El escritor John Banville, fotografiado poco después de la entrevista con ABC en Madrid
El escritor John Banville, fotografiado poco después de la entrevista con ABC en Madrid - IGNACIO GIL

John Banville: «No comprendo a los seres humanos, pero puedo escribir sobre ellos»

El escritor irlandés, premio Príncipe de Asturias de las Letras, aparca momentáneamente a su alter ego Benjamin Black y vuelve a la novela con mayúsculas con «La guitarra azul»

MADRID Actualizado: Guardar
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Durante su infancia, John Banville (Wexford, 1945) soñaba con ser pintor. Con el paso del tiempo, a medida que los años fueron pesando tanto como las decisiones, el irlandés cambió los pinceles por la escritura, sabedor de que hay pasiones que condenan y otras que redimen.

Hoy, convertido en un referente de la literatura anglosajona, el irlandés sigue amando el arte, pero desde la distancia del voyeur, que disfruta sin mancharse. Y, desde esa posición, escribe novelas de una belleza narrativa tan intensa como la que puede desprender la contemplación de un cuadro.

Novelas como «La guitarra azul» (Alfaguara), donde el premio Príncipe de Asturias de las Letras abandona, momentáneamente, a su alter ego Benjamin Black, responsable de su affaire con el género negro, para contar la historia de Oliver Orme, un pintor que, ante la falta de inspiración, se convierte en ladrón.

- En «El hombre de la guitarra azul» Wallace Stevens dice algo así como: «Las cosas como son sufren un cambio en la guitarra azul». ¿De dónde surge la inspiración para esta novela?

- La gente siempre me pregunta esto, pero es que no lo sé. Nunca me acuerdo del momento en el que empiezo a escribir, es como si siempre estuviera escribiendo. Supongo que todo empieza cuando estoy durmiendo, porque todas mis historias están en los sueños; tienen que venir de algún sitio, así que tengo que haberlas soñado. Pero la cita de Wallace Stevens trata del arte, de la manera en la que el arte ilumina las cosas; porque el arte no cambia las cosas, las ilumina, hace que la vida parezca más vívida y nos muestra el hecho de que las cosas normales son extraordinarias. Yo nunca he conocido a una persona normal, ¿y usted?

- No, tampoco, ni siquiera yo me considero normal.

- Todo el mundo es extraño y cuanto más mayor me hago más extraña es la gente. La vida es tan extraña… No tiene nada que ver con esta novela, pero deje que le cuente una coincidencia extraordinaria que me ocurrió hace poco: Escribí un libro de Dublín en los años 50 y me preguntaron si tenía fotos de aquella época; entonces, recordé que había una foto mía especial y le mandé un e-mail a mi hermana diciéndole si tenía una copia, pero me dijo que no. Ella trabaja en una librería y ese mismo día cogió un libro, al azar, y cayó de entre sus páginas la hoja de un periódico antiguo en la que aparecía un artículo sobre mí ilustrado con esa foto en cuestión.

- ¿En serio?

- Sí, es alucinante. Es una coincidencia, pero es extraordinaria.

- Es tan extraordinario como el hecho de que diga que sus libros surgen de sus sueños.

- Muchas veces, cuando me voy a la cama y tengo un problema, me despierto a la mañana siguiente y el problema se ha resuelto. Eso es porque hay una parte del cerebro que ha estado trabajando mientras dormía. Por las mañanas incluso me cuesta atarme los zapatos, el cerebro no se despierta hasta la hora de comer, pero sí puedo escribir; la parte del cerebro que escribe es distinta de la que ata los cordones y supongo que cuando estoy durmiendo también estoy trabajando.

«Todo empieza cuando estoy durmiendo, porque todas mis historias están en los sueños»

- Es curioso, porque tengo un amigo que dice que siempre duerme mejor cuando tiene algún problema.

- [Reímos ambos] Oh, es un hombre peculiar. Supongo que su cerebro le protege y le dice: «Da igual, déjalo y vete a dormir».

- Yo le considero un afortunado.

- Sí, sin duda lo es.

- Volviendo a «La guitarra azul», en ella el lenguaje adquiere una belleza inusual que llega a eclipsar a la trama. ¿Quién es el protagonista, Oliver Orme?

- De todos los monstruos que he inventado, es el peor.

- ¿Por qué?

- Porque es horrible.

- Creo que no estoy de acuerdo con usted.

- ¿Ve? Cuando acabo un libro, ya no me pertenece.

- Claro, nos pertenece a los lectores.

- Sí, y usted decide cómo es el protagonista. Pero es tan egoísta… el mundo gira a su alrededor. A menudo pienso que hay alguien lejos, en una estrella, que mira el mundo y ve todos esos puntitos que se mueven, y cada uno es una persona que piensa que es el centro del mundo.

«Está la cara que presentamos al mundo y luego el monstruo que tenemos todos dentro y que somos nosotros mismos»

- Bueno, sí es cierto que le importan más bien poco quienes le rodean.

