Camilla y el Príncipe de Gales, el pasado 17 de marzo en Washington
Camilla y el Príncipe de Gales, el pasado 17 de marzo en Washington - afp
DÉCIMO ANIVERSARIO

Los británicos se hacen con Camilla

El 49% la admiten como posible reina consorte cuando se cumplen diez años de su boda con el Príncipe Carlos

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La de Carlos de Inglaterra, de 66 años, y Camilla Mountbatten-Windsor, de 67, todavía hoy aún más conocida por los apellidos de su paciente primer marido, Parker-Bowles, es sin duda una de las grandes historias de amor del siglo XX. Un romance que ha salido adelante contra todo tipo de contratiempos y que se ha prolongado durante casi cuarenta años. Hoy los británicos ya aceptan a la que puede ser algún día su Reina consorte. Pero durante décadas la pareja tuvo a la opinión pública en contra. Camilla era «la otra» frente a la –falsamente– angelical Diana. Carlos encarnaba el marido adúltero, que traicionaba a la preciosa princesa inocente. A mayores, los dos adúlteros, que se hacían llamar en clave Fred y Gladys, tiraban a feúchos.

La difusión en 1993 de una vieja conversación privada y pícara de 1989, en la que el Príncipe aspiraba a ser el támpax de su amante, los convirtió finalmente en un chiste mundial.

«Tienes a un hombre calvo de mediana edad y a una princesa increíblemente bella. No hay que ser muy listo para saber quién va a atraer la atención de los medios. En 1993 su imagen era la de un mal padre y un marido desafecto», recuerda Sandy Henney, jefa de prensa del Príncipe cuando su popularidad se arrastraba por los suelos.

Pero tras una trabajada campaña de relaciones públicas y una estudiada reconstrucción de la apariencia pública de Camilla, los británicos han empezado a aceptar a la Duquesa de Cornualles. Justamente hoy se cumplen diez años exactos de la boda de los veteranos amantes en la capilla de San Jorge de Windsor. Según una encuesta de la consultora YouGov, el 49% de los británicos creen que Camilla debería ser Reina consorte cuando su marido llegue al trono y un 16% dicen no tener una opinión formada. Para ver cuánto ha cambiado su apreciación pública baste recordar que en febrero de 2005, cuando se anunció su compromiso con el Príncipe, solo un 7% la veían como Reina consorte.

Camilla ha cambiado por fuera, pero tal vez la clave de su éxito es que ha empezado a mostrar lo que llevaba dentro, que era mejor que lo que pensaba una sociedad donde impera la dictadura del físico. Exteriormente se han puesto a su servicio toda la infantería estética y estilística que puede pagar el dinero. Hija de un militar héroe de guerra, que luego se reconvirtió en tratante de vinos, Camilla, católica, era una mujer de campo de buena familia, cuyo uniforme eran los vaqueros, un jersey flojo, maquillaje cero, pelo al natural y unas botas cómodas y rudas para entregarse a sus aficiones: el jardín, los caballos y la caza. Hoy le cuida el cabello Hugh Green, un peluquero de estrellas, y se lo tiñen en un exclusivo centro estético del barrio londinense de Belgravia. La ropa se ha vuelto más seria y adaptada a su edad, siempre con colores que la ayudan. Los complicados dientes han sido pulidos, así como las arrugas sobre el labio superior. En 2001 dejó el tabaco, los diez cigarros que fumaba cada día.

Sin embargo la principal novedad es que los ingleses han descubierto a una mujer que ejerce sus compromisos filantrópicos con gran convicción, cuya causa principal es la Sociedad Nacional de Osteoporosis, el mal que se derrumbó a su madre y su abuela. La Duquesa de Cornualles mantiene una agenda de 300 actos por año, a pesar de su conocido miedo a volar y sus recurrentes dolores de espalda, que trata con yoga y pilates. Trabaja también en campañas a favor de que los jóvenes lean y contra los abusos sexuales. Además se muestra siempre como una persona relajada, que no acaba de tomarse muy en serio a sí misma, y es dueña de un estupendo sentido del humor.

