Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, el pasado 30 de marzo en el Congreso
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, el pasado 30 de marzo en el Congreso - Ignacio Gil
ROCK Y POLÍTICA

La canción protesta no sabe, no contesta

La irrupción de Podemos y la fractura de la izquierda provocan el repliegue táctico de unos artistas, muy progresistas, que hasta ahora no habían dudado en identificarse con su candidato favorito

Madrid Actualizado: Guardar
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Desde que a la izquierda española le salió un extremo ideológico, un apéndice morado en forma de grano que alguna vez ha estado a punto de reventar, pero que resultaba agradable al tacto social, como un tatuaje de temporada que era tendencia, nada que ver con las arrugas y las manchas de edad de la vieja Izquierda Unida, históricamente de espaldas a la modernidad, solo había que fijarse en el cartel de las últimas fiestas del PCE en la Casa de Campo, los músicos del pop español, progresistas confesos, víctimas de sus complejos y sometidos a una inercia que les permite camuflar su indocumentación, están más callados que en misa. Salvo raras y caprichosas excepciones, no saben si buscar criada o ponerse a servir.

Con el PSOE era más fácil dar el cante. Con Podemos en el mercado, sin embargo, les cuesta elegir y expresarse. Están por el cambio, así, en general, pero no hacen campaña, no vayan a equivocarse de carril, a quedarse de piedra y fosilizarse como extensión de la casta o, a la inversa, un poco más a la izquierda, a perder cualquier opción de seguir beneficiándose de la generosidad que esa misma casta, muy socialdemócrata, siempre ha manifestado hacia sus músicos de cámara.

Necesidad y virtud

Con Izquierda Unida, que era un aliado natural del PSOE, tanto monta, como única alternativa de progreso (sic), no había problema en tomar partido para un lado u otro. Con Podemos, incógnita que descuadra la ecuación de primer grado que el mundo de la cultura (sic) estaba acostumbrado a resolver, están hechos un lío. Quitando a Joe Crepúsculo, El Niño de Elche, Nacho Vegas y cuatro meritorios del underground nacional, con más honestidad que buen gusto, el pop español de consumo no sabe o no contesta, que es como hacerse el sueco demoscópicamente, en modo encuesta. El riesgo político que asumen es inversamente proporcional a lo mucho o poco que tienen que perder.

Para lo único que abren la boca es para meterse con el PP, que es un ejercicio de estilo que aprenden de chicos, asignatura troncal, y prohibirle que utilice sus canciones en los mítines, no se vayan a impregnar de fascismo. Repasar las listas de grupos invitados a los mítines de Podemos es lo más parecido a pasar la lupa por la letra pequeña del cartel del ViñaRock. En el caso del PSOE, un partido que ahora no tiene quien le cante, la cosa se ha puesto de una manera que la señal musical más reconocible de su última campaña electoral fueron los temazos por los que se arrancaba cada noche Miquel Iceta, primer secretario del PSC y dancing king.

Las caravanas electorales fueron en tiempos lo más parecido a un Lollapalooza de cercanías

Lejos queda la época en que la programación electoral de los partidos en campaña incluía en las páginas de ABC, disponibles en nuestra centenaria hemeroteca, las actuaciones de los grupos y artistas que, alineados ideológicamente con el ponente o de pago, amenizaban los mítines. Con IU tocaban los Reincidentes, el PSOE sacaba de gira a los Celtas Cortos o a Chiquetete, sin Carmen Gahona, y el Partido Andalucista, qué tiempos, tiraba la casa por la ventana y montaba unos programas dobles en los que de aquí para allá, carretera y manta, figuraban Los Morancos, los Cantores de Hispalis o la propia Pantoja. Los promotores de este Lollapalooza de cercanías no se devanaban los sesos a la hora de fichar cantantes y a veces había jaleo, como cuando a Jordi Pujol le pusieron en 1999 a Los Chunguitos de teloneros y el público, que no estaba para muchas tonterías, le montó una buena pajarraca, algo así como «¿de qué herencia me estás hablando, Jordi?», pero en perfecto castellano.

