Jordi Amat se dirige a la cita con ABC Cultural para esta entrevista
Jordi Amat se dirige a la cita con ABC Cultural para esta entrevista - Rafa Albarrán
LIBROS

«Del legado del encuentro de Múnich no se puede prescindir, y mucho menos hoy»

En «La primavera de Múnich» (Tusquets), Jordi Amat recupera y desvela las claves de un episodio decisivo en la historia de la oposición democrática al franquismo, que aglutinó en 1962 en la capital bávara al exilio interior y exterior

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Autor de títulos como «Las voces del diálogo», «Els laberints de la llibertat» o «El llang procés», Jordi Amat (Barcelona, 1978) ha centrado sus investigaciones en la historia intelectual española de la segunda mitad del siglo XX. En esa historia hay un episodio de gran trascendencia: el encuentro que en 1962 reunió en Múnich a más de cien intelectuales y políticos opositores al franquismo con la esperanza de articular una salida democrática al régimen. Este reaccionó con fiereza y lo llamó el «contubernio de Múnich». En «La primavera de Múnich», que se ha alzado con el XXVIII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, desentraña las claves de lo que supuso esa iniciativa. En este relato coral desfilan numerosas personalidades: Gil Robles, Rodolfo Llopis, Madariaga, Tierno Galván, Laín Entralgo…, entre las que destacan Dionisio Ridruejo y Julián Gorkin, en cuyas trayectorias se adentra especialmente Amat. Ambos, desde una primera militancia en extremos radicales -Ridruejo en la Falange y Gorkin en el comunismo-, entraron en contacto al desembocar en la adhesión al credo democrático.

¿Qué le llevó a interesarse por esta reunión?

El libro se inscribe en mi sostenido interés por estudiar la vida intelectual y política de nuestro país, sobre todo a partir de la década de los cincuenta. Sobre el encuentro de Múnich hay aportaciones, e incluso ha alcanzado cierta categoría de mítico. A lo que, en bastante medida, contribuyó el propio franquismo al orquestar contra él la represión y una campaña difamatoria bestial. Pero había muchos aspectos que no entendía. Me parecía como una caja negra de la historia de la democracia en España que era necesario clarificar con toda la amplitud y detenido análisis que merece. Me atraía especialmente desmenuzar la intrahistoria de Múnich y no solo quedarme en la reunión en sí misma sino reconstruir también el antes y el después, quiénes fueron sus protagonistas, qué papel desempeñó cada uno… Y enmarcarlo en la genealogía de nuestra tradición democrática, en la que tuvo gran importancia la relación entre el exilio interior y el exterior, uno de cuyos frutos más descollantes, quizá el que más, fue el encuentro de Múnich. Asimismo, he querido situarlo en el escenario de la Guerra Fría, sin cuya gran incidencia tampoco se comprendería. Es decir, he pretendido, a partir de Múnich, contar un mundo.

«El rigor no está reñido con un estilo de corte narrativo. La Historia se humaniza y se hace más próxima con el cruce de vidas»

Usted ha manejado una copiosa documentación. Pero para ese enfoque básicamente intrahistórico resultan de especial utilidad los archivos y documentos personales que tienen un gran peso en su ensayo...

En efecto. Creo que no se recurre a ellos lo suficiente, pese a las enormes posibilidades que encierran. Máxime en contextos de falta de libertad, arrojando luz sobre lo que había quedado en la sombra. Diarios, correspondencias, libros de memorias…, contrastados con otras fuentes, resultan imprescindibles. Y te permiten también indagar en las circunstancias personales de sus autores, haciéndoles más cercanos. Por ejemplo, podemos descubrir que alguien habla de un viaje vital, pero asimismo de la angustia que supone no contar en ese momento con los recursos económicos para realizarlo. Estos corpus documentales de cuño personal siempre me han apasionado, ya desde mi época de estudiante universitario, y los utilicé en una primera tentativa en «Las voces del diálogo. Poesía y política en el medio siglo». Comprobé entonces que facilitaba el ensamblaje de biografías cruzadas, algo presente también aquí. El buceo en el archivo de Dionisio Ridruejo, un personaje que me fascina, fue esencial para establecer los pasos de su relación con Julián Gorkin, figuras muy presentes en el libro. Entre otros episodios, me parece muy significativo el viaje que quienes si se hubieran encontrado en el frente se habrían matado, realizan juntos a Estados Unidos para explicar a la Casa Blanca y a instituciones de enorme influencia en Norteamérica lo sucedido y acordado en Múnich.

