CRÍTICA DE TEATRO

«Espía a una mujer que se mata»: Chéjov a presión

Daniel Veronese presenta en el teatro Valle Inclán su particular versión de «Tío Vania»

Jorge Bosch, Ginés García Millán, Susi Sánchez, Malena Gutiérrez y Marina Salas, en la función MarcosGPunto

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Daniel Veronese (Buenos Aires, 1955) ofrece una versión concentrada, energética y supervitaminada de « Tío Vania », esa sucesión de «escenas de la vida en el campo» que Anton Chéjov (1860-1904) escribió en torno a 1897 a partir de una reescritura estilizada de su pieza en un acto «El demonio de madera» (1889). Una apuesta que aúna parquedad de medios escenográficos y máxima tensión expresiva, como detalla con precisión el director en el programa de mano de la función: «No habrá vestimentas teatrales ni ritmos bucólicos en fríos salones, ni trastos que denoten el tiempo campestre. La acción se desarrollará en la ya vieja y golpeada escenografía de “ Mujeres soñaron caballos ”. Una mesa, dos sillas y una botella. Quitando elementos hasta llegar a la expresión mínima, adecuada para los actores. “ Espía a una mujer que se mata ”, versión de “Tío Vania”, acaba sedimentando algunas cuestiones de orden universal: el alcohol, el amor por la naturaleza, los animales toscos y la búsqueda de la verdad a través del arte. Dios, Stanislavski y Genet, desvencijados».

Los paisajes sociales y emocionales del dramaturgo ruso, con sus perspectivas de vidas estancadas, horizontes mezquinos y anhelos amortiguados, fascinan a Veronese, del que recuerdo otro par de aproximaciones a sendas piezas chejovianas: « Un hombre que se ahoga », a partir de « Tres hermanas », y « Los hijos se han dormido », sobre la falsilla de « La gaviota ». El creador argentino cocina Chéjov a presión, tensando crudamente los subtextos en la grisura de un espacio escénico claustrofóbico, tierra abonada para que fructifiquen a todo ritmo las semillas de la crispación y donde queda claro que no caben ni el recurso al heroísmo ni la dignidad de la tragedia, pues en esa rutina de la decepción hasta el amago de gestos estrepitosos como el asesinato o el suicidio se asfixian en el patetismo de lo grotesco.

Veronese rinde en el trabajo de los actores, intenso y desasosegador, una suerte de trepidante homenaje a Konstantin Stanislavski , que dirigió en su moscovita Teatro de Arte el estreno de «Tío Vania» en 1900 y se reservó el papel de Astrov, el médico lúcido y desencantado, y juega a la intertextualidad haciendo que este personaje y Vania encuentren en los roles de Claire y Solange -«Las criadas» de Jean Genet - un pequeño lenitivo íntimo a las miserias que les afligen. El trabajo de los intérpretes es magnífico: Jorge Bosch (notable Astrov), Pedro G. de las Heras (cabal Serebriakov), Ginés García Millán (formidable Vania), Malena Gutiérrez (impagable Teleguin), Marina Salas (una Sonia que es un prodigio de ternura y sensibilidad), Susi Sánchez (sobria María) y Natalia Verbeke (sensual y amarga Elena). Un gran montaje.

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