Harper Lee, con George Bush el día que recibió la Medalla Presidencial de la Libertad
Harper Lee, con George Bush el día que recibió la Medalla Presidencial de la Libertad - AFP

Harper Lee, la autora que se resistió a escribir

La estadounidense, famosa por «Matar a un ruiseñor», murió a los 89 años en Alabama

Madrid Actualizado: Guardar
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En sus años de estudiante en el Huntingdon College de Montgomery (Alabama), Harper Lee (1926-2016) se veía «fea como el pecado». Ese aspecto, hirsuto y distante, aparentemente construido con férrea voluntad, persiguió a la escritora hasta su muerte, que tuvo lugar ayer, antes de que pudiera cumplir 90 años, en Monroeville, su ciudad natal. Sus vecinos, cómplices y consecuentes con el deseo de privacidad de la autora de «Matar a un ruiseñor», la vieron nacer y la han visto morir, sin percatarse casi de que, entre medias, ha transcurrido casi un siglo. 89 años, para ser exactos, de vida no consagrada a la literatura; porque, seamos sinceros, si algo caracterizó a Harper Lee fue su afán por procrastinar.

Lee aplazó, hasta sus últimas consecuencias, el cara a cara con el folio en blanco. Aparentemente, se pasó medio siglo haciéndose la remolona, pues «Ve y pon un centinela», su segunda novela, secuela de «Matar a un ruiseñor», habría sido escrita en la misma década de los 50, pese a su inesperado y sospechoso (re)descubrimiento, hace un par de años.

Todo empezó, de alguna manera, cuando el padre de Harper Lee, el abogado Amasa Coleman Lee, les regaló, a ella y a su amigo Truman Capote, una máquina de escribir Underwood. En esa edad en la que la juventud aún es una quimera, Lee y Capote dieron forma a múltiples historias, escritas a cuatro manos, sobre las correrías del vecindario de Monroeville.

Pero Capote decidió tomarse en serio aquella aventura que empezó como una travesura de niños. Se trasladó a Nueva York y en 1948 publicó su primera novela: «Otras voces, otros ámbitos». Entretanto, Harper Lee se resistía a cumplir la voluntad de su padre, empecinado en que la más pequeña de la familia estudiara Derecho. Finalmente, Lee abandonó la Universidad de Alabama, harta de Leyes (jurídicas y familiares) y aterrizó en la Gran Manzana a tiempo de ver cómo su amigo de la infancia se estrenaba en librerías. Instalada en Yorkville, en el Upper East Side, a Harper Lee se le fue despertando, de nuevo, el gusanillo de la Underwood y se vio, de pronto, dispuesta a fraguar una carrera literaria en condiciones. Era el Nueva York de la década de los 50 y, a no ser que pasearas por Park Avenue con abrigo de visón, cada centavo costaba un imperio. Consiguió un trabajo como recepcionista en una compañía aérea y por las noches, cuando llegaba a casa, se pasaba horas inclinada sobre una vieja puerta de madera, que usaba como escritorio. Así fue como escribió la historia de Scout y Atticus Finch, personajes ya anclados a la historia de la Literatura y que, como todo en la ficción, se inspiraron en la propia vida: Harper Lee era Scout y su padre era Atticus. La ya autora decidió enviar el manuscrito de «Matar a un ruiseñor» a la editorial J.B. Lippincott, que le pidió que lo reescribiera. Lee, obediente, así lo hizo y la novela se publicó el 11 de julio de 1960 (un año antes, había acompañado a Truman Capote a Kansas, viaje que desembocaría en la célebre «A sangre fría»).

«Matar a un ruiseñor» se convirtió en un enorme éxito de ventas (lleva vendidos más de 40 millones de ejemplares) y recibió elogiosas críticas, que llevaron a Harper Lee a ganar el Pulitzer en 1961. Poco después llegaría la adaptación cinematográfica de la novela, con Gregory Peck como Atticus Finch; el filme, dirigido por Robert Mulligan y producido por Alan J. Pakula, se estrenó el 25 de diciembre de 1962 y fue un éxito inmediato. Pero, pese a esa sensación de «alegría vertiginosa» que la escritora confesó experimentar, algo había en toda aquella farándula que no terminaba de convencerla. A partir de 1964 dejó de conceder entrevistas y decidió pasar la mitad del año en Monroeville. Comenzó, entonces, el silencio editorial. Tras años de darles largas, su editor y sus agentes dejaron de preguntar.

En 2007, un año después de una de sus escasas apariciones públicas, en el 90 cumpleaños de Horton Foote en Nueva York, la escritora sufrió una apoplejía de la que, finalmente, logró recuperarse. Su voluntario silencio editorial se mantuvo hasta julio de 2015, fecha en la que se anunció la salida de «Ve y pon un centinela», secuela de su debut. Al parecer, Harper Lee la escribió en la década de los cincuenta, aunque fue descubierta en otoño de 2014. No faltaron voces críticas que acusaban a su abogada, Tonja Carter, de oportunismo y dudaban del buen juicio de la autora. Incluso «The New York Times» terció en la polémica, asegurando que fue descubierta años antes, lo que acrecentó el misterio sobre su tardía publicación.

Un misterio que, más allá de engrosar los beneficios de Harper Collins, supuso un borrón en la calculada carrera literaria de quien soñaba con ser «la Jane Austen del sur de Alabama».

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