«A la mitificación de Múnich contribuye el propio franquismo con su brutal campaña difamatoria»

Dionisio Ridruejo y su trayectoria ideológica son más conocidos, pero no así Julián Gorkin. Llama la atención que, como usted confiesa, en una cena con Paul Preston este le calificara con un contundente «fue un hijo de puta»...

Sobre Julián Gómez García, conocido como Julián Gorkin, han caído toneladas de olvido cuando no de directa condena. Sobre todo desde que se le colgó el sambenito de que fue colaborador de la CIA, que lo fue. Pero la historia es más compleja y no debe ligarse a verlo solo como quien colaboró con esa agencia norteamericana que estaba haciendo lo que estaba haciendo en Latinoamérica, o cargar las tintas sobre su carácter tildado de obsesivo y vanidoso. Su trayectoria es seductora y en ella hay que subrayar el papel determinante que desempeñó en Múnich. El mismo entusiasmo que puso en su primitiva militancia comunista lo puso después en luchar contra esa ideología. Para lo cual tenía, además, más que razones suficientes. Militó a los veinte años en el Partido Comunista, llegando a formar parte de la Komintern, y en el POUM. Fue purgado por el estalinismo, y se convirtió en acérrimo antiestalinista, internándose en posiciones democráticas. Su figura es muy reveladora, sobre todo en cuanto hace posible entrelazar la historia intelectual española del siglo XX con los conflictos del discurrir mundial del momento. Así, su primera esperanza en la Revolución bolchevique y su participación en la vía revolucionaria española de los años treinta, su rechazo de las violencias totaliarias, su implicación en la Guerra Fría, y su búsqueda de salidas democráticas concretizada en su compromiso con la oposición al franquismo. Cuando menos, había que repensar sin prejuicios a Julián Gorkin.

¿En 1962 la oposición al franquismo pensaba que su apuesta por la democracia triunfaría?

Desde los sucesos universitarios en Madrid de finales de la década de los cincuenta, las familias del exilio creen que en España hay brotes verdes democratizadores. Se intensifican los contactos entre los dos exilios y consideran que se podía poner en marcha una transición que convirtiera nuestro país en una democracia homologable a las del resto de Europa. Esto dio sentido a la vida de quienes trabajaron por ello. La de Múnich no es una reunión más. Allí Madariaga proclama que había terminado la Guerra Civil y que a partir de ahí había que lanzarse a la construcción de la democracia en España, empezando por articular una transición. Para esto se habían redactado varios proyectos que ponen en común y discuten. A Múnich, donde también se intenta recuperar la Tercera España, todos llegan con los deberes hechos.

«Hay que repensar sin prejuicios a Julián Gorkin, “fontanero” de la reunión muniquesa»

¿Los comunistas no estuvieron presentes en Múnich?

No era posible. Múnich no se comprende fuera de la Guerra Fría. Muchos de sus participantes, con su «fontanero» Julián Gorkin a la cabeza, eran anticomunistas confesos, lo que hacía complicado una reconciliación con los comunistas. Esa postura de Múnich fue su acierto geoestratégico, aunque tal vez su error en la dinámica española.

¿En la Transición tras la muerte de Franco se tuvo en cuenta de alguna forma el encuentro de Múnich?

Más allá de algún recuerdo protocolario, en absoluto. Por ejemplo, Victoria Kent siente que toda su labor de antifranquismo, y la de otros muchos, no cuenta. Múnich era ceniza. En la Transición se llevó a cabo un ejercicio pragmático, que pareció olvidar que antes hubo quienes pagaron un alto precio por ser demócratas. No se trata, claro está, de impugnar la Transición en su conjunto. Pero sí de replantear algunos aspectos, en los que debería incluirse sin cicatería el reconocimiento de las gentes de Múnich.

¿Su libro encierra, pues, un propósito reivindicativo?

No sé si taxativamente reivindicativo, pero sí estimo que la peripecia de mucha de la oposición antifranquista de esa época tiene mucho de admirable. Estoy convencido de que es un legado del que no se debe prescindir. Y quizá mucho menos hoy, en un momento de parálisis. Múnich, ahora, me interpela.

¿Ha buscado que resulte de amena lectura?

El rigor no está reñido con un estilo de corte narrativo, que facilita el manejo, como comentábamos, de documentos personales. La Historia, o, si se prefiere, la intrahistoria, es también contar un cruce de vidas, que la humaniza y la hace más próxima.

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