Soleá Morente, la fuerza de la sangre

La mediana de los Morente presentó la noche del jueves, 25 de febrero, su primer disco en solitario, «Tendrá que haber un camino», en la sala Joy Eslava de Madrid siguiendo la estela de su padre

MADRID Actualizado: Guardar
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Soleá, la mediana de los Morente, presentó el jueves, por todo lo alto, su primer disco en solitario, «Tendrá que haber un camino» (El Volcán Música / Octubre-Sony, 2015) en la sala Joy Eslava de Madrid. Se mueve cómoda en ese cruce entre rock con los distintos palos del flamenco (fandangos, tangos, sevillanas, granaínas…), arropada por una banda repleta de musicazos, entre los que se encuentran Antonio Arias (Lagartija Nick) y Miguel Martín (Lori Meyers), y acompañado de un excelente guitarrista al toque, de un versátil batería y un efectivo teclista. Y a las palmas y a los coros su tío y su hermano Enrique. Casi ná.

Soléa ya ha dado su alternativa con este primer disco, tras el EP «Encuentro» (El Volcán Música, 2013) que grabó con Los Evangelistas, un disco lleno de argumentos, de poesía y de sonoridades sugerente en una fusión que va más allá de los géneros.

Siguiendo la estela del «Omega» de su padre. Soleá se siente pletórica, canta cada vez mejor, tiene un plante y una presencia portentosa con su belleza natural con esa larga melena morena, con esos ojos que transmiten profundidad. Se la ve más segura en el escenario: sintiendo, comulgando con la música, con ese baile flamenco, y esos puños en alto y una riqueza gestual que demuestra su pasión y su entrega. Aún se la puede ver más suelta, en ese lenguaje gestual, pero ya está a un nivel de gran calidad. Hasta tocando las castañuelas al inicio de «Están bailando».

El concierto fue un festejo en ritmo creciente, de menos a más. Se apagaron las luces, sonó «Cuando un hombre» de Enrique Morente. Apareció Soleá cantando casi «a capella» «Canto irlandés», acompañada de su teclista creando esas atmósferas flotantes. Recuperó la espiritualidad de «Dormidos» del EP de Los Evangelistas. En los bises revisitó a Leonard Cohen en «Palabras para Julia», e invitó al escenario a su hermana Estrella para cantar «Tonto». Todo como si nada, pero rozando la plenitud y el duende.

Canciones hermosas como «Vampiro», «Nochecita Sanjuanera» o «Todavía» (sin esos preciosos violines de la grabación de estudio, pero igualmente emocionante). Composiciones tocadas por el amor como motor principal, con los versos de Antonio Machado y de Federico García Lorca. Así como de Leonard Cohen en «Esta no es manera de decir adiós», con un apogeo coral en el estribillo, y con «Dama errante» con la que se despidió en compañía de tres primos (uno al cajón, otro al toque y otro a los coros).

Cerró «Dama Errante» en la que invitó a salir a Carmen Linares y Tomasito, y con éste hubo baile, desparpajo y mucho arte. Fue el canto a la vida, a la música, a la libertad, con esos puños al aire de Soleá. Y el triunfo de la magia entre la tradición del mejor verso y la fusión ideal de las raíces con la música popular.

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