Luis Ojea - Cuaderno de Viaje

La feria de las ocurrencias

Las ocurrencias pueden acabar saliendo muy caras si uno se empeña en llevarlas a cabo sin medir previamente su impacto

Hay pocas cosas más peligrosas en política que las ocurrencias. En muchos casos son fruto de la frivolidad. En otros tantos, resultan atribuibles simplemente a la indigencia intelectual y la insensatez de sus promotores. De una u otra forma, nunca conducen a soluciones óptimas. Al contrario, habitualmente acaban en despropósito y disparate. Pero, pese a todo, muchos, de todas las sensibilidades y condiciones, caen en la tentación. El problema viene cuando llega la factura. O cuando años después alguien decide sacarte los colores poniéndote frente al espejo de la memoria.

Lugo, cuna de grandes prodigios, suministra ejemplos dignos de consideración. Esta semana hemos sumado varias de esas historias fantásticas que hacen gozar a los aficionados al género del delirio. Porque quizás a alguien con un sentido del humor más ortodoxo no le haga excesiva gracia saber que la administración invirtió hace casi 10 años alrededor de 40.000 euros en un sistema para el control de los horarios del personal municipal que no ha llegado a estrenarse. Y puede que tampoco le resulte chistoso enterarse de que al responsable de turno lo que se le ocurre es afirmar que se está ultimando la implantación de la aplicación informática necesaria para su funcionamiento. No hay prisa. Solo ha pasado una década. Tenemos tiempo. O no. Porque parece ser que en 2009 esa misma administración compró unas agendas PDA para la policía local que tampoco han llegado a usarse y que ya han quedado obsoletas. La misma policía para la que se adquirieron unas motos que los agentes solo usan en verano o en los desfiles porque nadie se ocupó de suministrarles los equipos necesarios para poder conducirlas, por ejemplo, cuando llueve. Y podríamos llenar unas cuantas hojas de periódico con esperpentos de todo tipo en los que se despilfarra el dinero expropiado a los ciudadanos

Siendo aberrante, no es, en todo caso, la situación más abominable a la que puede conducir esa feria de las ocurrencias en la que estamos instalados. El drama es mayor cuando lo que se cuestiona es uno de los sectores estratégicos de la economía. Pasa en Santiago donde a algunos se les ha ocurrido defender la implantación de una tasa turística. Quizás ni siquiera se hayan parado a pensar que ese sector representa un 11% del PIB de la comunidad y que sin él se estaría renunciando a un motor de crecimiento y generación de empleo.

Las tasas, como concepto, pueden ser un instrumento político muy útil. Más incluso que los impuestos indiscriminados. Pero como mecanismo de financiación de los servicios públicos. Pueden favorecer un uso más responsable del usuario porque nos hace conscientes del valor de esas prestaciones que se nos ofrecen. Sería interesante, por ejemplo, que se abriese el debate sobre su aplicación en el ámbito de la sanidad. Otra cosa es que ese mecanismo sea utilizado por los políticos para entorpecer la iniciativa privada. Con el ánimo, confesado o no, de disuadir transacciones mutuamente beneficiosas entre dos agentes económicos, turista y hostelero, que no generan significativas externalidades negativas a la sociedad.

Las ocurrencias pueden acabar saliendo muy caras si uno se empeña en llevarlas a cabo sin medir previamente su impacto. Verse además preso de ellas suele acabar en dislate.

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