Galicia, refugio de contrabandistas, espías y desertores en la Segunda Guerra Mundial

El tráfico de wolframio y el flujo de información del Eje y de los Aliados convirtieron el noroeste peninsular en un escondrijo clave desde el que se gestaron operaciones decisivas de la contienda

Madrid Actualizado: Guardar
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España enfilaba el final de su propia agonía cuando en Europa empezaba a germinar la que sería su segunda gran guerra en menos de un siglo. La tensión en la que se ahogaba el Viejo Continente buscó aire en los alrededores, y lo encontró en Galicia, a la que convirtió en un potente escondrijo desde el que se gestaron algunas operaciones decisivas para la contienda.

Mientras el país buscaba entre los restos de la Guerra Civil cómo evitar sucumbir a la pobreza, las aldeas gallegas, fracturadas social e ideológicamente en vencedores y vencidos, se transformaron en «ciudades sin ley» y crecieron de forma desproporcionada con la llegada de aventureros, prostitutas y presos políticos a los que se les ofrecía una redención de penas por la explotación en las minas de un material hasta el momento olvidado

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Espoleado por el auge del wolframio en 1939, el territorio gallego se reinventó y resurgió como nido del mercado negro. Los alemanes necesitaban el mineral para reforzar los cañones y tanques de la industria militar nazi; los británicos, que no tenían interés en el wolframio, se lo compraban al mejor postor para sabotear el flujo al Tercer Reich, y luego lo tiraban al mar. Su puja lo convirtió en «el oro gallego», la materia prima más cotizada, y sus precios se incrementaron notablemente, como también lo hicieron las riquezas de los que traficaban con él.

Cartel de película «Lobos sucios»
Cartel de película «Lobos sucios» - AGALLAS FILMS

Convirtiendo en suyo el lema de la generación beat de «vivir rápido, morir joven, y dejar un bonito cadáver», Galicia aprovechó su momento, utilizando un dinero «que llegaba de manera tan rápida como se iba», confirma el profesor de Historia Contemporánea de la USC Emilio Grandío a ABC. Pese a un leve repunte en 1950 con la Guerra de Corea, el éxito del wolframio se esfumó y, debido a la presión extrema ejercida por Gran Bretaña y EE.UU. sobre el comercio español, al que amenazaban con bloqueos (por ejemplo, del petróleo) si no detenía el tráfico de mineral, perdió interés a partir de 1944, cuando la Segunda Guerra Mundial expiraba ya su último aliento.

«No hubo ni guerra ni matanzas»

«Vigo no era una ciudad común», asegura el periodista Carlos G. Reigosa, autor de «La venganza del difunto», una novela sobre el papel decisivo que desempeñó Galicia durante esta contienda. En la ciudad olívica «no hubo ni guerra ni matanzas», pero tampoco todo fue el wolframio. También confluyeron redes de espionaje del Tercer Reich y de contraespionaje británico y, en sus dársenas, además de repostar y hacer relevos de tripulación, se aprovisionaron submarinos alemanes del Atlántico Sur. «Todo eso transcurría en medio de la calma absoluta de Vigo, con poca gente informada, aunque había detalles delatores, como la gran cantidad de 'haigas' (coches de lujo) en proporción a la población, teatros y cines llenos… hasta los pintores gallegos se trasladaron a la ciudad porque, en plena posguerra española, era de las pocas ciudades vivas, donde se movía dinero», comenta.

También se convirtió en puerta de salida para los que huían del rigor de la metralla. «Estas redes forman parte de un universo secreto por su propia condición», explica Grandío. «Desde 1940, los británicos deciden intervenir y aprovechan una especie de carril que pasaba por los Pirineos y permitía atravesar la Península hasta la costa gallega». Los Aliados utilizaban estas rutas para dar salida no solo a judíos que huían del Holocausto, también a otros represaliados por el régimen nazi como refugiados europeos o miembros del SOE (Dirección de Operaciones Especiales de la Corona británica) a los que querían repatriar.

« A partir del 43, Franco, que hasta el momento se hacía el sueco y permitía salidas controladas por su posición de país neutral, comienza a denunciar estas actividades y a boicotearlas en parte. Esos mismos itinerarios que se gestan en el mercado clandestino son utilizados a partir de entonces por los nazis», con quienes el Generalísimo estaba más cómodo ideológicamente.

«No hay pruebas de que Hitler esté muerto»

Y uno de ellos pudo ser Adolf Hitler, que no se habría suicidado en su búnker el 29 de abril de 1945, sino que habría huido a través de un túnel secreto hasta el aeropuerto de Templehof, desde donde habría volado a España y, posteriormente, a Galicia. Una de las controversias históricas que más teorías conspiranoicas ha despertado, y que ahora aborda el documental de History Channel «Hunting Hitler», que cita como base 700 documentos desclasificados por el FBI en 2014. Protegido por la red nazi que se había tejido en el noroeste de la Península, el Führer habría pasado desapercibido, y se embarcaría en Vigo, como tantos otros generales de su régimen, para terminar refugiado en Argentina. Hasta J. Edgar Hoover, el mítico director de la Agencia Federal de Información, tenía sus dudas: «Los oficiales del Ejército estadounidense en Alemania no localizaron el cuerpo de Hitler ni hay ninguna fuente fiable que pueda decir, sin dudas, que Hitler está muerto».

