La familia Ruffino, en la portada de uno de sus EPs para el sello mexicano Orfeón
La familia Ruffino, en la portada de uno de sus EPs para el sello mexicano Orfeón - ABC
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Hallados los primeros «hitazos» de la historia

El cuarteto mexicano de los Ruffino popularizó hace más de medio siglo un término que, olvidado durante décadas, sirve hoy para identificar exactamente lo mismo que entonces

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Con hache o con jota, el hitazo o jitazo sustituye al temazo de la década pasada, o pepino, en la escala de valores del consumidor de canciones. Es lo máximo. No va más. El adanismo, en este caso de carácter lingüístico, con que se manejan las generaciones de Wikipedia y lectura rápida y transversal está detrás de un término presuntamente rompedor, un neologismo que, sin embargo, tiene más años que el hilo negro. Fueron los Ruffino, una familia que cantaba como Dios manda, la que llevó a la portada de uno de sus EPs y a finales de la década de los años cincuenta un sustantivo contrahecho, fronterizo y que para los primeros compradores de discos debía de resultar inequívoco.

Había que saber un poco inglés o vivir lejos de Dios y cerca de los Estados Unidos para entenderlo, pero daba bien. Había nacido el hitazo.

Galantes y correctos, los Ruffino grababan estándares de ambos lados del Atlántico

No hay más que escuchar a bandas actuales como los Mexrrissey, por ejemplo en «El primero del gang», para comprobar la facilidad y la soltura con que los mexicanos mezclan churras y merinas y, como si estuvieran en Florida, combinan inglés y español para manejarse y comunicar. De origen cubano, fogueados en Estados Unidos y afincados en México, los Ruffino -Mercedes Villaverde, Ignacio Ruffino y sus dos hijos, Carlos y Julie- llegaron a actuar en el Pasapoga de Madrid, y antes de la revolución anduvieron por el Tropicana habanero, donde durante más de un año fueron lo que hoy se entiende como artistas residentes. Con unas voces muy educadas, quizá demasiado para lo que podía dar de sí el asilvestrado folclore cubano, la familia Ruffino se dedicó a interpretar y grabar estándares. Estandarazos, para no quedarse corto. «Noche de ronda», «El maraquero», «Siboney», «Bésame mucho», «Perfidia» y lo que les pusieran por delante.

En las portadas de sus discos mexicanos para Orfeón, los cuatro Ruffino aparecían muy recatados, a juego con sus inocentes intenciones musicales. En Francia, sin embargo, y quizá por la competencia de autores como Les Baxter, cuyo easy listening fue envasado en unos álbumes cuyas portadas daban que pensar, al cuarteto cubano, cuya imagen resultaba omnipresente en las tapas de su discografía mexicana, se lo quitaron de en medio a las primeras de cambio y lo sustituyeron por unos mozos y mozas que, semidesnudos, seducían al aficionado con una intencionalidad manifiestamente erótica. En su tierra grababan hitazos y en Francia, a través del sello Vogue, despachaban hotazos. Los Ruffino fueron, casi, unos adelantados a su tiempo.

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