Manuel Marín - ANÁLISIS

Sánchez no es Rivera

Manuel Marín
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En el ideario colectivo, el «sí» de Ciudadanos a Mariano Rajoy está instalado desde hace mucho tiempo. Albert Rivera necesitaba una coartada más o menos creíble, una excusa que evaporara la tragedia de unas terceras elecciones, o un argumento con el que domesticar a su electorado cuando conociese que finalmente Ciudadanos hará exactamente lo contrario de lo que pensaba hacer. Pero objetivamente Rivera no tenía mucha más alternativa que idear el modo de aglutinar en torno a sí mismo una relevancia política que las urnas le han negado, y la única opción era recorrer con cierta dignidad el largo trecho que separa los vetos drásticos a Rajoy de un «sí» responsable.

Es cierto que Rivera ha accionado los mandos de una maquinaria oxidada desde el 20-D, y que su grasa es la que permite que, de momento, chirríe menos.

Pero también lo es que no dio el salto a la política nacional para heredar los buenos propósitos de UPyD y disolverse en menos tiempo aún de lo que lo hizo la formación de Rosa Díez. Lo grave de una decisión que al menos permitirá culpar solo al PSOE del bloqueo no será votar la investidura de Rajoy a regañadientes, sino maquillar las contradicciones de Ciudadanos con condiciones, imposiciones al PP y apariencia de que no incurre en una rendición humillante para su electorado.

En unos días, cuando los órganos directivos del PP y el cuerpo de guardia de Rivera asuman como inevitable una legislatura de mínimos basada en una investidura al límite, la vista quedará fijada exclusivamente en cada movimiento del PSOE. Hasta ahora, en ese mismo ideario colectivo se vinculaba de modo automático un hipotético voto afirmativo de Ciudadanos a Rajoy con un giro institucional de los socialistas hacia la abstención. Sin una cosa, no habría la otra. Y con la primera en marcha, el PSOE no tendría más salida que reconocer un Gobierno de Rajoy por la vía de los hechos consumados.

Sin embargo, difícilmente será así con Pedro Sánchez al frente de la secretaría general de los socialistas. Las voces críticas con su empeño obsesivo en el «no», incluso el recurso a las viejas glorias del partido y sus apelaciones a consentir de modo urgente una investidura del PP, no han conseguido socavar la autoridad de Sánchez. Y no hay visos de que en próximos días vayan a conseguirlo. Rajoy lo sabe y es lo único que podría salvar su investidura. La puerta del nacionalismo catalán está cerrada, y la del vasco no se abriría al menos hasta final de septiembre, una vez que se hayan celebrado las elecciones vascas y el PNV no necesite ya asumir el riesgo electoral de un desgaste por haber apoyado a Rajoy.

Por tanto, solo queda el PSOE. O Sánchez. O los dos, porque necesariamente no tienen por qué ser lo mismo. Cuando días atrás su portavoz Antonio Hernando sostuvo que nadie iba a «quebrar» al PSOE, y Oscar López añadía que la unidad del partido en el «no» a Rajoy es inalterable es precisamente porque son conscientes de que el debate interno existe y que, además, se está reproduciendo de modo muy conflictivo, con un severo desgaste para la autoridad y el liderazgo de Sánchez, y con buenas dosis de virulencia orgánica.

Desde ahora, Sánchez debe optar por una de estas tres alternativas. Una, ceder con una abstención balsámica para Rajoy, lo cual es muy improbable dado su vehemente y sistemático rechazo al PP. Dos, mantener el doble voto negativo para hacer fracasar a Rajoy en la investidura y lograr el empate en votaciones presidenciales fallidas. Este es el deseo personal de Sánchez, que ve con buenos ojos acudir a unas terceras elecciones aún a riesgo de que el PSOE lo pudiese sustituir como candidato con unas primarias express en octubre como prólogo de una revolución interna en el partido. Y tres, que el amplio sector del PSOE crítico con Sánchez lo empuje a abstenerse por responsabilidad institucional y a renglón seguido tenga que verse en la tesitura de renunciar y abrir un proceso sucesorio. Hay más alternativas, pero en el PSOE se manejan entre bambalinas estas tres. Y dos de ellas concluyen con Sánchez sin bastón de mando.

De momento, Susana Díaz, Fernández Vara, Javier Fernández, Ximo Puig o García Page guardan un inquietante silencio en público que avanza unas semanas poco pacíficas en el PSOE. Hay quien sostiene en ese partido que están dando libertad de maniobra a Sánchez para que busque una salida al embrollo antes de movilizar recursos para su sustitución en un congreso federal. Hay, por contra, quien argumenta que gozan de más peso mediático que orgánico contra Sánchez y que su temor a dar pasos en falso condiciona las ambiciones de algunos de ellos, en plural, a suceder a su actual líder. En cualquier caso, al PSOE se le agota el tiempo. Rajoy no las tiene todas consigo mientras Sánchez siga apoderado como líder socialista. Sánchez no es Rivera.

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