- Hace unos años, la televisión irlandesa hizo un documental sobre mí que sorprendió mucho porque se me mostraba como alguien amable y agradable, y mi mujer me dijo: «Les has engañado a todos» [reímos ambos]. Tenemos la cara que presentamos al mundo y luego está el monstruo contorsionado que tenemos todos dentro y que somos nosotros mismos. Pero, ¿no es maravilloso que seamos civilizados y que nos preocupen los sentimientos de los demás?

- ¿Y cuál es la cara que usted presenta a través de sus novelas?

- Siempre digo que John Banville deja de existir cuando me levanto de mi escritorio.

- Pero no usted.

- Claro, pero es que yo no soy él. Es lo difícil de hacer entrevistas, porque la persona con la que habla no es la que ha escrito el libro. Yo puedo hablar en nombre de esa persona, pero no sé cuáles son sus ideas. Al menos una vez al día miro mi escritorio y me pregunto por qué estoy haciendo algo tan ridículo, por qué cuento historias y mentiras. Es inexplicable, pero por algún extraño milagro hay gente que aprecia el sueño que he tenido.

- En su caso es aún más difícil, porque tiene un alter ego que se llama Benjamin Black. Tiene muchas caras…

- Sí, pero ya lo he dicho antes: durante 35 años practiqué el periodismo y durante el día escribía en la oficina y luego lo hacía para mí cuando volvía a casa. Eran dos personas. Ninguno de nosotros somos una única cosa. No creo que haya una única persona, que tengamos una llama en el interior que nos defina; esto es lo que nos queda de la religión, del alma. Yo creo que somos una colección de actitudes, prejuicios, planes, deseos… y pretendemos aceptar que somos una unidad.

- Pero si nos pasamos el día adaptándonos en función de la persona con la que hablamos o el contexto en el que nos encontramos, ¿cuándo somos realmente nosotros mismos?

- Nunca.

«Al menos una vez al día miro mi escritorio y me pregunto por qué estoy haciendo algo tan ridículo»

- Y, entonces, ¿cuál es el propósito de estar vivo?

- Es que no hay un propósito. Todo esto nos devuelve a la religión. Se nos dice que esta vida es una ilusión y que no merece la pena, porque todo nos está esperando después de la muerte; yo creo que eso es una tontería. Pero es difícil olvidarnos de las lecciones que aprendimos siendo niños, como la lección del alma como yo esencial. Yo no creo que haya un yo esencial. Pero esto es lo que hace que la vida sea tan interesante y maravillosa, porque estamos cambiando constantemente; la vida es una serie interminable de situaciones distintas y posibilidades.

- Y, si no hay un propósito vital, ¿lo hay en la escritura?

- Es que yo no hablaría de un propósito. El propósito de la vida, si seguimos estrictamente a Freud, es morir.

- Bueno, claro, es el fin inevitable.

- Sí, pero piense cuánto nos divertimos entre el principio y ese final. A lo mejor ese es el propósito: divertirnos.

- ¿Y qué me dice de la escritura?

- El propósito es hacer algo bonito, algo que no existía antes, e iluminar. Llega un punto en el que el lenguaje entra en ebullición y de ahí sale una luz que, sobre todo cuando lees el libro, da sentido al hecho de estar vivo. Cuando miras un cuadro o escuchas una canción te pasa un poco lo mismo, vives una vida muy intensa. Por eso siempre digo que el arte y lo erótico están muy cerca el uno del otro, así que a medida que uno va haciéndose mayor todo se centra en la literatura [rie]. No hace falta tomar Viagra para comprarse un libro [reímos ambos].

- Oliver, su protagonista, no comprende las interacciones humanas y tiene la sospecha de que hay mucho que se pierde del día a día.

- Es cierto: todos mis narradores están tan obsesionados consigo mismos que no ven lo que ocurre a su alrededor; construyen a la gente, pero siempre terminan pensando que estaban equivocados.

«El arte y lo erótico están muy cerca el uno del otro, pero no hace falta tomar Viagra para comprarse un libro»

- Se lo pregunto porque creo que es algo que le pasa a los escritores, que a veces viven aislados en su mundo de ficción.

- Mi mujer me lo dice constantemente, que las cosas son mucho más sencillas de lo que pienso, porque tengo la imaginación de un novelista. Los románticos del siglo XIX se presentaban a la gente como personas heridas, cuyas almas eran muy grandes y por eso tenían que hacer arte… Yo creo que es justo lo contrario: los artistas son gente pequeña, con mucho miedo, que tienen que crear un mundo mucho más grande para poder habitarlo.

- ¿Están aislados?

- Está claro que nuestra vida es solitaria. Yo me paso ocho horas al día solo y la única persona con la que gestiono mi trabajo soy yo. Los escritores nos pasamos el día encerrados, sentados, y por eso es tan aburrido lo que hacemos. Y no sabemos nada de la vida, pero podemos escribir sobre ella… Es extraño… Yo sigo sin comprender nada de los seres humanos, pero puedo escribir sobre ellos. Así que está claro que él [señala al libro] sí tiene algo de información sobre los seres humanos que yo no tengo, y no me pregunte lo que es, porque no lo sé. Cuando él escribe se concentra hasta un nivel que yo nunca podré conseguir en mi propia vida.

