Los Trump ponen fin a sus agitadas vacaciones

El presidente de EE.UU. avisó de que no dejaría de trabajar en sus días de descanso y ha cumplido: sigue instalado en la polémica

El matrimonio Trump en Nueva Yersey el domingo REUTERS

JAVIER ANSORENA

Los estadounidenses son diestros en la contracción y el neologismo y las vacaciones no quedan fuera de su inventiva. Todo el mundo sabe lo que es una «staycation» -cuando te quedas en tu ciudad durante el periodo vacacional- y también gana popularidad la «workcation» -cuando conjugas trabajo y descanso-. Un poco de ambas han tenido las vacaciones del primero de los estadounidenses, que acaba de concluir su receso estival en su club de golf en Bedminster (Nueva Jersey).

Donald Trump regresó el domingo a Washington después de unas vacaciones de 17 días. El presidente se embarcó en su Air Force One en el aeropuerto de Morristown de Nueva Jersey, acompañado de su mujer Melania Trump, espectacular con un vestido amarillo firmado por la marca española Delpozo, y su único hijo en común Barron. En el avión oficial también viajaron su ojito derecho, Ivanka Trump , y sus hijos. Durante sus más de dos semanas de vacaciones lo que no ha descansado es la polémica.

Ya lo avisó nada más llegar a su residencia, a comienzos de agosto. «Esto no son vacaciones, ¡reuniones y llamadas!», aseguró por Twitter, donde justificó que su estancia en Bedminster se debía a unas obras en la Casa Blanca planeadas hace mucho tiempo. Su equipo definió la estancia como «vacaciones de trabajo» -el uso del neologismo no parecía serio-, pero al día de su llegada ya se filtraron fotografías dando palos en el campo de golf. Esto siempre es un problema para Trump, que atizó a su antecesor Barack Obama, por desatender las labores de Gobierno por su pasión por este deporte, y su llegada a la presidencia ha confirmado que el multimillonario neoyorquino está más enganchado que cualquier otro presidente: cada cinco días en la Casa Blanca ha salido una vez al campo.

Los palos de verdad, sin embargo, los pegó con la lengua. Poco después de llegar a Bedminster, atacó al senador demócrata Richard Blumenthal , que le había criticado en la CNN. Fue el comienzo de dos semanas de polémica constante, quizá las más agitadas desde su llegada al poder (en EE.UU. ya se bromea con la «nueva peor semana» de Trump). Poco después, se enzarzó en una escalada dialéctica con la dictadura norcoreana de Kim Jong-un, y su tono militarista le llevó a insinuar una acción en Venezuela, rota por los desmanes del Gobierno de Nicolás Maduro . El clímax llegó, sin embargo, con los violentos disturbios en Charlottesville (Virginia) provocados por manifestaciones de grupos supremacistas blancos. La clase política en bloque condenó de forma rotunda a los movimientos racistas.

Capa de invisibilidad

Mientras tanto, en sus vacaciones, la primera dama no se quitó la capa de invisibilidad que ha usado desde la llegada de Trump a la Casa Blanca. Apareció con el presidente en un anuncio sobre la guerra contra la epidemia de opiáceos -una tragedia en EE.UU. a la que Trump le birló toda la atención con una declaración furibunda sobre Corea del Norte- y, hasta su regreso a Washingto n, no se le ha vuelto a ver el pelo. Según los portavoces oficiales, se ha dedicado a estar con su hijo, Barron, y a preparar su agenda oficial de septiembre, que incluye intervenciones en la ONU y su primer viaje al exterior en solitario, a Toronto.

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