Eduardo Mendoza, durante la entrevista
Eduardo Mendoza, durante la entrevista - inés baucells

Eduardo Mendoza: «Desde que murió Aristóteles, los griegos no han dado un palo al agua»

En el cuarenta aniversario de «La verdad sobre el caso Savolta», el autor repasa una obra que ha marcado a varias generaciones de lectores

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Eduardo Mendozaacaba de llegar de Londres y busca afanosamente el mando del aire acondicionado para combatir el calor africano. Junto al ventanal, del que asoman unas ramas de pino, un pupitre adosado a la pared, sin silla. El escritor trabaja de pie porque así se inyecta tensión al texto. Lo perfecto, añade, «sería escribir con traje y corbata». Si es posible evitará la fotografía con la biblioteca de fondo: «Me parece pretencioso». Le preguntamos por Londres y nos confirma que en la tele se ven las mismas franquicias que aquí, tipo «Supervivientes». O «Master Chef», un programa que en Inglaterra, «suena como el Pensamiento Navarro aunque ahora se come un poquito mejor», bromea. En el cuarenta aniversario de «La verdad sobre el caso Savolta»

, reeditada por Seix Barral con su título original –«Los soldados de Cataluña»–, el autor repasa con ABC una obra que ha marcado a varias generaciones de lectores.

–¿Cómo era Eduardo Mendoza en 1975?

–Un cretino, inseguro y perezoso. No le encuentro ninguna cualidad, salvo la tenacidad de escribir mil páginas sin ninguna esperanza.

–¿Antes había escrito alguna pieza literaria digna de ese nombre?

–Más bien... indigna de ese nombre. Intenté publicarla pero no quisieron, gracias a Dios. Para evitar otra tentación la destruí. Solo diré que era una novela de humor… Mi primera lengua es el humor y la segunda, la Historia.

–Años setenta... tiempos de Gauche Divine. ¿Participaba?

–Vivía y trabajaba en Barcelona… Frecuentaba el pub Tuset y Bocaccio, pero no iba diciendo que escribía porque me daba reparo. Mis novelas no son imaginación al cien por cien. La recuperación del género negro nació de mis charlas con Vázquez Montalbán o Jaume Perich.

–Frenopático de Barcelona… Majaras jugando un partido de fútbol. Ahí está el detective de las pepsicolas, rumbo a la Cripta Embrujada…

–Mi vertiente de Jekyll & Hyde. El personaje ya apareció en Savolta: un confidente de la policía que estaba loco pero no era tonto: no llamaba la atención. Un hombre sin nombre capaz de sobrevivir sin más armas que su ingenio: la tradición picaresca.

–Un Lazarillo de la Transición…

–El verano del 77 Barcelona estaba de fiesta con el retorno de Tarradellas, la rumba del Gato Pérez y los Hare Krishna. El aire olía a porro y en la CNT mandaba Enric Marco, el impostor de Mauthausen… Un estudio sobre mis novelas aventura que el partido del Frenopático es una alegoría de la Transición… No se me había ocurrido.

–¿El pujolismo se cargó aquella Barcelona libertaria?

–No sabría decir si Pujol tuvo la culpa de lo que pasó… o lo que pasó tuvo la culpa de que llegara Pujol. Los ochenta fueron penosos: crisis económica mundial, el SIDA que acaba con la orgía sexual y la liberación gay, la heroína desmintió la tontería de que la droga era revolucionaria. Los partidos políticos dejaron de ser una asociación de amigos bienintencionados para convertirse en maquinarias corruptas. Una lamentable «normalización» en la que seguimos.

–Y usted prefirió verlo con Gurb, su novela más conocida…

–Era un encargo para las páginas de agosto de «El País». Lo escribí con un Amstrad: tardaba tanto en ponerse en marcha que entretanto desayunaba. Era tan ingenuo que escribía sobre la marcha en lugar de adelantar capítulos. Luego venía un motorista y se llevaba los cinco folios para que Perico Pastor ilustrara la página. El éxito de Gurb es la forma en que lo escribí: la desfachatez y el disparate. Fue divertido porque sabía que en cuanto acabara el mes volvería a ser una persona decente. Tenía tan poca fe en aquello que no cobré anticipo... y ahora se sigue vendiendo.

–Escribir en castellano siendo catalán está mal visto en la Cataluña nacionalista… ¿Cree que al nacionalismo lo resucitó Franco con su política contra la lengua catalana?

–Franco dio argumentos al catalanismo y el agravio nacionalista no caduca. Nadie recuerda la invasión napoleónica pero el 1714 continúa. Se reconcilian franceses y alemanes... pero el 1714 sigue ahí. Y la ceguera de quienes te siguen reprochando que hables catalán como si hacerlo fuera una provocación.

«Las editoriales deberían dejar de publicarte a cierta edad»

–Pero su lengua es el castellano…

–Provengo de familia mixta, en casa se hablaba castellano. Mi educación sentimental son los tebeos: uno se forma con el Pulgarcito, el DDT, Hazañas Bélicas, las películas de Disney y las coplas de Concha Piquer. Prefería los Sirex a la Nova Cançó (exceptuando Serrat).

–El pintoresco Institut Nova Història asegura que el Quijote lo escribió en catalán el valenciano Miquel Sirvent…

–¡Una teoría fascinante! Daría lo que fuera por saber cómo empieza ese Quijote catalán… ¡Desearía conocer al que lo tradujo al castellano!

