SPECTATOR IN BARCINO

Los reyes godos de la «República»

Vigilados por el 155 y con Torrent a la cabeza, los muñidores del Procés aplican el dicho catalán de «qui dia passa any empeny»

Manifestación de la ANC el pasado 11 de marzo AFP

SERGI DORIA

Una de las torturas escolares de nuestros mayores era la lista de los reyes godos. De niño escuché con admiración compasiva recitar a mi padre aquellos nombres ajenos e impronunciables: Chindasvinto, Recesvinto, Teodorico... Me sonaban Ataulfo –por el director Ataulfo Argenta, asiduo del tocadiscos–, Wamba –las zapatillas homónimas– y Recaredo –el mejor cava catalán–.

El Procés depara ya una nutrida lista de muñidores. La abriría el ideólogo de la cosa –Astut Mas–, los actuales presidentes «nonatos»: Puigdemont, Sánchez, Turull, ¿Artadi?... Proseguiría con Forn, Rull, Forcadell, Cuixart, Torrent, Alcoberro, Junqueras, Salvadó, Vidal, Gabriel, el lobby Junts per Catalunya, la lista de Esquerra y los ediles de lo que Coscubiela denomina el «soviet carlista». Todos ellos y ellas vienen a confirmar el dicterio unamuniano: en la Cataluña-arrabal de Tarascón las fachadas importan más que la red de alcantarillado. Hablando de fachadas... La verborrea separatista ha construido un edificio vacío sobre los más evanescentes cimientos políticos.

Después de analizar la resonancia emocional de «La pasión secesionista», el catedrático de Psiquiatría Adolf Tobeña diagnostica en «Neuropolítica» (EDLibros) la toxicidad e insolvencia de las grandes ideas.

Y es aquí donde resplandece la República. ¡El virtuoso sistema que vindica la lista de los que viven del Procés! ¿Qué más quiere Cataluña? inquiere el catalanófobo de turno. ¿Pues que va a querer? –respondería el patriota mientras se ajusta en la solapa en lacito amarillo–: ¡La República Catalana ! Y, sin añadir más detalles, se quedaría tan ancho. Siguiendo la tradición de Le Bon, Canetti, Russell y Weill –tomen nota las feministas que la confundían con la eurodiputada Veil– Tobeña chequea el glosario del republicanismo.

Ya lo advertía Weill (Simone): los grandes conceptos como libertad, democracia, paz, república, igualdad, etcétera deben explicarse y acotarse; si no se concretan, conducen a la guerra. John Ruskin (el de «Sésamo y lirios») llamaba “palabras enmascaradas” a las que vagaban por los siglos dejando un rastro de conflictos.

Al segundo año de proclamarse la República, Agustí Calvet, Gaziel, publicó un artículo, «Esto acabará mal». Decía que el Régimen del 14 de abril había sido interpretado por cada elector en función de sus intereses particulares: «El tendero creyó que esto iba a ser una República de tenderos; el intelectual, de intelectuales; el pescador, de pescadores y el ladrón, de ladrones...».

Aunque la conjura de los irresponsables de 2017 –tomo el título de Jordi Amat– culminó en una República «simbólica»; aunque los radicales invoquen la «implementación» del «Som República», a unos y otros se les ve «el llautó». Su «modus vivendi» es el Procés. Si el golpe de septiembre/octubre hubiera triunfado, hoy estarían haciendo –de hecho ya lo hacen– lo que reprochaba Gaziel a los políticos de la Segunda República: «Lo que quieren es repartirse el el botín del Poder... Hace ya varios meses estamos presenciando inverosímiles esfuerzos de las oposiciones, para asaltar el comedero político, con la misma tenacidad, obsesionada y fanática, con que el hambriento alargaría las ávidas manos hacia el asador. No hay decoro, ni desilusión, ni ridículo, ni batacazo, ni mucho menos sentimiento, de la conveniencia pública, que puedan atajar ese gesto rapaz. Es fisiología pura».

Vigilados por el 155 y con Torrent a la cabeza, los muñidores del Procés aplican el dicho catalán de «qui dia passa any empeny». Pero ahora cada día que pasa es cuenta atrás. El comportamiento sectario les mantuvo prietos en la mentira, pero los que regaron de parabienes –medios de comunicación subvencionados– el «paraíso» de la independencia constatan que su falta de concreción conduce a la ruina (la suya también).

Somos rehenes de una casta política. Amateurs, oportunistas y veteranos del comedero que no serían nada sin el eterno tránsito hacia una República que actúa de fusilería retórica contra el Estado. Como apunta Tobeña, hay que priorizar el empirismo –objetivos y resultados reales de la gestión política– «para no dar cancha a la seducción y el arrastre de los grandes principios».

¿Qué República y qué democracia sería Cataluña si los separatistas se salieran con la suya? Al neurólogo le inquieta el escaso celo de los educadores para concretar esos conceptos cual vacuna contra la manipulación. De eso va la patología catalana: «El despliegue de falacias propagandísticas, el grado de distorsión del lenguaje y la diseminación de proclamas tóxicas y acuciantes, revestidas de ropajes y enunciados pseudodemocráticos, por parte de un movimiento aupado por un gobierno autónomo en rebeldía y con una agenda supremacista apenas disimulada al servicio de la homogenización etnocultural, ha sido espectacular».

La lista de «reyes godos» y abonados al Procés irá bajando en los próximos días, cuando empiecen a reclamar qué hay de lo suyo. Si no hay nada, o la ley acucia, les consolarán las palabras del mítico –por lo del cuento–Agustí Alcoberro, historiador-capitoste de la ANC: «Potser no sortirà bé, però serem més feliços». Por cierto, ¿cómo se mide la felicidad?

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