Para Reigosa, este aura de leyenda que rodea al Führer fue alimentada de forma consciente por los soviéticos, que trasladaron los restos de su cadáver a Moscú al término de la guerra y, en 1970, el KGB los incineró y arrojó sus cenizas a un río. Por si no hubiese suficientes gérmenes para la conspiración, se descubrió hace siete años que el cráneo que aún conservaban los rusos no era de Hitler, sino de una mujer de unos 40 años, de acuerdo a los estudios del ADN.

La «ruta de las ratas»

Aunque Reigosa no da mucha validez a la supervivencia del líder nazi, sí recoge en su novela, a partir del testimonio verídico del político del PSOE Paco Vázquez, que, a pesar de no existir documentación que lo constate, no sería descabellado pensar que Josef Menguele sí hubiese sido uno de esos generales del Tercer Reich que dejaron España a través del muelle de Vigo para evitar las represalias del bando vencedor tras el conflicto, en lugar de huir a través de Génova. Y no habría sido el único en elegir los puertos gallegos como punto de fuga hacia una nueva vida. «Los enemigos la conocían como la 'ruta de las ratas', y por ella huyeron personas notables del régimen nazi», cuenta a ABC.

«Galicia es una zona idónea para traficar con gente u ocultar información porque se encuentra en una esquina y es menos visible», aclara Grandío. Por su posición geográfica, escondida al noroeste de la Península, la Comunidad gallega fue una de las «cocinas» de esas estrategias que determinaron parte de la Segunda Guerra Mundial.

«Los alemanes comienzan a establecer redes de espionaje y de vigilancia desde la victoria del Partido Nazi en 1933, y a activar colonias alemanas en el extranjero que se extenderán hasta el final del conflicto», explica el experto. Los convencieron utilizando el pretexto de que cada ciudadano o empresa germana pertenecía al Tercer Reich y tenía la obligación de ayudar al Eje como su prolongación, con la anuencia del franquismo, que había declarado al país como No Beligerante en la contienda pero que, jugando con la ambigüedad de su carácter en una dictadura personalista, «daba bandazos» con una política de perfil favoreciendo sobre todo al Eje, pero también a los Aliados.

Núcleo de espionaje y contraespionaje

Pero los nazis no fueron los únicos en instalar en Galicia servicios secretos. El contraespionaje británico comenzó en la Comunidad en 1940, «creando y reactivando redes de información y sabotaje. Empiezan activando las redes consulares y comerciales ya establecidas en España, incluida Galicia. Esas redes están formadas por diplomáticos y sus familiares, empresarios que llevan años en la zona y nativos a los que se les prometen incentivos honoríficos o monetarios. Así enviaban información, fotografías y planos a Londres», cuenta Grandío. Con unos servicios de información de base, los británicos comienzan a infiltrar a finales de 1941 y principios de 1942 a espías adiestrados. Y operaban de manera similar a las redes de información nazi.

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Allanando el terreno para los espías americanos que comenzarían el trabajo de campo en Galicia entre 1942 y 1943, «el SOE entra en contacto un año antes con la Federación de Guerrillas de León-Galicia (organización antifranquista pluripartidista formada por anarquistas, socialistas y comunistas que pretendía recuperar la democracia) para contrarrestar los planes del régimen de Hitler.

En principio fluía la información, pero no corría la sangre. Aunque no siempre fue así. De hecho, Reigosa en su novela emplea una vez más un testimonio real para demostrarlo. En esta caso utiliza el del fallecido periodista Celso Collazo, testigo directo desde la ciudad olívica del trajín de judíos en una pensión y de sus conversaciones con el enlace que les daría pasaportes hacia Latinoamerica, para contar la misteriosa muerte de Leslie Howard. El actor, famoso por su papel de «Ashley Wilkes, el amor imposible de Scarlett O’Hara en la película "Lo que el viento se llevó", murió en 1943 en un avión que derribaron los nazis frente a la costa gallega (...) Era inglés, hijo de un judío húngaro. Cuando comenzó la II Guerra Mundial, vino de Estados Unidos y se puso al servicio de su Gobierno (...) cuando regresaba de hacer una gestión y volaba desde Lisboa a Inglaterra en un DC-3 «Ibis», varios cazas alemanes fueron a por él a pocas millas de la costa y lo derribaron», recita el personaje, resucitado para la novela.

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