El capo Kakha Shushanashvili, en una comparecencia en la Audiencia Nacional
El capo Kakha Shushanashvili, en una comparecencia en la Audiencia Nacional - EFE/ KOTE RODRIGO

Veinte miembros de la mafia georgiana se enfrentan a casi 200 años de cárcel en la Audiencia Nacional

Los subalternos del «vor» Kalasahov se sientan por segunda vez en el banquillo ante la Justicia española

Madrid Actualizado: Guardar
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«No digas a nadie que soy capo». Es una de las frases que aparece en las grabaciones telefónicas que se escucharán en los próximos días en la Audiencia Nacional en el juicio contra la mafia georgiana. Dos hermanos y ambos «ladrones en ley», el mayor honor en las organizaciones criminales de la antigua URSS: Lasha y Kakhaber Shushanashvili, cada uno líder a su manera de un grupo mafioso asentado en media Europa. Han pasado seis años desde que el segundo y sus subalternos fueran detenidos en Barcelona en la operación Java. A partir de hoy se sientan en el banquillo. Por segunda vez, los «vor v zakone» comparecen ante la Justicia española. Hay veinte acusados, aunque varios no están localizados, para los que la Fiscalía contra la Corrupción y el Crimen Organizado solicita penas que suman más de 186 años de prisión por los delitos de asociación ilícita, blanqueo de capitales, intento de asesinato, falsificación y tenencia ilícita de armas entre otros.

El hermano mayor, -Lasha «el Gordo», que escapó a la operación por la connivencia de policías griegos- fue sentenciado a 14 años de cárcel en Grecia, una condena que aún sigue pendiente de ejecutarse. El pequeño de los Shushanashvili se enfrenta a 32 años de cárcel y tras apurar los cuatro de preventiva en España fue entregado a Francia donde ha estado ingresado hasta que hoy se siente en el banquillo. Es la pieza principal. El «vor» temerario y violento, adicto a la cocaína que manejaba la organización en España con la «bendición» de su hermano y las broncas de este y de su mano derecha, Koba Shermazashvili, para quien piden una pena de 14 años.

Kakha utilizaba hasta diez identidades distintas en Barcelona, donde vivía con su mujer (también acusada) y sus gemelos de un año. No obstante, se «casó» unos meses antes de ser detenido con una catalana, un matrimonio de conveniencia para regularizar su situación. Su mujer de pega no está acusada. Solo hay un español -Juan Miquela Tomillero- entre la maraña de nombres georgianos en el banquillo. Su papel era clave. «Mantenía contacto diario, un trato personal y directo», con Kakha, sostiene Anticorrupción, que solicita siete años y medio para él. En sus cuentas estaba escondido parte del dinero de la «caja común» de la organización criminal y se encargaba de dar al vor todo lo que este necesitara: desde alquilarle un piso a falsificarle documentos.

«Pagar abogados»

La investigación puso al descubierto el funcionamiento de la «mafia en la calle» en España: cómo ganaban dinero, cómo lavaban ganancias y cómo las repartían, los libros de contabilidad y la «caja común» o las ocasiones en las que se podía sacar dinero de ella. «No se debe dar dinero, para eso mínimo deben estar de acuerdo dos capos más y solo para casos en los que sean detenidos, tengan que pagar abogados o si muere alguien», responde el número dos, Koba, indignado, a Kakha en una escucha de noviembre de 2009 cuando este le cuenta que quiere reubicar la «caja».

Las escuchas son claras y en ellas aparecen el contable de la organización Zviad Darsadze, en prisión provisional por otra causa; uno de los hermanos Giorgiobani, que habían fijado su imperio criminal en el País Vasco, y otros subalternos de los Shushanashvili. La Policía española les conoce como pocos. Diecisiete agentes de la Policía nacional y varios mossos volverán a ser a partir de hoy los principales enemigos de la mafia.

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