Antonio Reyes ha presentado «Directo» junto a Diego del Morao
Antonio Reyes ha presentado «Directo» junto a Diego del Morao - JUAN FLORES

Antonio Reyes, seguiriya de oro

El chiclanero borda el cante del Torre en un recital algo frío que lo sigue manteniendo como gran esperanza. Diego del Morao se salió

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Salir al Lope de Vega en la Bienal a cantar la seguiriya liviana de Mairena con el eco de algodón que tiene Antonio Reyes es dar un puñetazo en la mesa. Porque cambiarse el sombrero con el genio de los Alcores en estos tiempos es una apuesta que corre el riesgo de no ser entendida. Pero el de Chiclana salió a los medios de pie y puso sus cartas boca arriba: la toná liviana sin vocear. Más hacia dentro que hacía fuera. Y la soleá apolá que el de Mairena grabó en el calor de sus últimos recuerdos para montar un lío flamencológico que afortunadamente ya es solo un chascarrillo. El gaditano la congeló en los graves porque venía a Sevilla vendiendo flores.

Tiene un gusto insólito. Más que cantar, se lamenta. Y salta de Dios en dios con excelsa naturalidad. Dejó la fragua mairenista para irse a la de Camarón. La canastera. Ese nuevo fandango que se inventaron el de la Isla y Paco de Lucía fue el único resquicio del recital en el que Antonio se buscó a sí mismo. Y eso es lo que voy a reprocharle. Que canta demasiado cómodo. Bebe de otras fuentes y no se moja en ninguna. A veces cantar demasiado bien es un problema. Porque no hay tensión. Falta guasa. Mala leche. Y el Reyes ya ha alcanzado una posición en el escalafón que obliga a medirlo con el termómetro de las figuras. Por eso tiene que exigirse más. Tiene que arrojarse, exponer, perder el norte. Un cantaor con sus facultades y su paladar no puede vivir de la renta. Es verdad que la alianza con Diego del Morao le está empezando a dar un color a su cante que le viene bien. Porque el jerezano está tocando como un cañón, cada vez con más personalidad, y con mucha tensión. A las alegrías le ha dado un revolcón rítmico bueno. Pero Antonio sigue mirándose en los espejos de otros. ¿Dónde está él?

Yo lo vi en la seguiriya, cuando lloró en la de Manuel Torre buscando telarañas en las esquinas del cante y el Morao le dio una falseta de lujo para que se metiera los dedos en la garganta y vomitara la del Marrurro con gemidos y parones que eran la esencia de las esencias. Caracoleando en los días señalaítos de Curro Durse. Pero meciéndose en palmetazos que le hicieron unos pocos de cardenales en el pecho a la historia del grito jondo. Ése es el Antonio Reyes que más pronto que tarde será un cantaor memorable. El que se olvida de lo que ha aprendido y canta sin saber ni cómo se llama. El seguiriyón fue para guardar en la alacena de las joyas del tiempo. Y los tangos con preludio de zambra de Caracol. Su lentitud es un sueño. Mete por ahí todo lo que le va cayendo del cielo. La soledad de sus noches sin luna, el nonaino de la Marelu o los fandangos que se le aparezcan. Lo que sea. Y se hunde en los abismos de la bulería corta, que es una trampa que sólo pueden esquivar los que tienen el duro y son capaces de pasar del barrio de Santiago a la Perla y de ahí a la puñalada fina de Lole Montoya. En su voz todo es de color. El de Chiclana es artista de valor. Los que pensamos que toda la historia del cante cabe en un ay lo adoramos porque una seguiriya así solo está al alcance de los elegidos. Pero no voy a darle ojana. Tiene que echar más la pata por delante. Encontrarse más monedas en los cajones cuando acude a los maestros del fandango en el remate de su repertorio. Él puede y sabe. Y de ese paso depende que en lugar de conformarse con ser un cantaor grande puede ser alguna vez un grande del cante.

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