–Cervantes quería pasar a la posteridad con el «Persiles»… El autor no siempre coincide con el lector. ¿Cuál es su «Persiles»?

–Tengo dos. El primero, «Una comedia ligera»: claves personales, escenas familiares… Quizá, o precisamente por eso, falla algo que no consigo explicar. El segundo, «Mauricio o las elecciones primarias»: es mi novela más comprometida con la realidad, pero no funciona.

–En «Mauricio» denuncia la falta de democracia de los partidos y su financiación espuria. ¡Se adelantó a los acontecimientos!

–Quizá la Transición fue un engaño. Aquella imagen alegre de los partidos. Gente que te caía tan bien… los buenos de la película. Todos dialogando en un sistema de alternancia. Al venir de una dictadura, el desencanto en España es mayor que en otros países de larga tradición democrática. Pero tampoco hay que desencantarse del todo identificando corrupción y política.

–¿Ha sentido la tentación de enrolarse en alguna formación?

–Me han venido a buscar, pero el escritor ha de estar libre de ataduras. Yo, de profesión, extraterrestre. Sería absurdo. Por higiene social conviene retirarse a cierta edad, antes de perder los papeles. Diré más: a cierta edad, las editoriales deberían dejar de publicarte. Se dicen muchas tonterías a edades provectas. Personas sensatas que se radicalizan porque no entienden lo que les rodea.

–¿Se lleva mal con las redes sociales?

-Simplemente, no estoy. Los amigos me dicen que estoy desconectado del mundo. Que no sé lo que corre por las redes. Cada uno piensa lo que le da la gana y lo escribe en Twitter... A mí una página me cuesta una semana.

–Hablemos de cine. Marsé se queja de las adaptaciones de sus novelas. ¿Qué opina de las películas «La verdad sobre el caso Savolta», «La cripta», «El año del diluvio» y «La ciudad de los prodigios»?

–Marsé tiene toda la razón. Yo no me quejo de ninguna en concreto… Han sido una desgracia sin que tuviera la culpa nadie: problemas de presupuesto, coproducciones… Lo raro es que hubieran salido bien.

«Daría lo que fuera por saber cómo empieza ese Quijote catalán»

–«La cripta» no está mal con José Sacristán…

–La produjo Pepón Corominas, el descubridor de Almodóvar y Bigas Luna. Es una película artesanal, pero Sacristán hace muy buen papel… Le pedí que volviera a ser el detective de las pepsicolas un poco más caduco en «El enredo de la bolsa y la vida»: si hubiera querido...

–¿Es mejor novelar desde el humor?

–La novela es un género de humor. De ahí el antihéroe, la visión sesgada. Una novela totalmente en serio no te la tomas en serio. Claro que tenemos a Balzac, Tolstoi, Proust…

–¿Sirve el humor para la Cataluña del llamado Proceso?

–No se sabe bien lo que está pasando por la cabeza de los que dicen qué está pasando… No entiendo nada y no lo puedo ver ni desde dentro ni desde fuera… Dudo que los del Proceso se lo crean. Da la impresión que se improvisa. ¿Quién podía prever el resultado de las últimas elecciones? Si escribiera otro Gurb caducaría en dos meses.

–Hablando de Proceso, le han otorgado el premio Kafka. Nos parece que no le entusiasma el autor checo…

–En una conferencia en la Fundación March quedé como un «kafkófobo»: dije que la novela es un concepto concreto, pero hay otras formas de entender la novela. Y añadí que Kafka era un gran escritor pero un mal novelista de eso que entendemos por novela. ¿Quién se ha leído «El castillo» entero? Como mucho, «La metamorfosis». ¿Y el comienzo de «El proceso»? «Josef K fue detenido sin saber por qué…» ¡Un novelista no se lo gasta todo en la primera frase! Kafka es un icono atractivo, como el Che, pero poca gente le ha leído…

–Suponemos que eso no lo dirá el día de la entrega del premio…

–¡Adoro a Kafka! Me he leído sus diarios y cartas en ese alemán tan raro que escribía. Cuando vaya a Praga no sé si hablar bien de Kafka –un checo que escribía en alemán– o elogiar a los escritores checos.

–¿Y de los griegos qué nos dice?

–Desde que murió Aristóteles no han dado un palo al agua. Deberían salir ya de Europa. Tienen una forma de vida que les permite ser pobres, como la España de los años cincuenta.

«Franco dio argumentos al catalanismo»

–¿Se ve en la Real Academia de la Lengua?

–Me invitaron a presentarme pero he rechazado esa posibilidad y no es falsa modestia.

–Nos ha alarmado con eso de que a cierta edad hay que retirarse… ¿Se refiere a dejar de escribir novelas?

–Si dejara de escribir no sabría qué hacer conmigo mismo. Los autores no nos podemos jubilar. ¿Qué ingresos tendría? Pero insisto en que hay que dejar paso a la gente que está en su tiempo. Redes sociales, política... en el fondo me da igual.

–Baroja sigue siendo su autor de cabecera…

–Por su actitud. Frase a frase, es un ejemplo a seguir. A mi edad los autores pesados –Henry James, por ejemplo– ya no me lo parecen: leo una página y me duermo…

–Cela tomó de Baroja aquella divisa de «resistir es vencer». ¿Cuál es su frase predilecta?

-De perdidos al río.

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