Fachada del Palacio Real de Madrid que da a la plaza de la Armería
Fachada del Palacio Real de Madrid que da a la plaza de la Armería - EFE

La maldición del Palacio Real

El Gobierno lleva meses buscando un presidente de Patrimonio Nacional que releve al actual. La costumbre es ofrecer una terna de candidatos al Rey

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Se busca funcionario para que asuma el cargo de presidente de Patrimonio Nacional. Su sueldo es de 104.000 euros al año, su despacho está en el Palacio Real de Madrid y deberá ocuparse de la gestión de 19 palacios y monasterios, 135.000 obras de arte y 21.000 hectáreas de parques, montes y jardines. Son los bienes que tradicionalmente han pertenecido a la Corona y siguen a disposición de la Jefatura del Estado. Visto desde fuera, es uno de los puestos más atractivos de la Administración, pero desde dentro no lo es tanto. Además, desde hace unos pocos años una extraña maldición parece afectar a todo el que ocupa este cargo.

Es como si los fantasmas del pasado hubieran decidido acabar con los presidentes de Patrimonio Nacional.

A Yago Pico de Coaña, antepenúltimo presidente, le hicieron la vida imposible los muertos del Valle de los Caídos, y al actual presidente, José Rodríguez-Spitteri, se le han venido encima cuatro cuadros de Patrimonio que fueron incautados por el Gobierno de la República en 1936 y que el Museo del Prado no quiere devolver.

Hasta 2005, el puesto de Presidente de Patrimonio Nacional era mucho más estable. De hecho, en los primeros 35 años de la Monarquía restaurada solo hubo tres presidentes de Patrimonio Nacional: Nicolás Cotoner, que era jefe de la Casa del Rey (1976-1986); Manuel Gómez de Pablos, que lo compatibilizó con la presidencia de Iberduero porque en aquella época era un puesto no remunerado (1986-1997) y el diplomático Álvaro Fernández-Villaverde (1997-2005).

Después llegó el también diplomático Yago Pico de Coaña (2005-10), a quien le estalló el cierre del Valle de los Caídos por decisión del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que alegaba la necesidad de que había que realizar unas obras. Pico de Coaña, defensor a muerte de la legalidad, consideró que la Basílica no podía ser cerrada al público. Y defendió la ley pero se convirtió en el primer presidente de Patrimonio Nacional que fue destitutido de forma fulminante.

Nombrados por consenso

Hasta ese momento, los cinco presidentes de este organismo fueron nombrados por consenso entre el Gobierno y el Rey, ya que se trata de un cargo que, por su propia naturaleza, mantiene una relación muy estrecha con la Familia Real. Si hay goteras en un dormitorio del Palacio de La Zarzuela, o hay que talar un árbol del jardín, corresponde gestionarlo al presidente de Patrimonio. Este alto cargo también deberá supervisar el traslado de los restos de los padres de Don Juan Carlos, que están en el pudridero de El Escorial, a su sepultura definitiva.

Tradicionalmente, el Gobierno ha ofrecido una terna de nombres al Rey para que éste eligiera. No es una norma escrita sino una costumbre basada en la cortesía y la lealtad institucional que sólo se ha incumplido en una ocasión: cuando el Gobierno de Zapatero nombró al también diplomático Nicolás Martínez Fresno (2010-12), cuyo nombramiento se comunicó a Zarzuela, pero no se consultó, según informaron fuentes del Palacio en aquel momento.

Esta costumbre se restableció con el nombramiento de José Rodríguez-Spiteri (2012-), pero el actual presidente de Patrimonio Nacional ya ha anunciado su deseo de abandonar el puesto. Fue en abril cuando lo comunicó, primero al Rey y después al Gobierno. Atrás queda su batalla con el Museo del Prado por la recuperación de los cuatro cuadros magníficos que la República incautó en 1936: «El descendimiento de la cruz» (1435) de Rogier van der Weyden, «El jardín de las delicias» (1500) y «La mesa de los siete pecados capitales» (1485) de El Bosco, y «El lavatorio» (1548) de Tintoretto.

Cinco meses después de que Spiteri comunicara su deseo de abandonar el puesto, el Gobierno sigue sin anunciar el nombre de su sustituto. Lo ideal sería que Gobierno y oposición pactaran una terna para que el Rey eligiera, pero la operación no parece nada fácil. El perfil ideal es el de un diplomático sin vinculación política, con experiencia como servidor del Estado y con mano izquierda para resolver conflictos entre instituciones. Aún así, necesitará un amuleto para ahuyentar fantasmas y llevar a buen término la inauguración del Museo de las Colecciones Reales.

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