derechos humanos en Corea del Norte. Sometidos por uno de los regímenes más brutales del mundo, se calcula que entre 80.000 y 120.000 personas se pudren por motivos políticos en campos de trabajos forzados ('kwan li-so').

A su calvario se suma la feroz represión con que Pyongyang controla a los 25 millones de norcoreanos, bombardeados desde la cuna hasta la tumba por la propaganda y víctimas de un paranoico Estado policial donde todo el mundo es siempre sospechoso de algo. Para evitar la influencia exterior, el régimen vigila sus fronteras e impone una censura sobre prácticamente todo, ya que la mayoría de la información difundida por los medios estatales no es más que un kafkiano culto al líder que recuerda al de Stalin en la extinta Unión Soviética o al de Mao en China.

«Como ha reconocido el Consejo de Seguridad de la ONU, los abusos sobre los derechos humanos en Corea del Norte y las amenazas a la paz y seguridad internacionales están intrínsecamente conectadas», denunció hace unos días en un comunicado Brad Adams , director de Human Rights Watch (HRW) en Asia. Junto a otras 40 ONG, HRW envió una carta al presidente surcoreano, Moon Jae-in, pidiéndole que abordara la cuestión en su encuentro con Kim Jong-un. Si lo hizo, nadie se ha enterado.

Una vez más, los intereses de la «realpolitik» se imponen a la demanda de mejorar los derechos humanos en Corea del Norte. Una omisión especialmente sangrante porque Moon Jae-in se forjó como abogado especializado en luchar por los derechos humanos durante los años de la dictadura en Corea del Sur. Como presidente, tiene que abrazar a otro dictador.

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