Perico Fernández, en abril de 1975, cuando retuvo el título de campeón contra Joao Enrique
Perico Fernández, en abril de 1975, cuando retuvo el título de campeón contra Joao Enrique - ABC

BoxeoPerico Fernández, mano de hierro, cabeza de paja

El campeón del mundo de los ligeros, marcó una época en el boxeo español

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Se ha muerto Perico Fernández, que fue uno de nuestros campeones del mundo del boxeo. Tuvimos bastantes, pero este fue quizás el más sorprendente. No era técnico, ni tenía mimbres ni voluntad para dedicarse en cuerpo y alma a este deporte, que es el más duro del mundo. Sin embargo, la vida le dotó de una virtud: una pegada tremenda. Cuando Perico se alejaba del jab en distancia del contrario y entraba por dentro ya te podías encomendar a la Virgen del Pilar porque te encontrabas con la cara pegada al suelo en un pis pas. Tenía una pegada explosiva y era rápido de manos, en series coordinadas y fulgurantes, pero sobre todo había que temer la explosión de derecha si te entraba en corto y de abajo arriba, ahí donde te pilla la perilla y no te despiertas hasta la hora del desayuno del día siguiente.

Te reventaba por dentro.

Nacido en Zaragoza, fue abandonado por su madre (a la que no conoció hasta años después) y se crió en un hospicio, el de Pignatelli. Una infancia dura que curte y te hace de hierro el cuerpo y de paja la cabeza. Debutó a los 19 años, cuando lo descubrió su preparador y casi su padre, Martin Miranda. Su ascenso fue fulgurante, casi demasiado. Con 1,69 entró en la categoría de los ligeros, donde tener una mano de hierro te garantiza muchas cosas. A Perico le sirvió para lograr el título nacional ante Kid Tano y luego el europeo frente a Toni Ortiz en un K.O. espectacular en el tercer asalto. Perico entró en el cuerpo a cuerpo bien tapado, con la cabeza baja y la mirada alta, amagó con derecha, tiró una izquierda para abrir y luego metió una derecha y un gancho terrorífico que dieron de lleno en la lona con el voluntarioso y luchador Ortiz.

Lo mejor fue cuando consiguió el Mundial ante el japonés Lion Furuyama en Roma. Peleó bien el español aquella noche, con mucha ilusión y decisión, atacando con fiereza y garra. Para entonces, Perico ya no era solo un golpeador alocado, sino que había aprendido a dosificarse y a entrar y salir con cierta maestría. Ganó el título y luego lo revalidó con gloria ante Joao Enrique, un fino estilista al que logró noquear.

Luego llegó el principio del fin al pelear en Tailandia con Suansak Mangsurin, que le noqueó en el octavo asalto. El calor asfixiante, dijeron. En la revancha, el tailandés también le ganó en Madrid a los puntos y a partir de ahí la decadencia a pesar de que siguió peleando varios años. Lo cierto es que Perico ya se había dejado ir, sin voluntad para entrenarse tanto como debía. Miguel Velázquez, el boxeador hecho arte, contaba que cuando él se levantaba para entrenarse a las seis o siete de la mañana Perico volvía de las discotecas con sus amigos.

La cuesta abajo fue rápida y cruel. Se arruinó pronto. En su ayuda acudieron Ángel Nieto, Pepe Legrá, Dum Dum Pacheco... Incluso se hicieron veladas para que pudiera pagar el alquiler de su casa. Rechazó un puesto de conserje en el Ayuntamiento de Zaragoza y finalmente acabó durmiendo en el coche y en un dormitorio de un bar de carretera. Triste sino.

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