Eso era antes. Por lo que pueda pasar, ahora no hay valor suficiente para cantarle a la cara y en público a un candidato concreto. De izquierdas, naturalmente, porque la derecha y la cultura (sic) son como el agua y el aceite.

Modelos públicos

El silencio de los músicos españoles en un ámbito del pensamiento (sic) en el que siempre han mostrado con orgullo sus preferencias no hace sino revelar su dependencia de un poder político del que históricamente han querido vivir. Esta actitud, aparentemente cobarde, no responde a un vicio gremial relacionado con la cultura (sic), sino que es consecuencia directa de un modelo económico basado en la existencia, en España y buena parte de la eurozona, capital París, de un sector público que ampara y financia las más entretenidas formas de ocio y que fomenta una excepcionalidad cultural que da gloria verla.

El método no resulta muy científico, pero a través de una prueba de contraste con el mercado norteamericano, liberado de pesebres y en el que cada cual se busca la vida como puede, es fácil apreciar la diferencia que existe entre los profesionales del show business y los empleados públicos del ocio administrativo y administrado que circulan por aquí. Allí no se callan. No tienen nada que perder, y lo que puedan ganar procede de su iniciativa privada, sanamente.

Todos con Bernie

Dejando a un lado a los candidatos republicanos, más o menos apestados, como sucede a este lado del Atlántico, y a los que, generalizando, solo se atreven a cantarle intérpretes de géneros tradicionales y gente de cierta edad, el Partido Demócrata, ahora dividido entre los seguidores de Hillary Clinton y Bernie Sanders, proporciona estos días las claves necesarias para entender el movimiento orbital del mundo del pop -alternativo, acabáramos- alrededor de su candidato favorito, que no es otro que el presunto socialista Sanders. Para el común de los norteamericanos, Hillary Clinton es tan de derechas y de orden, establishment en inglés, como Susana Díaz. Todos con Bernie.

Aunque la cosa no haya llegado tan lejos como en la campaña presidencial de Obama de 2008, aún estamos en fase de primarias y habrá que ver cómo terminan las eliminatorias, la progresiva e imparable adhesión de talentos musicales a la campaña de Sanders (TV On The Radio, Grizzly Bear, Bon Iver, los Thermals, Best Coast, Dirty Projectors, Vampire Weekend o Michael Stipe, qué boda sin la tía Juana) documenta, más allá de las querencias políticas de estos artistas, allá cada cual, la liberalidad de los principios económicos que los mueven, sin los miedos que refleja la actitud callada y temerosa de sus pares españoles. En Estados Unidos los artistas se pronuncian, siempre para el mismo lado, como aquí, en función de sus legítimos apetitos, y no del hambre o las ganas de comer.

El objetivo es ir a la contra y hacer bulto entre las fuerzas de un cambio indefinido, pero siempre provechoso

Es esa libertad para alinearse, y no a favor del candidato preferido, sino en contra de un rival que en circunstancias europeas o españolas podría echarle una mano, muy cultural, excepcional, la que se echa de menos en los círculos intelectuales (sic) de nuestro país. Son muy libres, no hay más que oírlos, para ir a la contra y hacer bulto entre las fuerzas de un cambio indefinido y siempre provechoso, pero no para significarse y entrar en detalle, para reflexionar, en definitiva, sobre los matices de una izquierda que para ellos, y resumiendo, no está por la labor de alcanzar los objetivos de déficit del comisario Moscovici suprimiendo conciertos, festivales, muestrarios en pista cubierta, piscolabis, carnavales y programas de La 2. Les da lo mismo ocho que ochenta. La izquierda es para gran parte de ellos un modo de vida en el sentido más biológico de la palabra. Como dice Manolo García, estamos en «un momento excelente para la canción política, un momento de denuncia para que el artista que quiera y que pueda haga canción social». Canción denuncia, canción social, gato negro, gato blanco. Vuelve la canción protesta, pero en abstracto.

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