Uno de sus sobrinos la resume así: «Es cálida, divertida, directa, interesante y además le gusta conocer a gente interesante». Alistair Campbell, el que fuera el sagaz gurú de Blair, la define como «una fuerza positiva» sobre Carlos. Catherine Mayer, la última biógrafa del Príncipe, la considera «una feminista, toda una novedad en la Familia Real inglesa».

Rumbo a Balmoral

Carlos y Camilla pasarán su décimo aniversario de boda en Birkhall, enclavado en las idílicas posesiones de la Reina en el palacio escocés de Balmoral, que ya fue el lugar elegido para su luna de miel. En Escocia llevan el título de Duque y Duquesa de Rothesay. La aversión de Diana a las vacaciones escocesas y su predilección por los destinos caribeños era uno de los detalles de ella que desconcertaba a Carlos, británico hasta el tuétano, un tipo que cree que un buen jardín umbrío es el paraíso terrenal.

A Camilla le ha costado encajar en palacio, aunque en realidad formaba parte del paisaje de fondo desde 1973, cuando Carlos la conoció en un torneo de polo e intuyó que era su alma gemela. En su día trascendió que Isabel II se refería a ella como «esa mujer malvada». Su ascenso a los roles oficiales fue gradual y ella sobrellevaba el desdén diciendo a sus íntimos aquello de «me casé con Carlos, no con la monarquía». La gran puesta en escena en el ámbito de la realeza llegó con el Jubileo de Diamantes de la Reina del 2012. Con su marido Felipe de Edimburgo hospitalizado, la Reina tuvo el gesto de subir a Camilla a su carroza.

Un aserto algo cínico, pero seguramente realista, sostiene que el secreto de un matrimonio feliz es no verse demasiado. Carlos y Camilla se lo aplican y viven en residencias separadas. Ella conserva Ray Mill House, la mansión que compró en el Oeste de Inglaterra en 1995, tras su divorcio del militar Andrew Parker-Bowles, con quien tuvo un hijo y una hija. Allí le gusta pasear con sus perros y disfrutar de sus cinco nietos. A unos 40 kilómetros se encuentra Highgrove, el palacio de Carlos. «A diferencia de lo que pasaba con Diana, ella lo entiende. Sabe cuándo dejarlo solo con sus pensamientos, cuando ser alegre, cuando toca hacer de confidente o ser su amante», ha comentado en la prensa inglesa una amiga anónima de la pareja. Camilla mantiene también una relación amistosa con su ex marido.

Tras el accidente brutal de Diana, de solo 36 años, y Dodi Al Fayet en el túnel del Alma de París en 1997, Carlos puso en marcha un plan para recuperar su imagen pública y la de su amante. Se trataba de convertir al marido adúltero que había hecho sufrir a Diana y se despreocupaba de sus hijos en un desvalido padre viudo, atento y cariñoso con los dos huérfanos. Para ese lavado de cara, contrató a finales de 1996 como secretario privado a un mago de las relaciones públicas, Mark Bolland, hasta entonces director de la Comisión de Quejas a la Prensa. Bolland, muy inteligente, atrevido, abiertamente gay, lanzó la que se conoció en Clarence House como «Operación PB» (Parker Bowles). La primera acción fue filtrar a «The Sun» que se había celebrado un privadísimo primer encuentro entre Carlos, Camilla y Guillermo. Bolland lo divulgó para empezar a convertir a Camilla en una realidad asumible, aunque el príncipe Guillermo se sintió utilizado y se enfadó enormemente.

Otro golpe turbio de Bolland, bendecido por su jefe, fue animar entre bambalinas la publicación del libro «Carlos: ¿Víctima o villano?», de Penny Junor, un ajuste de cuentas con Diana, publicado al año siguiente de su fallecimiento. Allí se la acusaba de telefonear a Camilla con amenazas de muerte y de haber sido la primera que había incurrido en una infidelidad.

En 1999, Carlos y su pareja salieron juntos de un acto social en el Ritz de Londres, una fotografía muy calculada, que venía a dar el banderazo público a su relación. En 2004 Camilla fue presentada a la Reina y hoy los hijos de Carlos la aceptan bien. Con la campechanía propia del personaje, el Príncipe Harry explicó muy bien su relación hace diez años, en el día su boda: «Estamos muy contentos por ella, porque ha hecho a nuestro padre muy feliz». Y eso, al final, tal vez sea lo único importante.

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