Shinzo Abe
Shinzo Abe - EFE

La victoria de Abe impulsará las reformas económicas y el nacionalismo en Japón

El primer ministro sale reforzado de las elecciones anticipadas y se propone seguir abogando por la reforma de la Constitución pacifista

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Esta es la crónica de una victoria anunciada. Tal y como se preveía, el primer ministro de Japón, el conservador Shinzo Abe, obtuvo una arrolladora victoria en las elecciones celebradas ayer, que él mismo había adelantado consciente de su fuerza y, sobre todo, de la división entre la oposición.

La coalición que forman su grupo político, el Partido Liberal Democrático (PLD), y la formación budista Komeito l ograron 326 de los 475 escaños de la Cámara Baja del Parlamento. Con esta supermayoría de dos tercios, que también le dará el control de sus 17 comités parlamentarios, el Gobierno de Abe tendrá las manos libres para seguir adelante con su política económica con el fin de sacar al país de la recesión.

«La economía, lo primero», declaró Abe exultante a la televisión NHK en la sede de su partido tras conocer los resultados. Además de continuar con su programa de multimillonarios estímulos a base de obras públicas y con el crédito fácil y la depreciación del yen para potenciar las exportaciones, su Gobierno intentará reformar el mercado laboral para flexibilizarlo y darle mayor cabida a la mujer. Junto a la negociación con Estados Unidos de un tratado de libre comercio en el Pacífico, Abe impulsará la reactivación del medio centenar de reactores nucleares que siguen parados desde el desastre de Fukushima en 2011. A pesar de la fuerte oposición social, su puesta en marcha resulta vital para dejar de depender de las costosas importaciones de petróleo y gas natural licuado porque antes aportaban un tercio de la electricidad que se consumía en el archipiélago nipón.

Pero no sólo la economía centra la agenda de Abe, que también tiene previsto potenciar el creciente nacionalismo nipón. Para hacer frente al auge de China, que le disputa el liderazgo en Asia además de las islas Senkaku (Diaoyu), se ha propuesto reforzar el papel internacional de Japón, empeñado desde hace años en dejar de ser un «gigante económico, pero enano político». Entre sus aspiraciones destaca la reforma de la Constitución pacifista impuesta por EE.UU. después de su derrota en la II Guerra Mundial para permitir operaciones militares de su Ejército en el extranjero. «Reformar la Constitución ha sido el deseo largamente ambicionado por nuestro partido desde su fundación», anunció Abe, quien se comprometió a «hacer los esfuerzos para que crezca el debate público sobre este asunto».

Por su parte, el opositor Partido Demócrata de Japón (PDJ) confirmó su grave crisis al sumar sólo once escaños a los 62 que tenía, muy por debajo del centenar al que aspiraba. Sumido en serias divisiones internas, al PDJ le sigue pasando factura su etapa en el Gobierno entre 2009 y 2012, cuando acabó con la hegemonía del PLD y prometió unos cambios radicales en Japón que finalmente se quedaron en nada. A su fracaso político también contribuyó un desgraciado hecho ajeno como el tsunami de 2011, que arrasó la costa nororiental de Japón y provocó el desastre nuclear de Fukushima, la peor catástrofe que ha sufrido el país desde la II Guerra Mundial.

En cambio, quien sí ha subido como la espuma en estas elecciones ha sido el Partido Comunista de Japón, que ha aprovechado el descontento social contra las medidas neoliberales de Abe para pasar de 8 a 21 diputados. Oponiéndose a la vuelta a la energía atómica y al creciente militarismo de Japón, su presidente, Kazuo Shii, se congratuló de haber encontrado el respaldo sobre todo los jóvenes por su activo papel en las redes sociales. «Abe dice que su política económica es la única solución, pero hay una grave preocupación entre la ciudadanía de que es peligrosa», advirtió Shii, según informa el periódico «Mainichi».

Su ascenso es similar al de otras formaciones populistas en Occidente por el impacto de la crisis y la globalización, que ha puesto techo al crecimiento de los países más avanzados al no poder competir con las naciones en vías de desarrollo. Aunque Japón sigue siendo la tercera economía del mundo, no levanta cabeza desde el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis asiática de los años 90, que ha acabado con el sistema de «empleos para toda la vida» en una corporación al que estaban acostumbrados sus ciudadanos.

Buena prueba de la apatía política del electorado es que, según las estimaciones de la agencia de noticias Kyodo, la participación en los comicios fue sólo del 52 por ciento, la más baja desde el final de la II Guerra Mundial y siete puntos por debajo de 2012. Y es que muchos japoneses no entendían por qué Abe había convocado elecciones cuando sólo llevaba dos años en el cargo, salvo para salir reforzado.

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