Anna Netrebko, la estrella de Salzburgo

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Las actuales interpretaciones en versión de concierto de «Manon Lescaut» en el Festival de Salzburgo vienen a mostrar las diferencias de carácter entre este evento y cualquier otro festival al uso. Al frente del reparto se encuentra la soprano Anna Netrebko, hoy por hoy y junto al tenor Jonas Kaufmann capaz de mantener viva la devoción de los espectadores en este pequeño universo musical lleno de figuras. Netrebko es objeto del deseo en Salzburgo desde que, en 2002, cantó Donna Anna en «Don Giovanni» dirigida por Nikolaus Harnoncourt.

Hoy agota las entradas consiguiendo que una razonable cantidad de aficionados se reúnan en las puertas del Grosses Festspielehaus solicitando alguna en el último momento. En agradecimiento a estos años de bonanza artística, el domingo se organizó en la Residenz una «gala soirée» en su honor cuyos ingresos ayudarán al presupuesto de los programas educativos del Festival de Salzburgo.

Es obvio que frente a otros festivales diseñados para servir de contenedores a una oferta musical más o menos ambiciosa, Salzburgo mantiene, gracias a intérpretes como Netrebko, una interesante relación de complicidad con muchos aficionados.

La presencia de Netrebko coincide con el lanzamiento de su último disco en el que bajo el título de «Verismo» y al lado del director Antonio Pappano, afronta fragmentos de particular «oscuridad» vocal poco a poco incorporados a su repertorio desde 2009. Destacan varios procedentes de «Manon Lescaut», ópera de Puccini que canta ahora en Salzburgo demostrando que su fama está bien asentada en una auténtica calidad musical, vocal y dramática. Netrebko arrebata con soberbia ductilidad vocal, dominio de una expresividad infrecuente y capacidad para construir un personaje de enjundiosa sustancia teatral.

Un acompañamiento decepcionante

A su lado está su actual marido, el tenor Yusif Eyvazov: un chorro de voz con notable facilidad en el registro agudo y una obvia falta de depuración en la línea vocal, particularmente en los pasajes más líricos. Es especialmente decepcionante la interpretación que Armando Piña hace del hermano Lescaut, la voz oscurecida y falto de vuelo. Estupendo, siempre seguro y actoralmente impecable el español Carlos Chausson, en la concentrada parte de Geronte, del mismo modo que destaca el siempre sólido Benjamin Bernheim, un tenor con gusto y presencia.

Llama la atención la mezzo Szilvia Vörös procedente del proyecto para jóvenes cantantes del Festival de Salzburgo en el pequeño papel del músico. Y todo se envuelve por acción del director Marco Armiliato en una versión obvia antes que sugerente, un sonido inmediato con base en la Münchner Rundfunkorchester y las correctas voces de la Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor. Por eso, que las ovaciones finales se prolonguen mucho más allá de lo previsible sólo se explica gracias a Netrebko. Alguien importante en un festival cuya altura depende de las estrellas.

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