Un imitador de Elvis baila en Graceland, el parque de atracciones creado en torno al músico en Memphis
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MUSICA

Recreaciones, remezclas y discos auténticamente falsos

El lanzamiento de «If I Can Dream», álbum en el que la Royal Philharmonic Orchestra pervierte las baladas de Elvis Presley, establece una nueva cima en el proceso de reconstrucción y rehabilitación del repertorio clásico del rock

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Además de componer e interpretar el repertorio de los Curiously Strong Peppermints, unos matados de Minnesota a los que lidera y pastorea entre la indiferencia general, Jesse Miller se dedica desde hace tres años y en sus ratos libres a mezclar y editar discos que nunca existieron. Hace unos meses, y como consecuencia del material protegido que manipula en su taller (Hendrix, Blur, la Velvet, Pink Floyd o los Clash), Miller tuvo un conflicto con la RIAA que hubiera dado para un buen capítulo de alguna serie de abogados, como «The Good Wife».

Resulta complicado acusar a alguien de practicar la piratería cuando su botín no tiene dueño y, aún más enrevesado, ni siquiera llegó a existir.

Los derechos de autor de «Imagine Clouds Dripping», uno de los álbumes que los Beatles quizás hubieran llegado a grabar de no haberse disuelto y que Miller ha maquinado a través de la minuciosa y razonada remezcla de pistas procedentes de las carreras en solitario de sus cuatro miembros, no son de nadie, como Carmen Calvo decía del dinero público.

De Sevilla a Las Vegas

Ni los de Liverpool volvieron al estudio en 1971, año en el que Jesse Miller sitúa la acción del segundo álbum de sus Beatles particulares, ni Elvis Presley se dejó acompañar en vida por la Royal Philharmonic Orchestra, pero no iba a ser el Rey del Rock menos que los Cantores de Híspalis, conjunto que predicó con el ejemplo y llevó su «Que no nos falte de na’» al extremo. La semana pasada, la viuda del ídolo de Tupelo presentó «If I Can Dream», álbum de laboratorio en el que las baladas de Elvis incorporan un esdrújulo envoltorio melódico y multiplican sus propiedades sedantes, nada del otro jueves, salvo la versión correspondiente a «Burning Love», la única que por su ritmo logra desconcertar al oyente de un catálogo contrahecho y cuyo faraonismo sinfónico no desentona con los excesos formales, muy falleros, que definen la etapa terminal de Elvis en Las Vegas.

Fue precisamente en la ciudad del ocio y el pecado donde los Beatles estrenaron su último trabajo, un «Love» (2006) que George Martin posfabricó a partir de las pistas originales grabadas por la banda inglesa en Abbey Road y con una técnica no muy diferente a la utilizada por Jesse Miller, el trampero de Minnesota. Afortunadamente, ya no se respeta ni lo más sagrado.

Resulta complicado acusar a alguien de piratería cuando su botín no tiene dueño y, aún más enrevesado, ni siquiera llegó a existir

Las remezclas electrónicas del « A Little Less Conversation» de Elvis Presley (2002), el «Sympathy For The Devil» de los Rolling Stones (2003) o el «Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)» de Bob Dylan (2007) no solo sirvieron para bendecir, valga la paradoja, la desacralización del patrimonio clásico del pop y el rock, sino que abrieron una nueva vía comercial para el reestreno de un repertorio muy personalista, ligado históricamente a la presencia física de sus interpretes, ídolos antes que compositores y cuya permanencia virtual en el mercado se sigue ensayando de las más diversas maneras. Compañías como Hologram USA o Pulse Evolution trabajan ya en la resurrección escénica de artistas como Billie Holiday. Próximamente en el Apollo de Harlem.

Amor y odio

No siempre la remezcla, adaptación al medio musical del relato de Frankenstein, ha tenido una finalidad comercial. Lo que hacían los Residents hace ya cuarenta años -«¿Por qué los Residents odian a los Beatles?» era el título del prospecto de su segundo álbum- tenía una notable naturaleza artística, tan transgresora e iconoclasta como los bigotes de Duchamp.

A través de un soberbio ensayo sonoro, « The Third Reich’n’Roll», el grupo norteamericano corrompía la obra de los Beatles e invitaba al público de mediados de los setenta a reflexionar no ya sobre la veneración que como cualquier otra de las bellas artes genera la música, sino sobre el fanatismo que el pop había incorporado a su culto. La salida de tono de los Residents fue, más que un codazo a los Beatles, una patada en la boca a sus fans, a ver si así se les pasaba el pavo y dejaban de chillar.

Compañías como Hologram USA trabajan ya en la resurrección escénica de artistas como Billie Holiday

La progresiva salida al mercado de las maquetas y bocetos que los compositores del pop grabaron como base de sus obras maestras, un negocio casi inagotable, y redondo, con forma de disco, no hace sino aumentar los medios disponibles para que, sin llegar al magisterio que en 2004 demostró Danger Mouse al superponer fragmentos del álbum blanco de los Beatles y de «The Black Album» de Jay-Z en su « Grey Album», cualquier aficionado como Jesse Miller, el de Minnesota, saque el bisturí, las pinzas y el hilo de sutura en una operación que, entre la profanación y el homenaje, reanime los clásicos del rock. La materialidad y accesibilidad de la música grabada lo permiten y la obsesión por mantener con vida una obra pegada a la carne y la voz de su autor y que nunca fue concebida como partitura lo alienta. De aquí a la eternidad, la réplica visual y holográfica de Billie Holiday nunca podrá competir con la reconstrucción -monstruosa, pero viva- de sus canciones.

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