- Dice que no cree en la tercera persona a la hora de narrar, pero yo siempre he pensado que la primera persona se contamina mucho más fácilmente.

- ¿Se contamina en qué sentido?

- Por su propia vida, por sus experiencias, por sus sentimientos...

- No lo creo, pero tendría que pensar sobre ello, porque es una buena pregunta. Es cierto que el hecho de decir «yo»… pero el «yo» que está hablando aquí [vuelve a señalar el libro] no es mi yo.

«Los artistas son gente pequeña, con mucho miedo, que tienen que crear un mundo para poder habitarlo»

- Quizás en este caso sea sólo una cuestión de estética.

- Sí, él es una invención mía. Lo inventé igual que he inventado a Benjamin Black para hacer un trabajo más oscuro [ríe].

- Oliver regresa a la casa de su infancia para tratar de reconstruir su vida, que es algo que también hacía el protagonista de «Eclipse». Me pregunto si, a lo largo de su vida, usted ha sentido algo parecido. ¿Dónde considera que está su hogar ahora?

- Es una buena pregunta, porque no tengo un sitio al que ir, no tengo una casa de mi infancia, y por eso he de buscar mi hogar aquí [señala el libro que está sobre la mesa]. Nunca he vuelto a la ciudad en la que nací, porque el mundo en el que yo crecí ya no existe. No creo que el artista tenga un hogar; quizás sea esa falta de hogar lo que lleva al escritor a escribir o al artista a hacer sus obras.

- Siempre he pensado que, de alguna manera, el hogar de los lectores son los libros.

- Oh, sí. También yo vivo en los libros de otras personas.

- El protagonista de «La guitarra azul» ronda los 50 pero asegura sentirse como si tuviera cien. ¿Cómo lleva usted el paso del tiempo?

- No lo llevo muy bien. Tengo ya setenta años y a veces me veo preguntándome: «Pero si ayer tenía 35, ¿qué ha pasado?».

- Sí, qué ha pasado entre medias...

- Hace unos días cenaba con unos amigos, más jóvenes que yo, de unos 30 años, y me sentí como un personaje de «Los embajadores», de Henry James, que dice: «Vosotros, jóvenes, vivid todo lo que podáis». Y les dije, con vehemencia: «Vivid, arriesgaos, tened ese affaire...». Porque, antes de que se quieran dar cuenta, tendrán setenta años y se preguntarán qué ha pasado.

- ¿Qué siente usted cuando echa la vista atrás?

- Me da vergüenza.

- ¿Por qué?

- Porque parece que sólo he cometido errores; he herido a gente, he tropezado, he roto cosas… Si miro atrás, es como si fuese una película de Buster Keaton, donde las cosas se están cayendo constantemente, pero sin su genialidad. Pero es una pregunta muy buena [se toma su tiempo]... Supongo que siento que he hecho todo lo que he podido, no he malgastado mi vida. A mis hijas, que tienen 19 y 26 años, les digo que no se preocupen de la muerte; porque es cierto que cuando eres joven temes a la muerte, pero ese miedo va desapareciendo a medida que vas creciendo. Tienes que vivir lo mejor que puedas, para así no tener miedo a la muerte.

«Cuando eres joven temes a la muerte, pero ese miedo va desapareciendo a medida que vas creciendo»

- Así que usted no teme a la muerte.

- Por supuesto que sí, pero no como cuando tenía veinte años, que la muerte me aterrorizaba, ese gigante con la capa negra que te va acechando. Es la comedia diaria de crecer y envejecer. El proceso de darte cuenta de que estás aquí y que las cosas han cambiado es una comedia grotesca.

- ¿Se siente orgulloso de lo que ha hecho?

- Oh, no, no, no. Podría haber hecho mucho más y, además, he tomado caminos erróneos, como las dos novelas históricas que escribí cuando tenía veinte años. Pero, hacemos lo que hacemos, para qué lamentarse.

- Esta novela no deja de ser una aproximación a la verdad. Yo le pregunto: ¿dónde reside la verdad del proceso creativo?

- Nunca había pensado en ello. Me encanta venir a España, porque hay periodistas tan buenos… [reímos los dos]. Un periodista en Inglaterra nunca me haría una pregunta de ese estilo. En España hay periodistas culturales que no hay en ningún otro sitio… A lo mejor en Francia, pero allí cada pregunta son quince minutos y luego la respuesta es «No» [volvemos a reír].

- Entonces, ¿dónde reside la verdad del proceso creativo?

- No puedes hacer una obra de arte sin ser totalmente sincero. Ha habido grandes monstruos que han hecho obras maestras, y no lo podían haber hecho si no hubieran sido totalmente honestos. Es uno de los valores del arte: que una obra es como un testamento de la verdad. Y hay muy pocas cosas en la vida que sean así. Si el libro es bueno, si está bien hecho, si el escritor ha intentado hacer una obra de arte, sabes que puedes confiar en él. Quizás ese sea el propósito: hacer algo que valga la pena, que sea fiable.

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