El Ártico, la última frontera del pulso global

El calentamiento climático derrite una zona hasta ahora congelada e inexplorada. Los ingentes recursos que antes ocultaba el hielo y la posible apertura de nuevas rutas de navegación han despertado la ambición de las potencias.

La Rusia de Putin lleva ventaja en una carrera en la que también participan Estados Unidos y que no está exenta de fricciones.

Madrid Actualizado: Guardar
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Con sus 21 millones de kilómetros cuadrados, el Círculo Polar Ártico ocupa un 6% de la superficie de la tierra, unas 40 veces lo que España. Hasta hace poco era un confín inhóspito y carente de todo interés político. Pero las cosas han cambiado. Como el clima. El calentamiento global, ya casi unánimente admitido por los científicos, está derritiendo los casquetes polares y poniendo al alcance de la mano los ingentes recursos que durante siglos han escondido. Según estimaciones del Departamento Geológico de los Estados Unidos, el Ártico alberga unos 90.000 millones de potenciales barriles de crudo y 40.000 millones de barriles de gas natural, cifras que explican que las principales potencias hayan afilado sus colmillos en torno a la región.

Sobre todo la Rusia de Putin, que marcha a la vanguardia en una carrera que marcará las relaciones internacionales en las próximas décadas y que ya ha dado lugar a fricciones.

Porque no son solo los recursos, sino también las expectativas. El deshielo ha abierto nuevas rutas de navegación hasta ahora vetadas que podrían darle un vuelco a los circuitos comerciales tradicionales. En 2009, un mercante alemán de la compañía Beluga Shipping utilizó el conocido como Paso del Nordeste para llegar a China, inaugurando así un itinerario más corto que el que lleva a través del Canal de Suez. Son muchos los que creen que esta vía septentrional de conexión con el gigante chino y los pujantes focos exportadores asiáticos podría llevar a la decadencia de enclaves protagonistas durante todo el siglo XX como Suez o el Canal de Panamá.

Aunque rusos y estadounidenses son los actores principales en el litigio polar, no son los únicos. Noruega, Finlandia, Suecia, Canadá, Islandia, y Dinamarca, que ostenta la soberanía de Groenlandia, plantean reivindicaciones en la zona, ávidos de asegurarse un trozo de la tarta de su explotación económica. Pero los derechos de unos y otros, basados en su proximidad geográfica al Ártico, están lejos de estar claros. De acuerdo con la Convención Internacional de Derechos del Mar de la ONU, suscrita en 1982, a los países citados les pertenecen por su condición de limítrofes los recursos naturales presentes en el subsuelo y en el fondo marino situados hasta a 200 millas de su territorio, 350 si logran probar que tal extensión conecta con su plataforma continental. Con tal fin, las autoridades danesas han promovido misiones de exploración subacuática en las que han invertido decenas de miles de millones de euros, un desembolso que habla a las claras del potencial económico ártico.

La carrera territorial se había venido ventilando en el Consejo Ártico, constituido en 1996 en el que España participa desde 2006 como observador permanente. Pero en este foro hace ya tiempo que se perdió la armonía y sus miembros viven en un contencioso permanente. Estados Unidos y Canadá no se ponen de acuerdo sobre los límites fronterizos de Alaska, lo mismo que Rusia y Noruega con el mar de Bering o Canadá y Dinamarca respecto a la isla desierta de Hans. Canadienses y daneses discuten también con los rusos por la soberanía de la cordillera submarina de Lomonosov. A esta larga lista de estados litigantes hay que sumar a los esquimales, hasta 420.000 personas agrupadas en medio centenar de tribus indígenas que también reclaman sus derechos sobre la tierra que habitan.

Los hechos consumados de Putin

En este contexto de disputas jurídicas internacionales, el presidente ruso, Vladímir Putin, decidió apostar por los hechos consumados. El nacionalismo que inspira la política exterior de Moscú y que explica intervenciones como las de Crimea o Siria, ha llegado hasta el Ártico. La carrera comenzó en 2007, cuando Artur Chilingárov, explorador polar y también vicepresidente de la Duma, colocó en el fondo del océano Ártico una capsula rematada por la bandera rusa. Desde entonces, Moscú no ha dejado de dar pasos encaminados a asegurarse el control de una zona que en los años de la Guerra Fría fue teatro natural de operaciones para las fuerzas armadas soviéticas y que la doctrina de seguridad del Kremlin identifica como prioritaria. Para una economía basada en las exportaciones energéticas como la rusa, llevar la iniciativa en el pulso por el Ártico resulta vital, como ha reconocido Dimitri Rogozin, el hombre de Putin para la industria de defensa. Pero las razones del Kremlin no son solo estratégicas. También son sentimentales. Rogozin llegó a describir el Ártico como la Meca rusa.

Y para blindar esa meca, Putin no ha dudado en activar su poderosa maquinaria militar. Rusia tiene desplegados en la zona buques rompehielos de propulsión nuclear que se empeñan en escoltar a los navíos extranjeros que navegan por el área bajo su control so pretexto de evitar daños al medio ambiente. También construye puertos estratégicamente ubicados en la península de Kola y ha decidido fortalecer su Flota del Norte con nuevas embarcaciones que se incorporarán en los próximos años y secundarán al buque insignia, el crucero nuclear portamisiles Pedro el Grande. Asimismo, ha reabierto bases aéreas de la época soviética y construye instalaciones militares diversas en los archipiélagos árticos.

El ímpetu ruso empujó a sus rivales en la zona, especialmente a Estados Unidos. En Washington, los pasos del resolutivo Putin causaron desconcierto. La Casa Blanca publicó en 2013 su Estrategia nacional para la región del Ártico y el presidente Obama visitó en septiembre de este año Alaska en un claro afán por reinvindicar las barras y las estrellas en la región ártica, pero, como mandos militares estadounidenses lamentan públicamente, «ni siquiera jugamos en la misma liga que Rusia». La decisión de duplicar el despliegue de interceptores de misiles es uno de los últimos pasos que el Pentágono ha dado para equilibrar la balanza. En su estela, países tan poco propensos al militarismo como Noruega o Dinamarca también intensifican la presencia y actividad de sus ejércitos.

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